Capítulo 23: Eucaristía y peregrinación
Jesús nos ha dejado este Sacramento para nosotros que peregrinamos a la Patria del cielo.
El camino es largo y fatigoso. Jesús lo hace más suave y amable porque lo camina con nosotros. El camino es arriesgado y peligroso. Por momentos aparecen las tentaciones, las dudas, el enemigo. Jesús es refugio y defensa. El camino es, a veces, oscuro y con nubarrones. Jesús Eucaristía lo ilumina con su sol espléndido. En el camino nos puede invadir, a veces, la tristeza, la desesperanza, el desencanto, como les pasó a los discípulos de Emaús. Pero Jesús Eucaristía hará arder nuestro corazón.
Jesús Eucaristía se quiere arrimar a nosotros, se hace también Él peregrino y se pone a caminar junto a nosotros, alentándonos, abriéndonos su corazón, explicándonos las Escrituras. ¡Qué calor nos infunde! En el camino nos amenaza la tarde, se hace tarde, se oscurece la vida. Y Jesús enciende la luz de su Eucaristía y nuestras pupilas se abren, se dilatan en Emaús.
Con Jesús nunca es tarde, nunca anochece, siempre es eterna primavera, es mediodía. En el camino no vemos el momento de sentarnos a descansar a la vera, o entrar a una casa para reponer fuerzas, y Jesús Eucaristía es ese descanso del peregrino.
En el camino sentimos hambre y sed. Por eso Cristo Eucaristía se hace comida y bebida para el peregrino. En el camino experimentamos el deseo de hablar con alguien, que nos haga agradable la subida, la monotonía de ese camino. Y Jesús Eucaristía quiere entablar con nosotros diálogos de amistad.
En este camino hacia la Patria Celestial nos pesa nuestra vida pasada, nuestros pecados gravan sobre nuestra conciencia y ponen plomo sobre nuestros pies, hasta el punto de inmovilizarlos. Y Jesús Eucaristía nos abre su corazón misericordioso, como a esa mujer de Samaria o como a ese Zaqueo de Jericó, y nuestros pecados se derriten y Él nos da alas ligeras para volar por ese camino.
Dios mismo se ha hecho peregrino en su Hijo Jesús. Ha atravesado el umbral de su trascendencia, se ha echado a las calles de los hombres y lo ha hecho a través de la Eucaristía. Jesús es el eterno peregrino del Padre que viene al encuentro del hombre que también peregrina hacia Dios. Entonces resulta que ya no sólo nosotros somos peregrinos hacia Dios sino que el mismo Dios en Jesús peregrina hacia nosotros haciéndose Él mismo el camino de esta peregrinación y el alimento para el camino y la compañía.
¿Cómo viene Jesús peregrino hacia nosotros?
Con un inmenso amor de hermano y ternura, con una entrañable compasión por nosotros y, sobre todo, con el corazón de Buen Pastor para subirnos y ponernos en sus hombros, contento y feliz, y darnos su alimento.
Y todo esto lo hace a través de su Eucaristía. En la Eucaristía Jesús es Pastor, que con sus silbos amorosos nos despierta de nuestros sueños, es Hermano mayor, que nos comprende y nos acoge como somos; es Vianda, que nos alimenta y fortalece.
Ahora entendemos por qué, cuando nos llega el momento de nuestra muerte, el sacerdote, junto con la unción de los enfermos, nos da la comunión como Viático para el camino al Padre, después de nuestra muerte.
¿Qué cosas no hay que hacer durante la peregrinación al Padre?
No debemos detenernos con las bagatelas del borde del camino, que nos atrasarían mucho el encuentro con Jesús. No debemos sestear en la pereza y comodidad de nuestros caprichos. No debemos desistir de caminar y volver atrás, desviándonos del camino recto, para volver al Egipto seductor que me ofrece sus cebollas, a la plaza de los placeres, a la vida libertina. No debemos echarnos a un lado y encerrarnos en nuestra propia tienda de campaña, en nuestra bolsa de dormir, despreciando la compañía de nuestros hermanos que nos animan con sus cantos.
Hagamos de la Eucaristía nuestra parada técnica durante la peregrinación para reponer fuerzas, cambiar las llantas, descansar, alimentarnos. Sí, la Eucaristía es solaz, es refugio, es hostal, es puesto de socorro y de primeros auxilios para todos los que peregrinan hacia la Patria del Padre Celestial.