Friday March 29,2024
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INDICE REFLEXIONES

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LA SILLA DE RUEDAS

5:30, oigo el despertador. Ya es hora de levantarse, pero..., ¡si acabo de acostarme!... ¿Por qué tiene que sonar ahora este cacharro? No puede ser que esté tan desvelado como ayer cuando me acosté. Me quedaré cinco minutos más, luego, en la autopista los podré recuperar. Cierro los ojos y me imagino que estoy en la playa, tumbado, tomando energía del sol.

Lo que pensé que serían 5 minutos, se multiplicaron por 8 minutos. Miro al reloj, que me responde con guasa que me he vuelto a quedar dormido. Como un cohete, salgo de mi cama hacia la cocina para hacerme un café, con la esperanza de que me ayude a abrir los ojos. La autopista no me permite ahorrar un poco de adrenalina para apaciguar mi tensión, sino que la aumenta cuando me doy cuenta que estoy atascado en ella. Cuando por fin llego a la estación de trenes, veo como el tren traga a sus últimos pasajeros, cierra las puertas lentamente y desaparece en el horizonte. Como era de esperar, llegaré tarde al trabajo.

Después de la aventura que tuve para llegar al trabajo, la motivación se derrumba por completo, al pensar en la montaña de trabajo que me está  esperando. Después de 8 horas y media de duro trabajo, estoy realmente por los suelos.

Mientras estoy esperando el tren para regresar a casa, empiezo casi a deprimirme. Pienso lo bien que pudiera estar si tuviera mi propia empresa, podría ganar mucho dinero y ser mi propio jefe. Pienso en lo feliz que sería si conociera y compartiera mi vida con mi alma gemela. Pienso el gozo que sentiría si fuese una gran personalidad, que viajara mucho y fuese reconocido y respetado. Sigo pensando y soñando, llegando a la conclusión que debo ser la persona más infeliz del planeta.

Justo en este instante, pasó algo que almacenaré toda mi vida en el baúl de mis recuerdos. No hablé con un ángel, pero un ángel tuvo que haber planeado este encuentro.

- "Hola señor, ¿me puede ayudar a subir al tren cuando venga?"-, me dijo una suave y alegre voz, que procedía de una adolescente. A pesar de que estaba en una silla de ruedas, su rostro resplandecía como un sol al amanecer.

- "Cómo no, señorita, -le respondí intentando sonreír-, ¿qué línea de tren va a tomar, para llegar a su destino?"-.

tren tardó unos minutos en llegar. Me quedé con las ganas de preguntarle cómo le era posible estar tan alegre y feliz, estando en esa situación. Cómo le iba a preguntar yo, que estaba mil veces mejor que ella. Me puedo mover libremente, puedo ir donde se me antoje, sin depender de nadie, puedo practicar cualquier deporte, subir cualquier montaña... Volví a meditar sobre lo infeliz que me sentía antes de encontrar a la chica, y empezó a darme vergüenza de haberme sentido así. Sólo estuve preocupándome del mal día que tuve; estuve pensando en lo negativo de mi vida. ¡Que vergüenza!

- "Ya llega mi tren, señor"-. Le ayudé a subir al tren, y con una sonrisa (esta vez sincera) le deseé un bonito día. Cuando perdí el tren de vista, empecé a repasar en las cosas positivas  que puedo gozar en mi vida. No tardé mucho, y empecé a sentirme bien y contento, con ganas de disfrutar del presente, a pesar de que tuve un mal día. Hay un proverbio que dice que cuándo los vientos se levantan o cambian rumbo, hay gente que empieza a construir muros, pero otros construyen molinos. En la vida encontramos muchos vientos, pero en vez de gastar nuestras energías en construir muros, podemos construir molinos y aprovechar la energía de estos vientos. ¿Recordamos a la chica en la silla de ruedas? Si hubiese construido muros para detener los vientos se habría agotado y se hubiera deprimido por no poder controlar los vientos. Sin embargo, construyó molinos aceptando su situación y enseñando a los demás a ser positivos.