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15. Lucrecia Borgia, ¿cuál es la verdad sobre ella?

Autor: n/a | Fuente: Revista Cristiandad

Acusada de todos los crímenes y pecados imaginables para la carne y el espíritu...

Corrían los turbulentos años del gobierno anticatólico de Napoleón Bonaparte. Las aparicias conservadoras no disimulaban la infernal parodia que intentaba hacer del Sacro Imperio.

El espíritu de la Revolución Francesa se afianzaba con fingidos retrocesos e intimidantes golpes que la institucionaban poco a poco en los principios anticristianos. 

Pero la violencia no conquista corazones. A lo sumo impone formas de vida que más tarde o más temprano van impregnandose en las mentes y se va asumiendo todo como normal. Pero no crea una cultura, una forma particular de ser, de pensar y de sentir que tenga resonancia con el deseo del opresor. 

Es así como la agresión anticatólica se divide - como siempre - con ofertas que van desde los moderados y hasta pseudoconservadores a los más radicales y exagerados. Ambos extremos están destinados a desaparecer por la línea del medio, la que no quiere a los extremos pero no se opone al mal que se le propone. 

Es así como el mal se sirve de las armas de apariencia más inofensiva, como son las artes. ¿Quién exige, acaso, rigor histórico, moral o fidelidad doctrinaria a una obra de arte? "¡Pero si están hechas para divertiros!", dirá el hombre moderno. Y sin embargo, sonreirá el artista, toda obra de arte expresa una idea, una idea cargada de simbolismo e ideología, de fuerza para cambiar e impactar al observador. 


Victor Hugo y su creación de Lucrecia Borgia 

El renombrado escritor francés Víctor Hugo (1802-1885) ingresa en escena. El mayor exponente del romanticismo decimonónico, lanza su teoría de lo grotesco como opuesto a lo bello. Tras su "Hernani", pone en las tablas la exitosa Lucrèce Borgia (1833). Intentó con dos obras más pero el fracaso de la última le alejó del teatro. Sin embargo serán Les Misérables (1862) y Notre-Dame de Paris (novela «gótica», 1831) los que le llevarán a la inmortalidad.

Dejamos al lector el estudio y juicio sobre semejantes panfletos desbordante de anticatolicismo. Son bellísimas obras de arte cargadas de veneno. No negamos su valor artístico: sólo cuestionamos su recalcitrante espíritu anticatólico para que se abandone el espíritu de falsa inocencia con que se contempla el arte. 

Volvamos a nuestro asunto. Sobre una Lucrecia Borgia debilitada por algunos comentarios maliciosos e infundados lanzados por los enemigos políticos del papa Alejandro VI (su padre), Victor Hugo construye toda una leyenda negra venenosa y calumniosa hasta lo irreal y absurdo. 

Gracias a su obra de teatro el bajo pueblo sacia sus oídos ávidos de morbosidad. Desalentado por sus infructuosas investigaciones deseosas de encontrar nombres y datos de los asesinatos ordenados o perpetrados por Lucrecia Borgia, el novelista cita a varios... ¡escogidos al tuntún! 

En la introducción a Thèatre, de Víctor Hugo (Garnier-Flammarion, parís, 1979) el profesor d ela Universidad de Lovaina Raymond Pouilliar afirma: "Tomasi había escrito un libro, tres veces editado en francés, las Memorias para sevir a la historia de César Borgia, duque de valentinois; muy tarde, casi en el momento de su redacción, Victor Hugo encontró uno de estos ejemplares en la biblioteca real.

Los nombres italianos estaban afrancesados por el traductor de Tomasi; la Biografía Universal de Michaud los da en su forma original..." Esto es, toma los nombres de una Biografía universal que por muy gramnde que fuera no podía mencionar a todas las víctimas que le carga a Lucrecia.

Más delante (nota a la página 76) señala: "Hugo inventa parientes próximos para asegurar la existencia de vengadores". Toma algunos de entre los enemigos de Alejandro VI. En el colmo del peor dramón de su carrera literaria y el colmo de la ficción antihistórica, Victor Hugo hace que Lucreacia, en el último acto, envenene a su hijo Juan y a cinco amigos suyos... ¡y su hijo moribundo, en un acto de estremecedora justicia, la apuñala, matándola!. 

Lo malo de esto es que pese al relativo poco éxito que tuvo la obra en Francia (estrenada el 2 de febrero de 1833), en el extranjero tuvo tal acogida que para diciembre ya la habñían convertido en ópera. Hugo demanda a Felice Romani - libretista - por plagiar de forma literal su obra. Donizzeti compuso la música y la estrenó en la misma Scala de Milán. Hugo impide que se estrene en París. La ópera es reconstruida y retitulada La Rinnegata (La Repudiada) y se estrena en 1845.

Otro colega de Victor Hugo, Alejandro Dumas, padre, también las emprende contra Lucrecia y le agrega todo el mito del veneno, extendiéndolo a ser un uso común en la familia. Un exéntrico Manuel fernández y González (1821-1888) publica un folletón titulado Lucrecia Borgia, Memorias de Satanás. Y así por delante.

Lucrecia era, a ojos de todos, el mismo demonio en persona. Pasada la moda de desprestigiarla, aparece en 1941 un panfleto con forma de libro titulado Lucrecia Borgia, la princesa de los venenos...

De nada habían servido los esfuerzos de un Giusepe Campori quien en 1866 publicó un hiperdocumentado estudio titulado "Una vittima della Storia: Lucrezia Borgia". Como si faltasen más pruebas, Ferdinand Gregorovius (Lucrecia Borgia, Stuttgart, 1874), renombrado experto en historia romana, añade nada menos que setenta y cinco nuevos documentos para acabar con el mito. 

