12. La Masonería y su ideal de beneficiencia
Autor: Cardenal José María Caro Rodríguez (1924) Fuente: Catholic.net
1. 144. La honradez masónica.
No había querido tocar este punto, pero como suele ser el más tenido en
cuenta por los que dominan las opiniones sociales, cuando se juzga de la
moralidad y corrección de los hombres, me es necesario hacerlo, aunque sea
brevísimamente.
Repito la advertencia ya muchas veces hecha: No me refiero sino en
general a las personas de los masones y sólo a aquéllos que viven
masónicamente. Sería injusto si pensara siquiera que tantos y tantos masones,
que conozco, en los cuales no han penetrado las doctrinas masónicas, y que las ignoran casi por
completo, fueran a manchar su honradez con actos incorrectos; como sería
injusto quien atribuyera a la doctrina católica los robos y escándalos que
cometen los católicos que no viven como tales, que no conocen, o al menos no
practican, las doctrinas que profesan.
145. La Masonería y los bienes de la Iglesia.
Desde luego, hay que notar en la Masonería el ningún respeto por la
propiedad de la Iglesia y el plan sistemático de apoderarse de sus bienes, como
lo ha hecho en las varias naciones que ha dominado: Francia, Italia, Méjico,
Portugal, España, &c., y como se ve que piensan hacerlo aquí mismo mandando
hacer la estadística de sus propiedades.
Ya se sabe que en Francia, cuando se
hizo la confiscación de los bienes de la Iglesia, se dijo al pueblo que eso iba a ser para dedicarlo a sus
necesidades, y es notorio también a qué escándalos dio lugar la liquidación.
Esa
explotación de los bienes que los pueblos cristianos han mirado como sagrados
basta por sí sola como lección objetiva muy elocuente para quitar el temor al
robo; ¡pero ojalá fuera eso sólo!
1. 146. Mentira masónica.
Comentando una circular del Gran oriente de Francia a las logias de su
obediencia, en que se les habla de la prudencia, de la ‘obra grande y bienhechora
de la Masonería’, Copin-Albancelli hace esta observación, que viene a
propósito: ‘La Masonería miente.
Trata de hacer creer que su obra es ‘grande y
bienhechora’, que las ideas a las cuales se consagra son ‘nobles y puras.’
Pero
los hechos la desmienten; porque hay miembros conspicuos de la congregación
masónica que se llaman Wilson; Mayer, antiguo director estafador de la
Linterna; Geyer, perceptor, en quiebra de caja; Tomás, el desvalijador de las
Iglesias; hay otros en gran número que se cuentan en los panamistas, los
suditas, los humbertistas, los defraudadores del sur, los falsificadores de toda
especia y los coimeros de toda suerte. ¡Es cosa extraordinaria que una doctrina
‘noble y pura’ produzca tales frutos y en tan gran número!’ (Copin, P. O., 9.)
Los robos y escándalos de Adriano Lemmi, Supremo Gran Pontífice de la
Masonería Italiana, han sido públicos, especialmente los fraudes de la provisión
de tabacos, de los cuales ya se ha hecho mención, y otros muchos en que anduvo
Crispi, Sciarra, Carducci, el poeta de Satanás, &c. Los narra Margiotta, en su
obra Adriano Lemmi.
¡Ojalá la Masonería entre nosotros pudiera levantar la frente siempre pura
y limpia de esa mancha que se ha echado encima en otras naciones! ¡Ojalá sólo
la Iglesia tuviera que temer de las doctrinas que quitan todo temor de Dios y que
enseñan al hombre a no combatir ninguna de sus inclinaciones!
1. 147. La beneficencia masónica.
¿A quién no se le ha dicho muchas veces que la Masonería es únicamente
una sociedad de beneficencia? ¡Cuántos se habrán imaginado al oírlo que, fuera
del socorro mutuo que se promete a los adherentes, la Masonería se ocupa
únicamente del socorro de los necesitados con las grandes sumas que reúne!
Desgraciadamente, la Masonería usa tanto, tanto el misterio que, a pesar de que
muchos otros secretos se llegan a traslucir por las obras que ejecutan los
hermanos, de su beneficencia muy poco, por no decir nada, se trasluce
ordinariamente.
No digo que bajo sus auspicios no se hagan obras de
beneficencia o de filantropía, como les gusta llamarla.
Las hacen y a veces
grandes; pero no con el dinero de la Orden o Hermandad, sino con el que
colectan en fiestas, rifas o loterías, &c.
No voy tampoco a negar la generosidad individual de muchos adeptos;
pues hay personas que son naturalmente inclinadas a dar y lo harían siendo o no
siendo masones.
