Thursday March 28,2024
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LOS SUEÑOS DE
SAN JUAN BOSCO

San Juan Bosco

Fuente: Reina del Cielo

PARTE 1 de 3 »

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1.- La misión futura: «Gran sueño», a la edad de 9 años

2.- Amonestación del Cielo

3.- Mirando hacia el porvenir

4.- El tema mensual

5.- Enfermedad de Antonio Bosco

6.- Sobre la elección de estado

7.- Sacerdote y Sastre

8.- El sueño a los 21 años

9.- La Pastorcilla y el rebaño

10.- El porvenir del Oratorio

11.- Los Mártires de Turín

12.- Suerte de dos jóvenes que abandonan el Oratorio

13.- Entrevista con Comollo y precio de un Cáliz

14.- El emparrado

15.- Encuentro con Carlos Alberto

16.- El porvenir de Cagliero

17.- El globo de fuego

18.- Grandes funerales en la corte, parte a

18.- Grandes funerales en la corte, parte b

19.- Las 22 lunas

20.- La rueda de la fortuna

21.- Mamá Margarita

22.- Los panes

23.- La marmotita

24.- El gigante fatal

25.- Documentos comprometedores

26.- Las catorce mesas

27.- Sobre el estado de las conciencias

28.- Mortal amenaza

29.- Un paseo al Paraíso

29.- Un paseo al Paraíso, parte b

29.- Un paseo al Paraíso, parte c

29.- Un paseo al Paraíso, parte c

30.- La linterna mágica, parte a

30.- La linterna mágica, parte b

30.- La linterna mágica, parte c

30.- La linterna mágica, parte d

31.- Las dos casas

32.- Las dos pinos

33.- El pañuelo de la virgen

34.- Las distracciones de la iglesia

35.- Los jugadores

36.- Predicción de una muerte, parte I

36.- Predicción de una muerte, parte II

37.- Las dos columnas

38.- El sacrilegio

39.- El caballo rojo

40.- La serpiente y el Ave María

41.- Los colaboradores de Don Bosco

42.- Asistencia a un niño muribundo

43.- El elefante blanco

44.- El bolso de la virgen

45.- Una muerte profetizada

46.- El foso y la serpiente

47.- Los cuervos y los niños

48.- Las diez colinas, parte a

48.- Las diez colinas, parte b

49.- La viña, parte a

49.- La viña, parte b


LA MISIÓN FUTURA
SUEÑO 1.—AÑO DE 1824

«Apenas contaba nueve años —dice el mismo Don Bosco— cuando tuve un sueño que me quedó profundamente impreso durante toda la vida.

Me pareció estar cerca de mi casa; en un amplio patio en el que una gran muchedumbre de niños se divertía. Unos reían, otros jugaban y no pocos blasfemaban. Al oír aquellas blasfemias me arrojé inmediatamente en medio de ellos, empleando mis puños y mis palabras para hacerlos callar. En aquel momento apareció un Hombre de aspecto venerado, de edad viril, noblemente vestido. Un manto blanco cubría toda su persona y su rostro era tan resplandeciente, que yo no podía mirarlo con fijeza. Me llamó por mi nombre y me ordenó que me pusiese al frente de aquellos muchachos añadiendo estas palabras:

—No con golpes, sino con la mansedumbre y la caridad deberás ganarte a estos amigos tuyos. Ponte, pues, inmediatamente a hacerles una instrucción sobre la fealdad del pecado y sobre la belleza de la virtud.

Confuso y aturdido le repliqué que yo era un pobre niño ignorante; incapaz de hablar de religión a aquellos jovencitos. En aquel momento los muchachos cesaron en sus riñas, gritos y blasfemias, rodeando al que hablaba. Yo, sin saber lo que me decía, añadí:
—¿Quién es Usted que me manda cosas imposibles?

—Precisamente porque te parecen imposibles, debes hacerlas posibles con la obediencia y con la adquisición de la ciencia.

—¿Dónde y con qué medios podré adquirir la ciencia?

—Yo te daré la Maestra bajo cuya guía podrás llegar a ser sabio y con la cual toda ciencia es necedad.

—Pero ¿quién es Usted que me habla de esa manera?

—Yo soy el Hijo de Aquella a quien tu madre te ha enseñado a saludar tres veces al día.

—Mi madre me ha dicho que no me junte con quien no conoz­co sin su permiso; por eso, dime tu nombre.

—Mi nombre, pregúntaselo a mi Madre.

En aquel momento vi junto a Él, a una Señora de majestuoso aspec­to, vestida con un manto que resplandecía por todas partes como si cada punto de él fuese una fulgidísima estrella. Al verme cada vez más con­fuso en mis preguntas y respuestas, me indicó que me acercara a Ella; y tomándome de la mano bondadosamente:

—¡Mira! —Me dijo.

Observé a mi alrededor y me di cuenta de que todos aquellos ni­ños habían desaparecido y en su lugar vi una multitud de cabritos, perros, gatos, osos y otros animales diversos.

He aquí el campo en el que debes trabajar —continuó diciendo la Señora—. Hazte humilde, fuerte y robusto, y lo que veas en este momento que sucede a estos animales, tendrás tú que hacerlo con mis hijos.

Volví entonces a mirar y he aquí que, en lugar de los animales fero­ces aparecieron otros tantos corderillos que, retozando y balando, corrían a rodear a la Señora y al Señor como para festejarles.

Entonces, siempre en sueños, comencé a llorar y rogué a Aque­lla Señora que me explicase el significado de todo aquello, pues yo nada comprendía. Entonces Ella, poniéndome la mano sobre la cabe­za, me dijo:

—A su tiempo lo comprenderás todo.

Dicho esto, un ruido me despertó y todo desapareció.
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Yo quedé desconcertado. Me parecía que me dolían las ma­nos por los golpes que había dado y la cara por las bofetadas recibidas de aquéllos golfillos. Además, la presencia de Aquel Personaje y de Aquella Señora; las cosas dichas y oídas, me absorbieron la mente de tal modo, que en toda la noche no me fue posible volver a conciliar el sueño. A la mañana siguiente conté inmediatamente el sueño, en primer lugar, a mis hermanos, que comenzaron a reír; después, a mi madre y a la abuela. Cada uno lo interpretó a su manera. Mi hermano José dijo:

—Sin duda serás pastor de cabras, de ovejas y de otros animales.

Mi madre:
—¡Quién sabe si algún día llegarás a ser sacerdote!

Antonio dijo con acento burlón:

—Tal vez llegues a ser capitán de bandoleros.

Pero la abuela, que sabía mucha teología aunque era analfabeta, dio la sentencia definitiva diciendo:

—No hay que hacer caso de los sueños.

Yo era del parecer de la abuela; con todo, no me fue posible borrar de la mente aquel sueño.

Lo que expondré a continuación prestará alguna aclaración a lo que antecede. Nunca más volví a contar este sueño; mis pa­rientes no le dieron importancia; pero cuando en el año 1858 fui a Roma para tratar con el Papa Beato Pío IX de ¡a Congregación Salesiana, él Sumo Pontífice me hizo contarle minuciosamente todo aquello que tuviese, aunque sólo fuese apariencias de sobrenatural. Entonces narré por primera vez el sueño que tuve a la edad de nueve años. El Papa me ordenó que lo consignase todo por escrito en su sentido literal y de forma detallada, para mayor estímulo de los hijos de la Congregación, en cuyo interés había yo realizado aquel viaje a Roma».

 

 

   

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