7. A - Teología:
Bien y mal en este mundo
Autor: Padre Nicolás Schwizer | Fuente: Homilías del Padre Nicolás Schwizert
Ciclo A. Domingo 16 / Mt 13,24-43 - La historia del mundo y la historia de nuestra vida personal, es una coexistencia entre las fuerzas divinas y las fuerzas diabólicas.
Jesús enseñó por meido de parábolas, recordemos la del buen grano y la cizaña (Mateo 13, 24-43).
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Esta parábola es una figura de la historia y de la vida humana. Porque la historia del mundo y la historia de nuestra vida personal, es una coexistencia entre las fuerzas divinas y las fuerzas diabólicas.
Dios nos da libertad, depende de nosotros el elegir entre el bien y mal en este mundo.
Bien y mal en este mundo
Otra parábola les propuso, diciendo: «El Reino de los Cielos es semejante a un hombre que sembró buena semilla en su campo. Pero, mientras su gente dormía, vino su enemigo, sembró encima cizaña entre el trigo, y se fue.
Cuando brotó la hierba y produjo fruto, apareció entonces también la cizaña. Los siervos del amo se acercaron a decirle: ´Señor, ¿no sembraste semilla buena en tu campo? ¿Cómo es que tiene cizaña?´
El les contestó: ´Algún enemigo ha hecho esto.´ Dícenle los siervos: ´¿Quieres, pues, que vayamos a recogerla?´ Díceles: ´No, no sea que, al recoger la cizaña, arranquéis a la vez el trigo. Dejad que ambos crezcan juntos hasta la siega.
Y al tiempo de la siega, diré a los segadores: Recoged primero la cizaña y atadla en gavillas para quemarla, y el trigo recogedlo en mi granero.´» Otra parábola les propuso: «El Reino de los Cielos es semejante a un grano de mostaza que tomó un hombre y lo sembró en su campo.
Es ciertamente más pequeña que cualquier semilla, pero cuando crece es mayor que las hortalizas, y se hace árbol, hasta el punto de que las aves del cielo vienen y anidan en sus ramas.» Les dijo otra parábola: «El Reino de los Cielos es semejante a la levadura que tomó una mujer y la metió en tres medidas de harina, hasta que fermentó todo.»
Todo esto dijo Jesús en parábolas a la gente, y nada les hablaba sin parábolas, para que se cumpliese el oráculo del profeta: Abriré en parábolas mi boca, publicaré lo que estaba oculto desde la creación del mundo. Entonces despidió a la multitud y se fue a casa. Y se le acercaron sus discípulos diciendo: «Explícanos la parábola de la cizaña del campo.»
El respondió: «El que siembra la buena semilla es el Hijo del hombre; el campo es el mundo; la buena semilla son los hijos del Reino; la cizaña son los hijos del Maligno; el enemigo que la sembró es el Diablo; la siega es el fin del mundo, y los segadores son los ángeles. De la misma manera, pues, que se recoge la cizaña y se la quema en el fuego, así será al fin del mundo.
El Hijo del hombre enviará a sus ángeles, que recogerán de su Reino todos los escándalos y a los obradores de iniquidad, y los arrojarán en el horno de fuego; allí será el llanto y el rechinar de dientes. Entonces los justos brillarán como el sol en el Reino de su Padre. El que tenga oídos, que oiga.
Reflexión
De nuevo, Jesús nos enseña hoy por medio de una parábola. Se trata de la parábola del buen grano y la cizaña, una parábola tan sencilla que hasta los niños pueden entenderla.
Lucha en nuestro interior
Es una figura de la historia y de la vida humana. Porque la historia del mundo y la historia de nuestra vida personal, es una coexistencia entre las fuerzas divinas y las fuerzas diabólicas. Como el buen grano y la cizaña crecen, uno al lado del otro, así también el Reino de Dios y el reino del diablo se desarrollan, uno junto al otro, en este mundo y en los corazones de los hombres.
Cada uno de nosotros experimenta esta tensión, este conflicto en su propio interior. Estamos entre las dos fuerzas y de ambas llevamos algo dentro de nosotros. Siempre habrá lo bueno en el hombre, porque Dios está actuando continuamente. Pero también habrá lo malo dentro de él, porque también el diablo está actuando permanentemente.
