2a» Historia de la vida según las revelaciones a la Madre María Luisa de Jesús
Parte 1
YO SOY LA HIJA DE UN PRÍNCIPE que gobernaba un pequeño estado de Grecia. Mi madre era también de la realeza.
Ellos no tenían niños. Eran idólatras y continuamente ofrecían oraciones y sacrificios a sus dioses falsos.
Un doctor de Roma llamado Publio, vivía en el palacio al servicio de mi padre. Este doctor había profesado el cristianismo.
Viendo la aflicción de mis padres y por un impulso del Espíritu Santo les habló acerca de nuestra fe y les prometió orar por ellos, si consentían a bautizarse.
La gracia que acompañaba sus palabras, iluminaron el entendimiento de mis padres y triunfó sobre su voluntad.
Se hicieron cristianos y obtuvieron su esperado deseo de tener hijos. Al momento de nacer me pusieron el nombre de Lumena, en alusión a la luz de la fe, de la cual era fruto.
El día de mi bautismo me llamaron Filumena, hija de la luz (filia luminis) porque en ese día había nacido a la fe.
Mis padres me tenían gran cariño y siempre me tenían con ellos. Fue por eso que me llevaron a Roma, en un viaje que mi padre fue obligado a hacer debido a una guerra injusta.
Yo tenia trece años. Cuando arribamos a la capital nos dirigimos al palacio del emperador y fuimos admitidos para una audiencia.
Tan pronto como Dioclesiano me vio fijo los ojos en mi. El emperador oyó toda la explicación del príncipe, mi padre.
Cuando este acabó y no queriendo ser ya más molestado le dijo: yo pondré a tu disposición toda la fuerza de mi imperio. Yo solo deseo una cosa a cambio, que es la mano de tu hija.
Mi padre deslumbrado con un honor que no esperaba, accede inmediatamente a la propuesta del emperador y cuando regresamos a nuestra casa, mi padre y mi madre hicieron todo lo posible para inducirme a que cediera a los deseos del emperador y los suyos. Yo lloraba y les decía:
¿Ustedes desean que por el amor de un hombre yo rompa la promesa que he hecho a Jesucristo? Mi virginidad le pertenece a Él y yo ya no puedo disponer de ella.
Pero eres muy joven para ese tipo de compromiso -me decían- y juntaban las más terribles amenazas para hacerme que aceptara la mano del emperador.
La gracia de Dios me hizo invencible. Mi padre no pudiendo hacer al emperador ceder y para deshacerse de la promesa que había hecho, fue obligado por Dioclesiano a llevarme a su presencia.
Antes tuve que soportar nuevos ataques de parte de mis padres hasta el punto, que de rodillas ante mi, imploraban con lágrimas en sus ojos, que tuviera piedad de ellos y de mi patria.
Mi respuesta fue: No, no, Dios y el voto de virginidad que le he hecho, esta primero que ustedes y mi patria. Mi reino es el Cielo.
Mis palabras los hacía desesperar y me llevaron ante la presencia del emperador, el cual hizo todo lo posible para ganarme con sus atractivas promesas y con sus amenazas, las cuales fueron inútiles.
El se puso furioso e, influenciado por el demonio, me mandó a una de las cárceles del palacio donde fui encadenada.
Pensando que la vergüenza y el dolor iban a debilitar el valor que mi Divino Esposo me había inspirado.
Me venía a ver todos los días y soltaba mis cadenas para que pudiera comer la pequeña porción de pan y agua que recibía como alimento, y después renovaba sus ataques, que si no hubiera sido por la gracia de Dios no hubiera podido resistir. Yo no cesaba de encomendarme a Jesús y su Santísima Madre.