19. Mito: La conciencia es el principio rector
Autor: Oscar Fernández Espinoza de los Monteros
19 MITO. La Iglesia Católica enseña que en última instancia la conciencia debe ser el principio rector para la acción y que sólo pecamos cuando actuamos en contra de nuestra conciencia.
Tenemos obligación de formarla bien y de tomar en cuenta todos los aspectos que puedan ayudarnos a tomar una decisión adecuada respecto al aborto; pero la decisión es suya.
REALIDAD. Aunque todos debemos seguir la propia conciencia, el papel de ella no es crear la verdad.
La conciencia moral es la misma inteligencia que hace un juicio práctico sobre la bondad o maldad de un acto, por eso no es lícito actuar en contra de la propia conciencia, incluso aunque el juicio sea erroneo, siempre y cuando se trate de una ignorancia insuperable para él.
Ahora bien, normalmente se trata de errores superables, con la obligación de aclarar los asuntos importantes. Por tanto, existe la obligación de formar la conciencia, ya que si la conciencia se equivoca por descuidos voluntarios y culpables, la persona es responsable de ese error. En el caso del aborto, no parece probable que se dé un error en la valoración de su bondad o maldad.
En la Encíclica Fe y Razón se explica:
“Abandonada la idea de una verdad universal sobre el bien, que la razón humana pueda conocer, ha cambiado también inevitablemente la concepción misma de la conciencia: a ésta ya no se la considera en su realidad originaria, o sea, como acto de la inteligencia de la persona, que debe aplicar el conocimiento universal del bien en una determinada situación y expresar así un juicio sobre la conducta recta que hay que elegir aquí y ahora; sino que más bien se está orientando a conceder a la conciencia del individuo el privilegio de fijar, de modo autónomo, los criterios del bien y del mal, y actuar en consecuencia. Esta visión coincide con una ética individualista, para la cual cada uno se encuentra ante su verdad, diversa de la verdad de los demás”.
La Iglesia Católica ha salido al paso declarando que corresponde a su Magisterio la interpretación de la ley moral , y en repetidas ocasiones se ha declarado a favor de la vida desde el momento de la concepción.
El derecho a la vida, es tratado abundantemente por la Encíclica Evangelium Vitae, en donde señala en el n° 73: “Así pues, el aborto y la eutanasia son crímenes que ninguna ley humana puede pretender legitimar. Leyes de este tipo no sólo no crean ninguna obligación de conciencia, sino que, por el contrario, establecen una grave y precisa obligación de oponerse a ellas mediante la objeción de conciencia.
Desde los orígenes de la Iglesia, la predicación apostólica inculcó a los cristianos el deber de obedecer a las autoridades públicas legítimamente constituidas (cf. Rom 13, 1-7, 1 P 2, 13-14), pero al mismo tiempo enseñó firmemente que hay que obedecer a Dios antes que a los hombres (Hch 5, 29).
Ya en el Antiguo Testamento, precisamente en relación a las amenazas contra la vida, encontramos un ejemplo significativo de resistencia a la orden injusta de la autoridad.
Las comadronas de los hebreos se opusieron al faraón, que había ordenado matar a todo recién nacido varón. Ellas no hicieron lo que les había mandado el rey de Egipto, sino que dejaban con vida a los niños (Ex 1, 17). Pero es necesario señalar el motivo profundo de su comportamiento: Las parteras temían a Dios (ibid.).
Es precisamente de la obediencia a Dios -a quien sólo se debe aquel temor que es reconocimiento de su absoluta soberanía- de donde nacen la fuerza y el valor para resistir a las leyes injustas de los hombres.
Es la fuerza y el valor de quien está dispuesto incluso a ir a prisión o a morir a espada, en la certeza de que aquí se requiere la paciencia y la fe de los santos (Ap 13, 10).