Thursday March 28,2024
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San José - El mas santo de los antos

  


SAN JOSÉ
El más santo de los santos
  


Introducción

1»  Algunos textos aplicables a san José

2»  Virginidad de san José

3»  Matrimonio de José y María

4»  Paternidad de san José

5»  La sagrada familia

6»  Un poco de historia

7»  Privilegios de san José

8»  Asunción de san José

9»  San José y los moribundos

10»  El más santo de los santos

11»  Los Papas y san José


12.1»  Apariciones de san José Parte 1

12.2»  Apariciones de san José Parte 2

12.3»  Apariciones de san José Parte 3

12.4»  Apariciones de san José Parte 4


13.1»  Milagros de san José Parte 1

13.2»  Milagros de san José Parte 2

13.3»  Milagros de san José Parte 3

13.4»  Milagros de san José Parte 4


14.1»  Palabras de algunos santos - Parte 1

14.2»  Palabras de algunos santos - Parte 2

14.3»  Palabras de algunos santos - Parte 3

14.4»  Palabras de algunos santos - Parte 4


15»  Algunos santuarios de san José

16»  Reflexiones

17»  Dolores y gozos de san José

18»  Letanías a san José

19»  Oraciones a san José

20»  Consagración a san José

21»  Conclusión

22»  Bibliografía

23»  Novena a san José
(versión corta)

 

13.3» Milagros de San José
Parte 3

Autor: P. Angel Peña O.A.R

Quizás el caso más espectacular, en cuanto a milagros obrados por intercesión de san José, lo encontramos en Montreal, donde vivía el ahora beato André (1845-1937).

El hermano Andrés, de la Congregación de la Santa Cruz, no era sacerdote, durante 40 años fue portero del convento y, por más de 60 años, realizó milagros extraordinarios por intercesión de san José. Su devoción a san José le vino de su madre, muerta cuando era todavía un niño.

A todos los que le pedían oraciones, les decía que no separaran su amor a José del de María y de Jesús, presente en la Eucaristía. Él era un hombre de profunda oración ante Jesús sacramentado y amaba entrañablemente a María, pues andaba rezando el rosario a todas horas; pero, cuando le pedían favores, se los pedía a san José. Él se llamaba a sí mismo el perrito de san José, pero fue el gran apóstol de san José del siglo XX.

Los milagros realizados los hacía con toda sencillez. A veces, les decía a los enfermos que debían hacer una novena a san José y confesar y comulgar; y, después de la novena, quedaban curados. En ocasiones, les decía que no se preocuparan, que él rezaría a san José personalmente por su caso.

Pero lo normal era darles medallas de san José y pedirles que se frotasen en la parte enferma de su cuerpo; o les daba aceite de la lámpara que ardía frente a la imagen de san José, para que se ungieran con él. De este modo se producían milagros espectaculares por cientos. Y esto ocurrió durante 60 años de su vida, pues murió a los 91.

A los que quedaban curados, les decía que fueran a agradecérselo a san José. Algunos se sentían defraudados y decían que eso de frotarse con una medalla o con aceite de san José era pura superstición, y no se curaban. Por eso, decía: Muchos enfermos no se sanan debido a su falta de fe. Es preciso tener fe para frotarse con la medalla o el aceite de san José63.

En el año 1926, fueron reportados por la prensa 1,611 personas que decían haber sido curadas de graves enfermedades, y otras 7,334 decían haber obtenido favores extraordinarios de orden material o espiritual. ¡Algo realmente maravilloso! El hermano André fue beatificado por el Papa Juan Pablo II el 23 de mayo de 1982.

La venerable María Angélica Álvarez Icaza (1887-1986) cuenta en sus Memorias: En la capilla había un altar con una imagen del señor san José, que llamábamos “San José del Paso” por encontrarse precisamente en un lugar de mucho paso. Como yo lo estaba viendo casi continuamente por la vecindad con la capilla, le empecé a cobrar mucha devoción a san José y más que él me empezó a mimar mucho, porque todo cuanto deseaba (y eran muchas cosas) las dibujaba en un papel y se las ponía en las manos del santo bendito y, con una eficacia asombrosa, en seguida me concedía mis súplicas:

Ya fuera un santo Cristo para el cuarto de la Madre (y a los pocos días nos lo regalaron), ya fuera candeleros para el altar de Nuestra Señora (y a no tardar allí estaban los candeleros), en fin, un libro que deseara, una lámpara, floreros, cuanto hay, lo mismo era pedírselo que obtenerlo. Esto cundió, no sólo entre las Hermanas que con frecuencia le hacían de esta manera sus peticiones, sino también entre las niñas del Pensionado, y el bondadoso santo siempre nos escuchaba
64.


63 Bergeron Henri-Paul, O irmao André, Ed. Loyola, Sao Paulo, 1984, p. 71.
64 Álvarez Icaza María Angélica, Memorias, libreta Nº 8.

 

 

   


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