Pero pasa que el mundo moderno ya no cree en el demonio. Él ha conseguido realizar en nuestros días su mejor maniobra: hacer que se dude de su existencia. El Padre José Kentenich, Fundador del Movimiento Apostólico de Schoenstatt, tomó siempre muy en serio el poder del demonio. Para él existe una prueba evidente de la existencia del demonio: que la presencia y la acción del mal en nuestro mundo sobrepasa mucho la capacidad y la maldad de los hombres que lo realizan.
Existe en la actividad del mal en nuestro mundo, algo tan bien organizado, que denuncia irremediablemente a su autor, el demonio.
Probablemente también cada uno de nosotros hemos sentido ese tremendo poder del mal que trabaja en nosotros y que en determinados momentos irrumpe en nuestra vida. ¿Quién de nosotros nunca se ha sentido asombrado al ver de lo que era capaz, de lo que llegaba a pensar, a desear o hacer?
En nuestra parábola, Jesús responde sobre todo al escándalo que nace en nosotros al ver la paciencia, el silencio, la pasividad de Dios frente a la actividad y el triunfo del mal.
Conocemos la objeción clásica contra Dios: O Dios es todopoderoso, y entonces no es bueno, porque podría suprimir el mal y no lo hace. O Dios es infinitamente bueno y odia el mal, pero no puede oponerse a él, y entonces deja de ser todopoderoso.
El bien y el mal están inseparablemente ligados en este mundo
A este dilema hoy nos responde Jesús: El bien y el mal están inseparablemente ligados en este mundo. Actualmente no existe ningún medio de separar el uno del otro. Somos incapaces de distinguir todo lo que hay de bueno en las cosas malas y de malo en las cosas buenas.
Al suprimir el mal, tendría que sufrir el bien, lo mismo que al arrancar la cizaña, podríamos perjudicar el buen grano. Esta mezcla del bien con el mal sobre la tierra es un misterio, pero la reflexión puede hacer surgir en él mucha luz.
Por ejemplo, el mal físico, el sufrimiento, es inevitable en un ser sensible. El sufrimiento no es más que la consecuencia de nuestra capacidad de sentir. Todo lo que se quite a nuestra capacidad de sufrir, tendrá que quitarse necesariamente a nuestra facultad de gustar y gozar.
¿Y el pecado? El hombre es capaz de amar a Dios, de entregarse a Él, de poner en Él su confianza - porque es libre. Y es la misma libertad que le permite obrar el mal, que le permite pecar. Al arrancar la cizaña del pecado, suprimiríamos a la vez todo el buen grano de las virtudes.
¿Qué sucedería si el hombre sirviese a Dios solamente con una libertad de esclavo? ¿Qué sucedería si cada una de nuestras faltas fuesen sancionadas inmediatamente y nos enseñasen a servir a Dios por miedo, pero nunca jamás por amor?
Además, incluso el pecado está ligado con el bien mucho más íntimamente de lo que creemos. Porque la consecuencia del pecado generalmente es la humillación: se descubre nuestra debilidad, queda manifiesta nuestra impotencia, conocemos hasta qué punto tenemos necesidad de Dios.
Dios no se asusta del mal, no se escandaliza del pecado
Dios sabe utilizarlo y hacer que sirva al bien. También de nosotros Dios espera esta misma actitud de paciencia y optimismo. Dios en este mundo no juzga a los malos, sino espera su conversión hasta el último momento. Entonces cuánto menos un juicio nos corresponde a nosotros.
Porque nosotros mismos todavía estamos en medio de esta lucha entre lo bueno y lo malo. Y si ya nos contamos entre los buenos, necesitamos un campo donde demostrar que lo somos. Así vamos a crecer y madurar hasta el día de la gran cosecha.
Queridos hermanos, con esta actitud de paciencia y confianza podemos esperar que en el día de la separación vamos a pertenecer definitivamente al buen grano, a los elegidos del Padre, para siempre.
¡Qué así sea!
En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Padre Nicolás Schwizer
Instituto de los Padres de Schoenstatt