14» La Iglesia y la Eucaristía
Autor: P. Angel Peña O.A.R
La Iglesia y la Eucaristía son un binomio inseparable (EE 57). La Iglesia hace la Eucaristía y la Eucaristía hace a la Iglesia (RH 20). Cristo no ha querido celebrar la Eucaristía fuera de la Iglesia.
Por ello, para disfrutar de la presencia real de Cristo en la Eucaristía necesitamos pertenecer a su Iglesia.
La Iglesia vive de la Eucaristía. Esta verdad no expresa solamente un experiencia cotidiana de fe, sino que encierra en síntesis el núcleo del misterio de la Iglesia (EE 1).
La Iglesia ha recibido la Eucaristía de Cristo, su Señor, no sólo como don entre otros muchos, aunque sea muy valioso, sino como el don por excelencia, porque es don de sí mismo, de su persona en su santa humanidad…
Cuando la Iglesia celebra la Eucaristía, memorial de la muerte y resurrección de su Señor, se hace realmente presente este acontecimiento central de la salvación y se realiza la obra de nuestra redención (EE 11)
En el humilde signo del pan y del vino, transformados en su cuerpo y en su sangre, Cristo camina con nosotros como nuestra fuerza y nuestro viático y nos convierte en testigos de esperanza para todos (EE 62).
Aquí está el tesoro de la Iglesia, el corazón del mundo, la prenda del fin al que todo hombre, aunque sea inconscientemente, aspira (EE 59).
La Eucaristía es el regalo más grande que Dios ha dado a su Iglesia y al mundo.
Es el corazón palpitante de la Iglesia, su fuerza y su esencia más profunda.
Por lo cual, la Iglesia y el mundo tienen gran necesidad del culto eucarístico. Jesús nos espera en este sacramento del Amor.
No escatimemos tiempo para ir a encontrarlo en la adoración, en la contemplación llena de fe y abierta a reparar las graves faltas y delitos del mundo. No cese nunca nuestra adoración38.
La Iglesia vive del Cristo eucarístico, de Él se alimenta y por Él es iluminada. La Eucaristía es misterio de fe y, al mismo tiempo, misterio de luz.
Cada vez que la Iglesia la celebra, los fieles pueden revivir de algún modo la experiencia de los dos discípulos de Emaús: se les abrieron los ojos y lo reconocieron (Lc 24, 31) (EE 6).
En cada misa y en cada sagrario debemos reconocer en la hostia consagrada al mismo Jesús que nació en Belén y murió en la cruz hace dos mil años. Y debemos amarlo y adorarlo, porque Él es nuestro Dios.
Por eso, los católicos nunca le podremos dar suficientes gracias a Dios por el gran tesoro de la Eucaristía, por tener con nosotros permanentemente al mismo Jesús.
Los discípulos de Emaús lo reconocieron al partir el pan, es decir, en la celebración de la misa, pues así se llamaba a la misa en los primeros siglos.
¿Y nosotros? ¿Lo reconocemos a Jesús bajo la apariencia de un pedazo de pan?
Los discípulos de Emaús le rogaron a Jesús: Quédate con nosotros, pues el día ya termina. Y dice el Evangelio que entró para quedarse con ellos (Lc 24, 29).
¿No sentiremos nosotros el deseo de ir a visitarlo y adorarlo? Y si está muy cerca de nuestra casa, ¿por qué no visitarlo más frecuentemente?
La presencia de Jesús en el sagrario ha de ser como un polo de atracción para un número cada vez mayor de almas enamoradas de Él, capaces de estar largo tiempo como escuchando su voz y sintiendo los latidos de su corazón…
Postrémonos largo rato ante Jesús presente en la Eucaristía, reparando con nuestra fe y nuestro amor los descuidos, los olvidos e, incluso, los ultrajes que nuestro Salvador padece en tantas partes del mundo (MND 18).
Cada parroquia debe ser una comunidad eucarística. La Iglesia es una comunidad universal eucarística. Ella no es simplemente un pueblo.
Constituida por muchos pueblos se transforma en un solo pueblo gracias a una sola mesa, que el Señor ha preparado para todos.
La Iglesia es por así decirlo, una red de comunidades eucarísticas y permanece siempre unida a través del único cuerpo de Cristo, que todos comulgamos39.
38 Juan Pablo II, El misterio y el culto de la Eucaristía 3.
39 Ratzinger Joseph, Eucaristía, centro de la vida, o.c., p. 128..