Las más recientes investigaciones publicadas demuestran que Lucrecia Borga no sólo no fue la infiel esposa como se dice (y aún sería poco esperable dada la vergonzosa corrupción de costumbres del Renacimiento) sino que jamás utilizó ni mandó utilizar un puñal, espada ni arma alguna.

Tampoco utilizó el mítico veneno d elos Borgia (la cantarella). Es más, en palabras del inmortal historiador inglés William Thomas Walsh, "Lucrecia (...) según la historia, documentos y memorias dignas de fe, era en su época una d elas mujeres más virtuosas y dignas de alabanza" (cfr. Isabel La Cruzada, Espasa Calpe Argentina, 1945)


Situándola en el marco de la historia

El amor a la verdad exige ser rigurosos y abiertos a todas las posibilidades que los hechos y sanos razonamientos nos vayan presentando ante los ojos. Por ello repasaremos brevemente la verdad histórica que envolvió a Lucrecia y a Alejandro VI.

Como origen debemos remontarnos poco antes, cuando el papa Calixto III (1378-1458) es entronizado en Roma. De origen español - obispo de Valencia - hizo frente a la invasión turca y a la agresión de las tropas otomanas. Rehabilitó la memoria de Juana de Arco mediante un nuevo proceso (1456).

El problema comienza con las justificadas acusaciones levantadas en su contra por las numerosas pruebas que dio de sostener nepotismo exagerado, al conceder muchos cargos y privilegios a los miembros de su familia, en especial a su sobrino Rodrigo de Borja, el futuro papa Alejandro VI (1431-1503).

Éste, español como su tío provenia de la familia Borja. Italianizaron su apellido adoptando el de tradicional Borgia. Prefecto de Roma, bajo Sixto IV fue nombrado legado papal, reconcilió a Enrique IV de Castilla con su hermana Isabel (1472). Logró rechazar a Carlos VIII de Francia de los Estados Pontificios, y después se alió con Luis XII.

En 1493 promulgó una bula fijando la línea alejandrina, que determinó la divisoria del Nuevo Mundo entre Castilla y Portugal. Favoreció a sus hijos (habidos sacrílegamente de Vanozza Catanei), en especial a César y a Lucrecia.

De Alejandro VI se ha dicho demasiado y se ha calumniado tanto su memoria como a la de su hija. Las calumnias, básicamente, se popularizaron cuando el hereje y apóstata Savonarola predicaba un miserabilismo pre-calvinista comenzó a gritar por las calles que todo quien siguiera al papa era enemigo de Cristo y profetizaba por doquier.

"Yo os aseguro, in verbo Domine, que este Alejandro no es en absoluto Papa y no debe ser tratado como tal", sostenía. Llegó a sostener que habia comprado el cargo y que ni siquiera creía en Dios. La gente sencilla se escandalizaba, pero la verdad es que pese a sus pecados personales, la doctrina que enseñó fue fidelísima a la Tradición y a la Revelación y aún manifestaba una gran y tierna devoción por la Santísima Virgen.

Recordemos que ya nos encontramos en el Renacimiento y que las luchas de poderes se daban ya no por motivos religiosos sino por motivos viles, materiales y humanos.

Las "familias" o Casas asesinaban, calumniaban, corrompían o exiliaban conforme necesitaban para asegurar y aumentar su poder. Por eso los enemigos políticos de la casa de los Borgia (favorecida en demasía, como ya hemos dicho, desde el gobierno de Calixto III) azuzaban al pueblo con historias de simonía, de inmoralidad y de corrupción. Vicios creíbles en tanto que eran harto frecuentes en esa época.

Alejandro VI fue proclamado tras haber servido como fiel y sagaz Canciller del Papa. Unió, como dijimos, a Europa contra los turco e inició un programa de reformas para Iglesia. 

Pero lo que originó las gravísimas e infamantes calumnias dirigidas contra sus hijos César y Lucrecia, fue el haber iniciado el plan de centralización y de unificación de Italia, conforma se estilaba en la Europa del momento. Esto significó, de paso, arrasar con las noblezas y poderes corruptos que oprimían duramente al pueblo. Así actuó Luis XI en Francia, Enrique VII en Inglaterra, Isabel y Fernando en España. Trayendo orden a la anarquía renacentista, los nobles y reyezuelos despojados, nada creyeron demasiado vil como para decir del Papa y su familia. 

Lucrecia fue víctima de las intrigas, la casaron y descasaron según conveniencias de la política circunstancial. Salvó de la muerte a su primer marido, se enamoró y vivió feliz con el segundo que le designaron, soportó las infidelidades del tercero con dignidad... y el final de su vida fue ejemplar. 

Quizá fue frívola y ligera como las mujeres de su época. Pero ya con su tercer matrimonio se dedica a asistir al teatro, a leer mucho, a divertir con su presencia: era elegante, culta (hablaba italiano, español, latín y griego), bella, y con mucha clase. Se dedicaba a obras de caridad, visitaba hospitales y hospicios, asistiendo personalmente a los dedichados y enfermos. Les levantaba la moral con sus cuidados, sus dádivas y alegre presencia.

Los ultimos años de su vida se retiraba con frecuencia a pasar largas temporadas al convento de San Bernardino. 

Su muerte fue producida por un alumbramiento complicado. Una sietemesina fue la causa de su muerte. Tras nueve días de fiebre, murió con el consuelo de los sacramentos y rodeada del amor familiar que comenzaba a disfrutar.

   


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