Pero en Iquique, donde la Masonería está floreciente, con sus
cuatro o cinco logias, donde ha reinado durante tanto tiempo, realmente su
beneficencia es mucho más misteriosa y secreta que sus conspiraciones contra la
Iglesia o sus trabajos políticos, que por algo salen a luz.
1. 148. La generosidad.
Y lo curioso es que lo que me pasa a mí les pasa y les ha pasado a todos
los que han puesto alguna atención a las cosas de la Masonería. Ved lo que decía
Eckert de su tiempo: ‘Se dice que la beneficencia es el fin de la Masonería. Pero
en ninguna parte se comprueba esa beneficencia, que sería el sello distintivo de
la Orden.
¿Dónde están, pues, sus larguezas y actos de generosidad en vasta
escala?
Jamás se ha visto nada sino cosa muy modesta. Además, esos actos de
beneficencia, por mínimos que sean, no han sido sino locales, de ningún modo
universales’ (La F. M., I, p. 121.)
Preuss, por su parte, después de un largo estudio de la doctrina masónica,
tal cual la expone Mackey, llega más o menos a la misma conclusión: ‘Su
caridad, dice, es para el pobre Hermano.•. que ha caído en pobreza o desgracia y
para ninguno más.
Si el hermano ha caído en pobreza, no estaba en esa
condición al ser recibido. La prosperidad o al menos el bienestar mudado en
pobreza, la fuerza de vigorosa humanidad minada por la edad y necesitada, y
esto solamente dentro de los límites de la Orden, que rigurosamente excluye de
sus filas a las clases necesitadas, ése es el propio campo de la caridad masónica;
si algún campo más estrecho de caridad puede encontrarse, señálesele’ (Preuss,
A. M., 340.)
1. 140. Falsedad masónica.
Y como el Doctor masón había dicho que la principal beneficencia
consiste en los beneficios intelectuales de la Orden, enseñando ‘la verdad de
Dios y del alma’; en ‘quebrantar las cadenas del error y de la ignorancia que
antes han tenido al candidato en el cautiverio moral e intelectual’, &c., el autor
citado hace ver que, dado el secreto que usan las logias con extraños y aún con
los propios hermanos de grados inferiores, esa benevolencia o beneficencia es lo
más mezquina que pueda darse, ante una necesidad tan universal de luz
masónica como la Masonería tiene que suponer.
Por otra parte, lo que ya se ha dicho hasta aquí y lo que ve todo el que
quiere abrir los ojos, la conducta bárbaramente cruel de la Masonería para con
sus enemigos, hace pensar que la sonada beneficencia masónica ha de seguir el
mismo estilo de las demás afirmaciones que hasta ahora se han estudiado.
Cualquiera puede preguntarse: ¿Dónde están las obras de beneficencia
masónica? ¿Quién las ha visto?
Fuera de la Masonería Inglesa, que tiene algunas obras de beneficencia,
con el auxilio de unos pocos HH.•. ricos, es difícil, si no imposible, divisarlas en
otra parte.
1. 150. Formación de una logia.
Como apéndice a esta capítulo transcribiré los siguientes datos sobre la
formación de una Logia, que me escribe un amigo en cuya veracidad tengo
absoluta confianza:
‘He tenido ocasión de sorprender en su primera reunión a los fundadores
de una logia aquí en el norte.
El H.•. fundador era antiguo meritorio militar,
decrépito ya; el Secretario, a quien sorprendimos con el maletín de la
documentación en la mano, un Visitador de Escuelas que tuvo que salir… los
profesores jóvenes podrían contar el porqué; otro de los fundadores, un militar,
tal vez el más envuelto en el pavoroso proceso de ha pocos años, y que ha
quedado fuera del Ejército porque no hacía honor al uniforme; un Director de
Correos, que era una medianía y que tuvo que optar por ocultar las insignias
masónicas que ostentaba sobre su abultado abdomen como dije de cadena; un
Director de establecimiento de enseñanza y municipal, que era el tony de las
sesiones; otro municipal fatuo e ignorante; un profesor que, por desgracia, lo es
todavía, de una inmoralidad públicamente escandalosa dentro y fuera de su
hogar; cuatro jovenzuelos sin vergüenza, sin educación y sin ley ni Dios, de
patriotismo dudoso; un empleado fiscal henchido de orgullo, elevado de la nada,
hereje empedernido y envuelto en ruidos procesos… Tales eran lumbreras que
pretendían difundir la luz, la ciencia y la filantropía en aquella ciudad.’