Saturday April 20,2024
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LA FAMILIA "RICA"

Nunca olvidaré la Pascua de Resurrección de 1946. Vivíamos con nuestra madre. Oly, mi hermana menor, tenía 12 años; Diana, mi hermana mayor, 16 y yo tenía 13 años. Las cuatro sabíamos lo que era vivir sin muchas cosas. Mi padre había muerto hacía cinco años, dejando a mi madre con 7 hijos y sin dinero. Para 1946, mis hermanas mayores ya estaban casadas y mis hermanos ya se habían ido de casa. Un mes antes de la Pascua el párroco anunció que se haría una ofrenda especial en el domingo de Pascua para ayudar a una familia pobre. Nos pidió a todos que ahorráramos e hiciéramos sacrificios para la ofrenda.

Cuando llegamos a casa, hablamos de lo que podíamos hacer. Decidimos comprar 25 kilos de papas y alimentarnos de ellas por un mes. Esto nos permitiría ahorrar 20 pesos en nuestras compras de comida para poder ofrecerlo en la ofrenda. Si manteníamos las luces apagadas lo más frecuentemente posible y no escuchábamos la radio, ahorraríamos dinero en la electricidad. Diana buscó trabajo limpiando casas y jardines; y también cuidábamos niños. Por 15 centavos podíamos comprar

suficientes rollos de algodón para hacer tres agarraderas de ollas y venderlos por un peso... Hicimos 20 pesos en agarraderas de ollas. Ese mes fue uno de los mejores tiempos de nuestras vidas. Todos los días contábamos el dinero para ver cuánto teníamos. Por la noche, compartíamos a la luz de una vela cómo esta familia pobre iba a gozar el dinero que le daríamos todos en la Iglesia.

Habían unas 80 personas en la Iglesia y pensamos que la ofrenda sería muy buena. Después de todo, cada domingo el párroco nos había recordado que ahorráramos para el "donativo a la familia pobre".

El día antes de Pascua, Oly y yo caminamos al mercado para que nos cambiaran todas nuestras monedas por tres billetes de 20 y un billete de 10 pesos. Corrimos a casa, para mostrarle a mamá y a Diana. ¡Nunca habíamos visto tanto dinero! Esa noche estábamos tan contentas que casi no pudimos dormir. No nos importaba que carecíamos de ropa nueva para el domingo de Pascua, teníamos 70 pesos para el "donativo especial". Estábamos impacientes por llegar a la Iglesia.

El domingo por la mañana llovía mucho. No teníamos paraguas y la Iglesia estaba a más de una milla de nuestra casa. No nos molestó mojarnos. Diana tenía unos pedazos de cartón en sus zapatos para cubrir sus agujeros, pero éstos se despedazaron por el agua y se mojó los pies. Con mucho orgullo nos sentamos en la Iglesia. Escuchamos a unos muchachos murmurando que nosotras vestíamos ropa vieja. Les vi con su ropa nueva pero me sentí rica. Teníamos 70 pesos para la familia pobre.

Cuando la "donación especial" fue colectada, nosotras estábamos sentadas en la segunda fila del frente. Mamá puso el billete de 10 pesos y cada una de nosotras pusimos un billete de 20 pesos. Todo el camino de regreso de la Iglesia íbamos cantando. Para el almuerzo, mamá tenía una sorpresa. Había comprado una docena de huevos para hervir y comerlos con nuestras papas fritas.

Esa tarde, de sorpresa, el párroco pasó por casa y mamá habló con él en la puerta. Ella entró con un sobre en la mano. Le preguntamos qué era, pero no nos respondió. Su rostro estaba pálido y nos pareció que era una mala noticia. Al abrir el sobre, vimos los tres billetes de 20, uno de 10 y diecisiete billetes de un peso. Mi madre puso el dinero otra vez en el sobre. No hablamos, simplemente nos sentamos y nos quedamos mirando al piso. Habíamos pasado de sentirnos como millonarios a sentirnos miserables.

Como muchachas, tuvimos una vida tan feliz que sentíamos tristeza por aquellos que no tenían una mamá y un papá como los nuestros; una casa llena de hermanos y hermanas además de otros niños que nos visitaban. Nos parecía divertido compartir los cubiertos y ver si nos tocaba la cuchara o el tenedor en la comida. Teníamos dos cuchillos para todos. Sabíamos que no teníamos muchas cosas que otras personas tenían, pero nunca pensé que éramos pobres, hasta que llegó aquel domingo de Pascua.

Nuestro párroco nos había traído el dinero para la "familia pobre". Así, supimos que nosotros éramos "pobres". No me gustaba ser pobre. Miraba mi vestido y mis zapatos gastados..., y sentía vergüenza. Ni siquiera quería regresar a la Iglesia. Ya todo el mundo sabía que éramos pobres. Pensé en la escuela. Estaba en noveno grado y era la mejor estudiante de mi clase, de más de 100 estudiantes. Me preguntaba si los muchachos en la escuela sabían que éramos pobres. Toda esa semana, fuimos al colegio, regresábamos a casa y  casi no hablábamos. Finalmente el sábado, mamá nos preguntó qué queríamos hacer con el dinero. ¿Qué hacía la gente pobre con el dinero? No sabíamos. Nunca supimos que éramos pobres. No queríamos ir a la Iglesia el domingo, pero mamá nos dijo que teníamos que ir. Aunque era un día soleado, nadie habló, y mamá comenzó a cantar, pero nosotras no.

En la Iglesia, un misionero de visita habló sobre cómo su iglesia en África hacía edificios de ladrillos de barro, pero necesitaba dinero para los techos. Explicó que con 100 pesos podían hacer un techo. El párroco dijo: "¿acaso no nos podríamos sacrificar todos para ayudar a esta pobre gente?" Nos miramos, y por primera vez en una semana, nos sonreímos.

Mamá sacó el sobre de su cartera, lo pasó a Diana quien, a su vez, me lo pasó a mí y yo se lo di a Oly para que lo pusiera en la ofrenda.

Cuando contaron la ofrenda, el párroco anunció que había sido un poco más de 100 pesos. El misionero se puso contento porque no esperaba una ofrenda tan grande de nuestra pequeña iglesia (En aquel tiempo, eso era mucho dinero). Dijo el misionero: "Seguramente tienen una familia rica en esta iglesia".

De pronto nos percatamos. Nuestra familia había contribuido con 87 pesos de ese dinero. Nosotros éramos la "familia rica" de la Iglesia. ¡En verdad, éramos la familia rica!

Desde ese día, nunca más nos sentimos pobres.