Tuesday April 23,2024
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INDICE REFLEXIONES

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NO ME TRAIGAS FLORES NUNCA MÁS

El anciano cuidador de un pacífico y solitario cementerio recibía todos los meses un cheque de una mujer, una inválida de un hospital ubicado en la ciudad cercana. El cheque estaba destinado a comprar flores para la tumba de su hijo, que había muerto en un accidente de automóvil, un par de años atrás.

Un día, un auto entró en el cementerio y se detuvo frente al edificio de la administración cubierto de hiedra donde estaba el cuidador. Un hombre lo conducía. En el asiento trasero había una dama anciana, pálida como la muerte, con los ojos a medio cerrar.

- La señora está demasiado enferma para caminar -le dijo el chofer al cuidador-. ¿Le molestaría venir con nosotros a la tumba de su hijo? Tiene un favor que pedirle. Vea, se está muriendo y me ha pedido, por ser un viejo amigo de la familia, que la traiga aquí para echar una última mirada a la tumba de su hijo.

- ¿Es la señora Wilson? -preguntó el cuidador.
El hombre asintió.

- Sí, sé quién es. Es la que me envía un cheque todos los meses para ponerle flores a la tumba de su hijo.

El cuidador siguió al hombre al auto y se sentó junto a la mujer. Era frágil y evidentemente estaba muy cerca de la muerte. Pero había algo más en su rostro, advirtió el cuidador: unos ojos oscuros y tristes que ocultaban alguna herida profunda y perdurable.
- Soy la señora Wilson -susurró-. Todos los meses de los últimos dos años...

- Sí, lo sé. Me he ocupado de eso, como me pidió.

- He venido aquí hoy -prosiguió-, porque los médicos me dicen que sólo me quedan unas semanas de vida.

Pero antes de morir, quería venir a , echar una última mirada y arreglar con usted para que siga poniendo flores en la tumba de mi hijo.

Se la veía extenuada; el esfuerzo de hablar agotaba sus fuerzas. El auto se abrió paso por
una estrecha senda de adoquín hacia la tumba. Cuando llegaron a ella, la mujer, con lo que
parecía ser un esfuerzo enorme, se levantó ligeramente y miró por la ventanilla hacia la lápida de su hijo.
No hubo ningún ruido durante los momentos que         siguieron: sólo el piar de los pájaros en los altos árboles añosos diseminados entre las tumbas.
Por fin, el cuidador habló.
     
Sabe, señora, siempre lamenté que siguiera enviando dinero para las flores.

Al principio, la mujer pareció no haber oído. Luego, lentamente se volvió hacia él.

- ¿Lamentó? -susurró-. ¿Se da cuenta de lo que está diciendo? Mi hijo...

- Sí, lo sé -repuso, él cariñosamente-. Pero ¿sabe? pertenezco a una parroquia que todos los días visita hospitales, asilos, prisiones. Allí vive gente que necesita alegría y la mayoría de ellos aman las flores, pueden verlas y olerías. Esa tumba... -dijo-, la que está ahí... No hay nadie vivo, nadie que vea y huela la belleza de las flores... - Apartó la mirada, mientras su voz se apagaba.

La mujer no respondió, sólo se quedó mirando la tumba de su hijo. Después de un tiempo que parecieron horas, levantó la mano y el hombre los llevó de nuevo hacia la oficina del cuidador. El se bajó y sin una   palabra, se alejaron.

"La ofendí -pensó-. No debería haberle dicho lo que le dije".

Algunos meses más tarde, sin embargo, se asombró al tener otra visita de la mujer. Esta vez no había chofer ¡Ella misma manejaba el auto! El cuidador casi no podía creer lo que veía.

- Tenía razón -le dijo-, con respecto a las flores. Por eso no hubo más cheques. Después de que volví al hospital, no pude sacarme sus palabras de la cabeza. De manera que empecé a comprar flores para los pacientes del hospital, que no tenían ninguna.

Me dio tamaña sensación de alegría ver cuánto las disfrutaban, sobre todo viniendo de una completa extraña. Los hacía felices, pero más que eso, me hacía feliz a mí misma.

Los médicos no saben -prosiguió- qué es lo que de pronto me ha hecho bien, ¡pero yo sí!

Lleva flores, ¡pero a los vivos!