LA FILOXERA
SUEÑO 102.—AÑO DE 1876.
La tercera tanda de Ejercicios Espirituales se celebró aquel año del uno al siete de octubre, siendo predicada por el Padre Bruno, Filipense del Oratorio turinés y gran director de almas.
Tomaron parte en ella solamente sacerdotes y algunos clérigos más antiguos. [San] Juan Don Bosco no se movió de Lanzo ni durante los breves intervalos de tiempo existentes entre una y otra tanda. Las noticias sobre esta última son más escasas que las de las tandas anteriores; lo único que perdura es un sueño que el [Santo] contó al final de la misma. En las memorias de aquel tiempo aparece bajo el título de:La filoxera. Helo aquí:
Le pareció a [San] Juan Don Bosco encontrarse en una amplísima sala en el Barrio San Salvario, de Turín. Religiosos y religiosas en gran número pertenecientes a diversas Ordenes y Congregaciones, estaban en ella reunidos; al entrar [San] Juan Don Bosco, todas las miradas se dirigieron a él, como si todos lo aguardasen.
En medio de los allí congregados vio el [Santo] a un hombre de aspecto extraño, con la cabeza cubierta con una venda blanca y el cuerpo envuelto en una especie de sábana, a guisa de manteo o capa. [San] Juan Don Bosco quiso saber quién fuese aquel individuo y le fue respondido que era él, el mismo [San] Juan Don Bosco... Tal vez era una representación de [San] Juan Don Bosco soñador.
Se adelantó, pues, entre aquella muchedumbre de personas religiosas que le hacían corona alrededor, sonriéndole; pero nadie hablaba. El [Santo] observaba aquella reunión sorprendido, pero todos continuaban mirándole y sonriendo sin decir palabra. Finalmente, [San] Juan Don Bosco rompió el silencio y dijo:
—¿Por qué se ríen de esa manera? Parece que se quieren burlar de mí.
—¿Burlarnos de ti? Te engañas; nos reímos porque hemos adivinado el motivo que te ha traído aquí.
—¿Cómo lo pueden adivinar si yo mismo no lo sé? Les aseguro que sus risas me sorprenden.
—La causa que te ha traído aquí —dijeron los religiosos— es esta. Tú has predicado los ejercicios a tus clérigos en Lanzo.
---¿Y qué?
—Ahora vienes a indagar qué es lo que les tienes qué decir en la plática de los recuerdos.
—Será como dices. Sugiéreme, pues, qué es lo que les debo decir; algún aviso que haga florecer cada vez más la Congregación de San Francisco de Sales. Se lo agradecería mucho.
—Solamente una cosa te aconsejamos: di a tus hijos que se guarden de la filoxera.
—¿De la filoxera? Pero ¿qué tiene que ver la filoxera?
—Si tienes alejada de tu Congregación la filoxera, conservará una vida larga y florecerá y hará un grandísimo bien a las almas.
—Yo no entiendo lo que quieres decir.
—¡Cómo! ¿Qué no entiendes? La filoxera es el flagelo que ha llevado a la ruina a tantas órdenes religiosas y fue la causa por la que aún hoy muchos no consiguen su fin altísimo.
—Sería un aviso inútil, si no nos explicas mejor. Yo no comprendo nada.
—Entonces no vale la pena haber estudiado tanta teología.
—Sobre este punto me parece haber cumplido con mi deber; pero, en los tratados de teología no he visto que se hable de la filoxera.
—Pues a pesar de ello, se habla. Busca el sentido moral y espiritual de esta palabra.
—En la etimología de la palabra filoxera no veo ni el más remoto significado que pueda tomarse en sentido espiritual.
—Ya que no eres capaz de explicarte este misterio, ahí viene uno que te puede sacar de tu ignorancia.
Entonces [San] Juan Don Bosco notó cierto movimiento entre la turba como para dejar paso libre a alguien que vio avanzar hacia él; era un nuevo personaje. Se fijó bien en él, pero le pareció no haberlo visto nunca, aunque con sus maneras afables daba a entender que era un antiguo conocido suyo. Apenas lo tuvo cerca, [San] JuanDon Bosco le dijo:
—Llegas muy a tiempo para sacarme del embrollo en que me encuentro gracias a estos señores. Pretenden hacerme creer que la filoxera amenaza con destruir las casas religiosas y quieren que tome a este animal como tema de los recuerdos de nuestros ejercicios espirituales.
—¿[San] Juan Don Bosco que se cree tan sabio, desconoce estas cosas? Es cierto que si combates con todas tus fuerzas la filoxera y enseñas a tus hijos la manera de combatirla a conciencia, tu Sociedad no dejará de florecer. ¿Sabes qué es la filoxera?
—Sé que es una enfermedad que ataca a las plantas causando grandes estragos, hasta destruirlas.
—¿Y esta enfermedad de qué proviene?
—Es originada por una multitud infinita de animaluchos que se adueñan de ella.
