18» Mi vida con los ángeles
Autor: P. Angel Peña O.A.R
Era un 16 de diciembre de 1943, aquel día mi ángel estaba contento, porque a las ocho de la noche de un día frío y lluvioso de invierno vine al mundo y él me estaba esperando con amor.
Seguramente le ayudó a mi madre en aquellos momentos para que todo saliera bien según el plan de Dios.
Mi padre se alegró y quiso ponerme su nombre: Ángel.
Quizás, por eso, no es casualidad que, desde muy pequeño, haya tenido mucha devoción a los ángeles.
Desde que tengo uso de razón, recuerdo que encima de mi cama había una imagen grande de un ángel con alas que cuidaba a dos niños que estaban atravesando un puente rudimentario.
Es una imagen muy conocida y que a mí, desde muy niño, me hizo querer al compañero de mi vida e invocarlo con amor.
La devoción al ángel de la guarda ha sido en mi familia una nota característica y a mis hermanas les recuerdo siempre que no se olviden de rezar a su ángel.
A muchas personas, cuando les escribo, les digo: Saludos de mi ángel.
Cuando era joven seminarista, un día fuimos al monte y, en un descuido, casi me saco un ojo con un clavo, en una casa de campo abandonada.
Creo que mi ángel estaba allí y me cuidó para que no me pasara nada. Mi ángel cumplía órdenes y velaba por mí como lo ha hecho a lo largo de mi vida.
El plan de Dios era que fuera sacerdote y, por eso, me cuidaba de tantos peligros para el cuerpo y para el alma.
Cuando estaba de misionero en la Sierra del Perú, me libró de peligros de serpientes, de caídas del caballo, de enfermedades por causa del clima y de tantas otras cosas que sólo conoceré en el cielo. Por eso, estoy muy agradecido a mi ángel.
Cuando era capellán militar en el norte de África, estaba espiritualmente bajo de forma; estaba pensando en dejar el sacerdocio y fue, en aquellas dudas, en las que sentí la inspiración de mi ángel (así lo digo siempre) de escribir a cuatro conventos de vida contemplativa para pedirles ayuda.
Y creo que me sirvió, pues no tuve que retirarme y retomé mi vocación con más fuerza y fervor, cuando pasó la crisis de fe.
Estando en Arequipa, un día, estando en la sala de televisión, él me inspiró a escribir a muchos conventos de vida contemplativa para pedir oraciones, considerando que sería muy hermoso tener el apoyo espiritual de muchas buenas y santas religiosas.
Fue el 5 de diciembre de 1988, cuando escribí las primeras cartas a religiosas de clausura de distintos países, y cuya amistad dura hasta ahora. Creo que es una de las cosas que más beneficio espiritual me ha traído en mi vida.
En una oportunidad, iba a celebrar la misa con otros dos sacerdotes de mi Orden y no había nadie en la iglesia.
Mis hermanos me dicen: ¿Vamos a celebrar nosotros solos?
Les digo: No, la iglesia está llena de ángeles. Parece que no les convencía mucho esta idea, pero para mí era muy claro que nunca estamos solos.
Por eso, decía san Bernardo: Nunca estoy menos solo que cuando estoy solo. Siempre estamos rodeados de ángeles, que nos acompañan en todas partes.
Yo estoy convencido de ello. Por lo cual, saludo a los ángeles de los que me saludan y de los que me rodean.
Cuando celebro la misa, pienso en los ángeles de los presentes y les pido que vengan al altar a acompañarme, y lo mismo le digo al ángel de la iglesia, a los ángeles del acólito y de las religiosas, a quienes he pedido que me envíen cada día su ángel. A todos los ángeles del universo los invito a asistir a la misa.
En nuestra iglesia, a veces, cantamos una canción a los ángeles que comienza diciendo: Hay ángeles volando en este lugar. Esta canción me emociona y me hace pensar en su presencia.
Hace un tiempo, estaba paseando por un parque público cantando en voz baja una canción inventada, cuando vi a unos niños, que estaban jugando con su papá.
Me acerqué a saludarlos, pues soy muy amigo de los niños, y me sentí feliz de su cariño. Pensé en sus ángeles y les hablé de que rezaran a su ángel. Esto lo hago muchas veces con los niños grandecitos, para que no se olviden de rezar cada día la oración del ángel custodio.
Hay días en que, cuando despido a una persona, le digo: Te presto mi ángel hasta que llegues a tu casa. Creo que es algo afectivo, sobre todo, para evitar el miedo por las noches y por zonas peligrosas.
Cuando rezo el oficio divino o el rosario, pido a mi ángel que me acompañe en mi oración.
Frecuentemente, le pido que me ayude y me inspire lo que debo escribir, o lo que debo hablar, sobre todo, en la misa.
A veces, me uno a todos los ángeles de los sagrarios del mundo entero o a los que asisten a todas las misas del mundo para adorar con ellos a Jesús sacramentado.
Cuando visito a los enfermos, me gusta hacerles repetir la oración del ángel y se la recomiendo a todos los que puedo.
Cuando viajo, invoco a los ángeles de mis compañeros de viaje y especialmente del chofer.
Mi ángel es para mí un hermano, un amigo, un padre, que siempre vela por mí y siempre está conmigo.
¿Qué sería mi vida sin el ángel? Dios me lo ha dado para ayudarme y me privaría de muchas gracias que Dios ha querido darme por medio de él.
Por eso, pienso en los que no creen en el ángel o no lo invocan nunca o se olvidan fácilmente de él. ¡Cuántas bendiciones se pierden!
¡Es muy hermoso recibir la comunión acompañado de los ángeles!
Mi ángel me ayuda a hacer una buena comunión y, después de la misa, me acompaña a darle gracias al Señor por la misa celebrada.
Mi ángel ofrece todo lo que hago al Señor y reza por mí para que cumpla la misión que Dios me ha encomendado en este mundo.
Él quiere que sea un sacerdote santo y me lo recuerda muchas veces y me exige, porque es muy exigente, que sea fiel hasta en los más pequeños detalles.
Algunas personas me han preguntado alguna vez, si he visto a mi ángel. Les digo que NO, pero no hace falta verlo para estar seguro de su existencia y de su compañía.
Ahí está la vida de los grandes santos, que lo veían y nos cuentan cómo los ayudaba y consolaba. A veces, hasta les llevaba la comunión, cuando estaban enfermos.
Mi ángel es amigo de mis amigos y los ángeles de mis amigos son también mis amigos y puedo contar con ellos.
Entre los ángeles, no hay celos ni envidias. Todos nos aman, todos quieren ser nuestros amigos, y todos quieren ayudarnos.
Personalmente, me siento contento de ser amigo de todos los ángeles que existen, sin olvidarme de los santos y de las almas del purgatorio.
A todos los tengo presentes en la misa, especialmente, a todos mis familiares y antepasados.
Y, como he hecho un pacto con los ángeles, me siento feliz de saber que muchísimas bendiciones, que recibo de Dios, las recibo, porque ellos rezan por mí y aman y alaban a Dios en mi nombre.
Por mi parte, ofrezco algunas veces misas en su honor, especialmente, de mi ángel custodio y les doy mi bendición para que la repartan a los que la necesiten, porque ellos también me bendicen a mí de parte de Dios.
¡Que Dios sea bendito en sus santos y en sus ángeles! Amén.