REGRESANDO A CASA
3.3» André Frossard
Era periodista y llegó a ser el escritor católico francés más grande del siglo XX, miembro de la Academia francesa.
Se convirtió el 8 de julio de 1935, cuando tenía 20 años.
Cuenta en su libro Dios existe, yo me encontré, el momento clave de su conversión, cuando era un “perfecto ateo”, que ni siquiera se planteaba la existencia de Dios, como no se planteaba la existencia de caperucita roja o de los siete enanitos.
Él dice que su experiencia de Dios lo llevó instantáneamente, no sólo a la Iglesia católica, sino a conocer intuitivamente las verdades que la Iglesia ha enseñado durante siglos; especialmente, la presencia real de Jesús en la Eucaristía, pues desde la custodia, donde se adoraba la hostia consagrada, recibió la oleada de amor y de luz que cambiaría para siempre su vida.
Por eso, creía, sin lugar a dudas, que la Iglesia verdadera, la auténtica, fundada por Cristo, es la Iglesia católica.
Dice así:
“Entré por casualidad en una capilla de Paris… y salí católico algunos minutos más tarde.
Algunos cartesianos se han permitido sugerir que yo habría quizás salido protestante de un templo (protestante) o musulmán de una mezquita.
¿Puede concederse a un decorado tan grandes poderes mágicos?
Todo lo que puedo decir es que yo ha sido hecho católico aquel día; católico de pies a cabeza, católico sin ningún género de dudas y no protestante o musulmán, ni judío.
Quedé tan sorprendido de verme cambiado en jirafa a la salida de un zoo”157.
“Después de mi conversión, me di cuenta de que hacía mucho tiempo la Iglesia había plasmado en fórmulas lo que se me había revelado de otra manera.
Los sacerdotes no habían pasado por la misma experiencia; sin embrago, sabían e, incluso, tenían todavía mucho que enseñarme”158.
“Yo no vi a Dios, pero vi su luz… una luz de verdad, una luz enseñante que, al iluminar, informa y que, en un instante, enseña más sobre la religión cristiana que diez libros de doctrina…
La verdad cristiana es la misma, tanto si te llega como un rayo de sol espiritual como por el canal de la fe transmitida por la tradición. La coincidencia es absoluta y perfecta…
Creo que este argumento aboga con fuerza por la veracidad de la enseñanza cristiana (católica). Siento que haya sido utilizado tan pocas veces”159.
“Al salir de la capilla de la calle Ulm, sabía cuatro cosas, o mejor dicho, veía cuatro cosas evidentes que todavía me asombran: hay otro mundo; Dios es una persona; estamos salvados y, paradójicamente, estamos por salvar; la Iglesia (católica) es de institución divina…
La Iglesia es de institución divina, porque es Dios quien le confía las almas y no al contrario… Yo no le he dado mi adhesión; he sido conducido a ella como un niño a quien se lleva a la escuela cogido de la mano, o llevado a su familia, a quien él no conocía.
Esta sensación de connivencia entre la Iglesia y lo divino ha sido tan fuerte, que siempre me retuvo, no de evaluar los errores cometidos en cada siglo por la gente de Iglesia, sino de tomar la parte por el todo… Su santidad invisible me impresiona, sus debilidades e imperfecciones de aquí abajo me tranquilizan, y me la hacen más próxima. Sucede que tampoco yo soy perfecto”160.
El conoció instantánea e intuitivamente, por revelación de Dios, las verdades de la fe católica, sobre todo, de la Eucaristía y, por eso, amó y vivió nuestra fe hasta las últimas consecuencias.
Y dice: “¡Dios mío! Entro en tus iglesias desiertas, veo a lo lejos vacilar en la penumbra la lamparilla roja de tus sagrarios y recuerdo mi alegría.
¡Cómo podría olvidarlo! ¿Cómo echar en olvido el día en que se ha descubierto el amor desconocido por el que se ama y se respira; donde se ha aprendido que el hombre no está solo, que una invisible presencia le atraviesa, le rodea y le espera: que, más allá de los sentidos y de la imaginación, existe otro mundo, al lado del cual el universo material, por hermoso que sea, no es más que vapor incierto y, reflejo lejano de la belleza de quien lo ha creado?
Y no hablo de él por hipótesis, por razonamiento o de oídas. Hablo por experiencia”161.
157 André Frossard, ¿Hay otro mundo?, Ed Rialp, Madrid, 1981, p. 22.
158 ib. P. 154.
1595 Frossard André, No tengáis miedo, Ed Plaza Janes, Barcelona, 1982, p. 49.
160 Frossard André, ¿Hay otro mundo?, o.c., pp. 51-52.
161 André Frossard, ¿Hay otro mundo?, o.c. p. 11.