—¿Qué hay que hacer para salvar a las plantas próximas de la destrucción?
—De esto no te sé decir nada.
—Escucha, pues, lo que te voy a decir. La filoxera comienza a aparecer sobre una sola planta y no pasa mucho tiempo cuando todas las plantas próximas a ésta aparecen atacadas del mismo mal, aún encontrándose a bastante distancia; ahora bien, cuando en una viña, o en un huerto, o en un jardín aparece la enfermedad, la infección se extiende rápidamente y la belleza y los frutos que se esperaban quedan arruinados.
¿Sabes cómo se extiende el mal? No por contacto, porque la distancia lo impide; no porque los animalitos bajen al suelo y atraviesen el espacio que separa a las plantas; la experiencia lo confirma: es el viento el que levanta esta maldición y la desparrama sobre las plantas aún sanas. Es una desgracia que se propaga en un abrir y cerrar de ojos. Pues bien, has de saber que el viento de la murmuración lleva muy lejos la filoxera de la desobediencia. ¿Comprendes?
—Comienzo a comprender.
—Ahora bien, los daños que ocasiona esta filoxera impulsada por un viento semejante, son incalculables. En las casas más florecientes hace marchitar, en primer lugar, la mutua caridad; después, el celo por la salvación de las almas; después engendra el ocio; después agosta todas las demás virtudes religiosas y, finalmente, el escándalo las hace objeto de reprobación por parte de Dios y por parte de los hombres. No es necesario que uno de los depravados pase de un colegio a otro: basta con que este viento sople desde lejos. ¡Convéncete! Esta fue la causa que llevó a la destrucción a ciertas Ordenes religiosas.
—Tienes razón. Reconozco la verdad de cuanto me dices. Pero ¿cómo poner remedio a tan gran desgracia?
—No bastan los paños calientes, hay que tomar medidas extremas. Para atajar el mal que produce la filoxera se pensó en sulfatar las plantas atacadas, se recurrió al agua de cal, se inventaron otros remedios; pero todo ello no sirvió de nada, porque una sola planta atacada por la filoxera arruina a toda una viña.
Después, de una viña se extiende a las viñas más próximas y de éstas a otras, de forma que de una región pasa a una provincia y de esta a un reino y así sucesivamente.
¿Quieres saber, pues, la única manera que hay para cortar el mal en su principio? Apenas aparece la filoxera sobre una planta, hay que arrancarla con precaución y cortar todas aquellas otras que la rodean y arrojarlas todas a las llamas. Si la infección fuese general en toda la viña, hay que arrancar todas las plantas y reducirlas a cenizas para salvar las viñas próximas.
Sólo el fuego puede acabar con semejante enfermedad. Por eso, cuando en una casa se manifieste la filoxera de la oposición a la voluntad de los superiores, el descuido altanero de las santas Reglas, el desprecio a las obligaciones impuestas por la vida común, tú no debes contemporizar; no dejes ni siquiera los cimientos de aquella casa; rechaza a sus miembros, sin dejarte vencer por una perniciosa tolerancia.
Lo mismo harás con los individuos. A veces te parecerá que un individuo aislado pueda sanar y volver de nuevo al buen sendero; o tal vez sentirás castigarlo por el amor que le profesas o por alguna especial habilidad que posee o por su ciencia que te parece prestigiar a la Congregación. No te dejes llevar de semejantes reflexiones.
Personas de esta índole, difícilmente cambiarán de manera de ser. No digo que su conversión sea imposible; pero me atrevo a sostener que es muy rara una rectificación, tan rara que esta posibilidad no debe ser suficiente para inclinar a los superiores a una sentencia benigna. Algunos, se dirá, se conducirán aún peor en medio del mundo. Allá ellos; que carguen con el peso de su manera de proceder, pero que no sea tu Congregación la que sufra las consecuencias de su conducta.
—¿Y si en realidad, conservándolos en la Sociedad, se pudiera atraerlos al bien con la tolerancia?
—Esta suposición es falsa. Es mejor despedir a uno de estos soberbios que retenerlo con la duda de que pueda continuar sembrando cizaña en la viña del Señor. No olvides esta máxima; ponía decididamente en práctica siempre que sea necesario; habla de esto a tus directores en tus conferencias y que este sea el tema que comentes en la clausura de los ejercicios.
—Sí, lo haré. Gracias por tus avisos. Pero ahora, dime: ¿quién eres tú?
—¿No me conoces ya? ¿No recuerdas cuántas veces nos hemos visto?
Mientras el desconocido hablaba de esta manera, todos los presentes sonreían.
Entretanto sonó la señal para levantarse y [San] Juan Don Bosco se despertó.
El [Santo] añadió que este sueño le había durado tres noches consecutivas; detalle que hace desechar toda idea de que este relato sea una especie de parábola por él ideada para expresar de una manera fantástica su pensamiento.