Thursday April 18,2024
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LOS ÁNGELES DE "LA GRAN RUEDA"

  En septiembre de 1960, yo desperté una mañana con 6 bebés hambrientos y sólo $8 dólares en mi bolsa. Su papá nos había abandonado. Los niños tenían de 3 meses a 7 años. Su única hermanita tenía dos años.

Su papá había sido sólo una presencia que ellos temían. Cuando ellos oían rechinar las llantas en la grava suelta del camino a casa, corrían a esconderse debajo de sus camas.
Lo que sí hacía era dejarme $150 dólares por semana para comprar el mandado.

Ahora que había decidido marcharse, ya no habría golpizas pero comida tampoco. Si había algún sistema de bienestar social por parte del gobierno, yo nunca supe nada al respecto. Yo bañé a mis hijos, tallándolos hasta que parecían nuevos, les puse la mejor ropa hecha en casa que tenían, y los subí al viejo y oxidado chevy año 51 y me fui en busca de trabajo.

Los 7 fuimos a todas las fábricas, tiendas y restaurantes que había en nuestro pequeño pueblo. No tuvimos suerte. Los niños se mantenían todos encimados en el carro, y trataban de mantenerse callados mientras que yo intentaba convencer a quien fuera que me pusiera atención, que yo estaba  dispuesta a aprender o hacer lo que fuera. Yo debía tener un empleo. Aun así, no hubo suerte. El último lugar al que fuimos, a unos cuantos kilómetros del pueblo, fue un restaurante (paradero) llamado La Gran Rueda. Una señora ya grande llamada Granny era la dueña, y se asomó por la ventana y vio todos esos niños en el carro. Ella necesitaba a alguien que trabajara de noche, de las 11 de la noche a las 7 de la mañana.

Ella pagaba $7 dólares la hora y yo podría empezar esa noche. Me fui apresuradamente a casa y llamé a la niñera convenciéndola de ir a dormir a mi casa por $15 dólares la noche. Ella podría llegar a mi casa en pijama y dormir en el sofá. Esto le pareció un buen trato, y aceptó.

Esa noche, cuando los pequeños y yo nos arrodillamos para rezar nuestras oraciones, todos le dimos gracias a Dios por haberle conseguido trabajo a su mami, y así empezó mi trabajo en La Gran Rueda.

Cuando regresé a casa en la mañana, desperté a la niñera y la envié a su casa dándole sus $15 dólares que eran la mitad de mis propinas de toda la noche.
Día con día, los gastos aumentaban y los ingresos no eran suficientes.

Las llantas del viejo chevy, mostraban cada vez más el trabajo del tiempo, tomando la apariencia de ser globos mal inflados. Yo debía llenar de aire las llantas antes de ir al trabajo y al regresar a casa. Una triste mañana, al arrastrarme cansada hacia mi carro en el estacionamiento, encontré en mi carro cuatro llantas nuevas esperándome ahí. ¿Acaso bajaron ángeles del cielo? Tuve que hacer un trato con el mecánico del pueblo para que le pusiera las llantas a mi viejo carro. Recuerdo que tardé mucho más en limpiar sus sucias oficinas, que lo que él tardó en ponerle las llantas al viejo chevy. Estaba ya trabajando seis noches por semana en lugar de 5, y aun así no era suficiente. Se acercaba la navidad y yo sabía que no habría dinero para comprar juguetes para los niños.

Encontré un bote de pintura roja y empecé a pintar algunos viejos juguetes, y los escondí en el sótano para que hubiera juguetes en la mañana de navidad. La ropa de los niños también estaba muy acabada. Los pantalones de los niños tenían parches encima de los parches, y ya pronto no servirían para nada. La noche antes de navidad entraron los clientes de siempre al restaurante a tomar su café. Ellos eran traileros y policías de camino.

Había algunos músicos que habían tocado más temprano, y estaban jugando en las maquinitas. Los de siempre estaban ahí sentados, platicando hasta la madrugada. Cuando se llegó la hora de ir a casa a las 7 de la mañana, yo corrí al carro para tratar de llegar antes de que se despertaran los niños, y ponerles los juguetes que había arreglado abajo de un árbol que habíamos improvisado. Aún estaba oscuro y no se veía mucho, pero noté que había una sombra en la parte de atrás del carro. Algo era seguro, había algo ahí. Cuando llegué al carro, me asomé por la ventana lateral. Mi boca se abrió con gran asombro. Mi viejo chevy estaba lleno de cajas hasta arriba. Rápidamente abrí la puerta y abrí una de las cajas. Adentro había pantalones de la talla 2 a la talla 10. En la otra había camisas para los pantalones. También había dulces, frutas y mucho mandado en bolsas. Había gelatinas, pudines, pasteles y galletas. También había artículos para el aseo y limpieza de mi casa.

Había 5 camionetitas y una hermosa muñeca. Mientras manejaba por las calles vacías hacia mi casa, vi salir el sol del día de navidad más inolvidable e increíble de mi vida. Lloraba de incredulidad y gratitud.

Nunca olvidaré la alegría en las caritas de mis pequeños en esa mañana. Sí, sí hubo ángeles en aquella mañana hace muchos diciembres.
Y todos ellos eran clientes de La Gran Rueda.

EL PODER DE LA ORACIÓN. Yo creo que Dios sólo da tres respuestas a las oraciones:
"Sí"
"Todavía no"
"Yo he pensado en algo mejor para ti"

Podrás estar pasando por momentos difíciles, pero Dios se está preparando para bendecirte de una forma que tú ni siquiera puedes empezar a imaginar.