EL ÁGUILA
SUEÑO 50.—AÑO 1865. PARTE I
El 1 de febrero anunció [San] Juan Don Bosco que un joven moriría antes de que se hiciese el ejercicio de la Buena Muerte y que, supuesto que llegase a hacerlo una vez, sería para el tal el tiempo máximo que se le concedería de vida.
Este anuncio fue consecuencia de un sueño.
Una noche le pareció al [Santo], mientras dormía, que entraba en el patio encontrándose en medio de sus jóvenes en tiempo de recreo. A su lado estaba el guía de costumbre; el mismo que le había acompañado durante sueños anteriores. De pronto, apareció en el espacio un águila maravillosa y de bellísimas formas, la cual trazando círculos en el aire descendía cada vez más sobre los jóvenes. Mientras [San] Juan Don Bosco la contemplaba maravillado, el guía le dijo:
—¿Ves aquella águila? Quiere arrebatarte a uno de tus hijos.
—¿A quién?—, preguntó [San] Juan Don Bosco.
—Observa atentamente a aquel sobre cuya cabeza se pose el ave.
[San] Juan Don Bosco contemplaba al animal con los ojos desmesuradamente abiertos, observando que después de dar algunas vueltas más, fue a posarse sobre el joven de trece años Antonio Ferraris, de Castellazzo Bórmida.
El siervo de Dios lo reconoció perfectamente y después se despertó.
Apenas despierto, para cerciorarse de que no dormía, [San] Juan Don Bosco comenzó a batir palmas y, mientras reflexionaba sobre lo que había visto, hacía este ruego:
—Señor, si esto no es un sueño, sino una realidad, ¿cuándo deberá verificarse?
Se durmió nuevamente y he aquí que en el sueño reapareció el mismo personaje, el cual le dijo:
—El joven Ferraris, que es el que debe morir, no hará dos veces más el Ejercicio de la Buena Muerte.
Y desapareció.
Entonces [San] Juan Don Bosco se persuadió de que aquello no era un sueño sino una realidad. Por eso puso sobre aviso a los jóvenes.
Ferraris, por entonces, se encontraba bien.
[San] Juan Don Bosco renovaba de vez en cuando el recuerdo de su predicción.
El día 1 de marzo había sido llevado a su casa un jovencito de trece años, llamado Juan Bautista Savio, natural de Cambiano, como se lee en un libro-registro del Oratorio. El pequeño artesano era víctima de una grave enfermedad y se había corrido la voz de que era él precisamente el individuo cuyo fin había anunciado [San] Juan Don Bosco.
Pero el [Santo] refutó aquella opinión al hablar en los buenas noches el viernes 3 de marzo:
Les he anunciado ya —dijo— que uno de nosotros tiene que morir. Vosotros me diréis:
—¿Acaso no se referirá al pequeño Savio? ¿Quién es, pues?
Solamente el Señor lo sabe. El tal está entre Vosotros, ha oído mi aviso y espero que habrá hecho bien su último Ejercicio de la Buena Muerte. ¡Están, pues, todos preparados! Sin que yo lo dijera, ya lo había dicho Nuestro Señor hace dieciocho siglos: Estote parati, que la muerte vendrá como un ladrón, cuando menos la esperemos.
Al día siguiente, habiéndosele interrogado privadamente, respondió:
—El apellido del primero que debe morir para la eternidad comienza por la letra F.
Es de notar que unos treinta alumnos tenían un apellido que comenzaba por esta letra y, por otra parte, en la casa todos gozaban de buena salud.
Encontrándose a la sazón en la habitación de [San] Juan Don Bosco el joven Juan Bisio, oyó decir al [Santo]:
—Siento que el Señor se lleve siempre a los jóvenes mejores. —¿Es, pues, uno de los más buenos el que debe morir?—, le preguntó Bisio en el seno de la confianza.
—Sí, uno que se llama Antonio Ferraris. Mas estoy tranquilo, porque es muy virtuoso y está preparado.
Bisio le preguntó cómo había conocido aquel misterio, y [San] Juan Don Bosco le narró el sueño con toda sencillez, sin hacer ver que se trataba de un don sobrenatural, y al final añadió:
—Con todo, tú está atento y avísame para que pueda ir a asistirlo en los últimos días de la enfermedad.
Entretanto, Ferraris comenzó a sentir un malestar que le obligaba a ir de cuando en cuando a la enfermería. Al principio pareció que se trataba de una ligera indisposición, pero no tardó en manifestarse la gravedad del mal. Entonces [San] Juan Don Bosco fue a visitar al enfermo en compañía del doctor Gribaudo, el cual diagnosticó tratarse de un caso extremo. Mas el paciente parecía haber olvidado el sueño que él mismo había tenido el año anterior y que nosotros expusimos ya en su lugar.
[San] Juan Don Bosco escuchó sin dar muestras de extrañeza las palabras del médico y animó al muchacho como si nada supiese sobre su porvenir; proporcionándole un gran consuelo con sus frecuentes visitas.
La madre del paciente había acudido al Oratorio, a pesar de que el estado del enfermo no parecía alarmante. Después de prestarle su asistencia durante varios días, la buena señora, que consideraba a [San] Juan Don Bosco como a un Santo, tomando aparte a Bisio le preguntó:
—¿Qué dice [San] Juan Don Bosco de mi hijo? ¿Morirá o viuirá?
—¿Por qué me pregunta eso?—, replicó Bosio.
—Para saber si debo quedarme o volver a mi casa.
—¿Y Vos en qué disposición de ánimo se encuentra?
—Soy madre y, naturalmente, quiero que mi hijo sane.
Por lo demás, que el Señor haga de él lo que juzgue mejor.
—¿Le parece estar resignada a la voluntad de Dios?
—Lo que haga el Señor, bien hecho está.
—¿Y si su hijo muriese?
—¡Paciencia! ¿Qué íbamos a hacer?
Bisio, al ver aquellas disposiciones de ánimo, después de dudar un poco, añadió:
—Entonces, quédese; [San] Juan Don Bosco ha asegurado que su hijo es un buen muchacho y que está bien preparado.
Aquella madre cristiana comprendió; derramó algunas lágrimas sin hacer ninguna escena desagradable y después de aquel desahogo natural a su dolor, dijo:
—Si es así, me quedaré.
Bisio le había dicho anteriormente que no se marchase, porque calculando sobre el día para el cual se había fijado el Ejercicio de la Buena Muerte, según la profecía de [San] Juan Don Bosco, no le quedaban al enfermo más que cinco o seis jornadas de vida.
[Contínua parte II]