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PROVIDENCIA DIVINA
Una Visión Distinta Acerca
de la Muerte
Testimonio de
Catalina

» La Recomendación del Arzobispo Emérito de Cochabamba
Introducción
PRIMERA PARTE:
La Muerte, Dolor
y Esperanza
Capítulo 1
1.1 » El Amor toca a mi puerta
1.2 » El Consuelo del Señor
Capítulo 2
2.1 » Conversión, Dulce obsequio de Dios
2.2 » Nunca estás sola
2.3 » La asistencia de María, nuestra Madre
Capítulo 3
3.1 » Enfermedad, sufrimiento y alivio
3.2 » La preparación del Espíritu
3.3 » Jesús, Presencia Siempre Viva
3.4 » Primero la voluntad de Dios
Capítulo 4
4.1 » El día del Sagrado Corazón: la hora del adiós
4.2 » ¡Tengo que irme, déjenme ir!
Capítulo 5
5.1 » Su herencia: Caridad, humildad, valor
5.2 » El espíritu vuela hacia Dios
5.3 » Dolor y misericordia
Capítulo 6
6.1 » Confesión, muerte y transformación
6.2 » El tierno abrazo de la Madre
Capítulo 7
7.1 » Una llamada urgente: la asistencia al moribundo
SEGUNDA PARTE:
El Sacramento de la Reconciliación
Capítulo 8
8.1 » Tú que quitas los pecados del mundo...
Capítulo 9
9.1 » El delicado momento de la Reconciliación
9.2 » El don otorgado al Sacerdote
» Una breve reflexión al concluir
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Capítulo 4
4.2» ¡Tengo que irme, déjenme ir!
Autor: Catalina Rivas | Fuente: www.LoveAndMercy.org
1) Abría los ojos muy grandes, como buscando algo
y repetía: "Padre, mi espíritu..." y nuevamente: "¡ya, ya!. Comprendimos que quería decir "Padre, en
tus manos encomiendo mi espíritu", la ayudamos y lo
repitió cuatro veces.... Después dijo: "no me detengan,
tengo que irme, déjenme ir"
2) Tenía sus manos muy frías entre las mías, le dije que
se fuera sin temores a los brazos de Jesús, que era un
día maravilloso, el día del Sagrado Corazón, que
todos la despedíamos con alegría... Le empecé a
cantar "más allá del sol, yo tengo un hogar...." Ella se
unió a mi canto; luego comencé a cantarle una
canción de cuna y también me acompañó. Mientras
tanto, todos los demás permanecían en oración
alrededor de ella, rezando el Santo Rosario.
3) Después de unos momentos dijo: "¡No puedo irme!
Tengo que ver primero a la Virgen..." Le pasamos el
cuadro de María Auxiliadora y le dije que ahí estaba
ella. Pero miró en otra dirección y replicó: "Sí, ya está aquí, ¿cómo es su nombre?... " Mi cuñada Anita le
preguntó: ¿Es María Auxiliadora? Dijo que no. Anita
le preguntó si era nuestra Señora de Guadalupe. Dijo:
"Sí, es Ella, así es Su nombre... Hagan lugar a la
Mamita, den paso... ¡Santo Dios...! ¡Madre mía...! ¡Padre mío, en tus manos...! y levantando su mano
cayó inconsciente, como para agarrar la mano de
alguien a quien no veíamos. Duró menos de un
minuto en ese estado y expiró...
4) Tanto sufrimiento, especialmente en los últimos
meses, había acabado con sus fuerzas. Creo que no
podíamos esperar muerte más santa y más serena.
5) Su velorio fue tan humilde como era ella. No
quisimos que la pusieran en un ataúd, la recostamos
en su cama, alquilada de hospital. Eso me llevó a
meditar una vez más en cuán vano es el apego a las
cosas materiales, porque a la hora de irse uno, en
verdad no tiene nada.
6) Le pusimos el vestido blanco que días antes ella
había pedido insistentemente que le alistasen, y llegó la gente de la funeraria a preparar su cuerpo. Sólo
pedí un crucifijo con dos luces internas y nada de
cordones, ni adornos que de tan llamativos
desentonan con el luto y los sentimientos de la
familia.
7) Rodeaba su cuerpo inerte únicamente la parte de mi
familia que vive en esta ciudad, y el grupo íntimo de
nuestro Apostolado, una amiga muy querida que
llegó de México para acompañar a mi hermano al
crematorio, Analupe, y yo.
8) En medio de todo este dolor, dimos gracias al Señor
por personas a quienes mi mamá quería mucho,
como David Lago, quien se ocupó de todo como si
fuera un hijo más; el Dr. William Rosado, quien
dejando de lado compromisos familiares, guió la
parte de los trámites médicos. Miguel, Cecilia, Pepe...
Y el resto del grupo, cada uno con su cuota de afecto
y solidaridad.
9) El sacerdote que nos dirige celebró la Misa de
Cuerpo Presente en el dormitorio, junto a la cama
donde mamá parecía dormida.
10) Pero el Señor maravilloso, quiso darnos algo más
para ella, como una tarjeta de condolencia enviada
por el Cielo: las madres Dominicas, amigas tan
queridas nuestras, aparecieron en casa para cantar en
la Santa Misa. Verdaderamente parecía que
estuviésemos en un lugar muy lejos del dolor y de la
tierra; en algún momento nos pareció escuchar a los
mismos coros de ángeles.
11) La velamos toda la noche, con la carita descubierta.
Llegó a acompañarnos por unas horas un sacerdote
amigo al que mi mamá especialmente apreció mucho,
y quien generosamente ofreció su Iglesia para
celebrar la Misa y depositar sus cenizas.
12) ¡Cuánto amor de las personas cerca de nosotros!
Especialmente de una joven a la que quiero como si
fuera mi hija, y que permaneció junto a mí las 24
horas siguientes: Martha, que Dios pague tu
compañía.
13) Hubo lágrimas, sí, pero no un llanto desesperado.
Estuvimos en oración toda la noche. Al día siguiente,
a la una de la tarde fue llevada al Crematorio. Yo
había llamado por teléfono a un Arzobispo para que me orientara sobre estas cosas, pues en mi país no se
acostumbra tomar esta medida y su respuesta me
dejó tranquila al respecto.
14) Cuando mamá dejaba la casa me dirigí al Oratorio
para rezar el Santo Rosario con mi director espiritual
(bendito hombre que el Señor puso para fortalecernos
y salvar a mi mamita). Yo sabía que sólo la oración
podría ofrecerme el sosiego esperado. Los miembros
del Apostolado acompañaron su cuerpo mientras
cantaban a la Virgen: "Ven con nosotros a caminar,
Santa María, ven…"
15) Más tarde, la Santa Misa fue celebrada en un clima
de profundo gozo espiritual y paz, en el Santuario de
la Divina Misericordia. Allí, en la Cripta, descansan
los restos de aquella mujer que confió tanto en la
Misericordia de Dios.
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