25.2» Adoración eucarística
Cúanta luz y cuánto amor
Autor: P. Angel Peña O.A.R
¡Cuánta luz y cuánto amor y ternura sale de los sagrarios de nuestras iglesias, mientras tantísimos católicos están muriendo de frío, porque están vacíos por dentro o porque han perdido la fe!
La Madre Teresa de Calcuta decía:
En el capítulo general que tuvimos en 1973, las hermanas pidieron que la adoración al Santísimo, que teníamos una vez por semana, la tuviéramos cada día, a pesar del enorme trabajo que pesaba sobre ellas. Esta intensidad de oración ante el Santísimo ha aportado un gran cambio en nuestra Congregación.
Hemos experimentado que nuestro amor a Jesús es más grande, nuestro amor de unas a otras es más comprensivo y nosotras tenemos el doble de vocaciones.
Pero, para muchos, Jesús Eucaristía es el gran desconocido, el Dios olvidado y abandonado.
En su vida terrena fue un hombre, en la hostia consagrada ni parece hombre y la mayoría de los católicos no le dan mucha importancia.
En su vida terrena, lo seguía mucha gente; en el sagrario está muy solo.
Pasa muchas noches en soledad, esperando que amanezca para que algún amigo venga a visitarlo. Y, sin embargo, del sagrario sale una luz divina que ilumina al mundo, mientras nosotros vamos a ciegas por la vida buscando estrellas de luz.
Él es la fuente de la vida y nosotros nos morimos de sed de amor.
Si queremos calentar nuestro espíritu, si necesitamos un amigo de verdad, si estamos tristes y necesitamos un poco de comprensión y alegría, ahí, en el sagrario, está Jesús, el amigo que siempre nos espera para bendecirnos y darnos todo lo que necesitemos.
Él esta deseando bendecirnos como bendijo a aquel niño, pequeño custodio de Jesús Eucaristía, en España.
Ocurrió en un pueblecito de España, llamado Almolda, de la provincia de Zaragoza, en el año 1936, durante la guerra civil.
Cuando los rojos (comunistas) entraron al pueblo, obligaron al hornero que quemase en su horno todas las imágenes de la iglesia, a las que habían hecho pedazos.
Cuando estaba quemando los restos de aquellas imágenes, el hijo del hornero, de tan solo cinco años de edad, vio que algo brillaba de modo especial.
Era el viril de la custodia que tenía todavía la hostia santa dentro de él.
En ese momento, el niño tomó la hostia con respeto y le dijo a su padre: Papá, aquí está Nuestro Señor.
Su padre le dijo: Guarda la hostia tú, hijo mío, que tú eres un ángel puro. El niño la cogió con respeto y la llevó a su habitación.
Durante el día, acompañaba a Jesús siempre que podía y durante la noche dormía junto a Él. Realmente, sintió un amor y un cariño especial por Jesús Eucaristía. Esto ocurrió durante más de dos años.
Al acabar la guerra, se avisó al párroco y se organizó una brillante procesión para llevar a Jesús hasta la iglesia parroquial.
Y pudo comprobarse que, a pesar del tiempo transcurrido, no se había corrompido la sagrada hostia.
El nombre de aquel niño era Antonio Peña y el de su padre José Peña Pallás, hornero del pueblo de Almolda124.
El padre Darío Betancourt cuenta: Una mañana me llamaron del hospital de Armenia, en Nueva York, para atender a Ann Greer, que llevaba dos meses inconsciente, rígida y con traqueotomía.
Yo le puse el portaviáticos (con Jesús Eucaristía) sobre la frente, que era el lugar donde había sido golpeada en un terrible accidente automovilístico.
Por la noche fuimos informados de que la niña había recobrado un poco de calor y sus miembros estaban más flexibles.
Al día siguiente, los médicos estaban admirados de la mejoría tan grande de la noche a la mañana. Dos días más tarde, reconocía y recordaba.
Una semana más tarde, Ann dejaba el hospital totalmente recuperada125.
Escribe el padre Ronald La Barrera: Durante una noche de adoración y alabanza, me llamó fuertemente la atención una niña de seis o siete años que, desde el momento en que expuse el Santísimo, vino delante del altar y estuvo las dos horas de rodillas o postrada con muchas lágrimas.
No podía creer lo que estaba viendo; por eso, al terminar, me dirigí hacia la niña para averiguar lo que le sucedía.
Ella me dijo que pedía a Jesusito que su papá volviera a casa.
Lo único que le dije fue: “El Señor ha escuchado tu oración y te dará fuerza para que aceptes su voluntad”.
Después me enteré que el papá hacía cuatro meses que se había ido de casa y nadie sabía nada de él. En todo ese tiempo, no se había comunicado con su familia ni por teléfono ni por carta.
Los vecinos ayudaban a la señora y a sus hijos para la comida y la dueña de casa esperaba que, en algún momento, le pudieran pagar.
Cada día que pasaba perdían, poco a poco, la esperanza de que el papá volviera.
Esta niña acudió aquella noche a Jesús y se postró delante de Él, lloró y suplicó durante dos horas para que su papá volviera...
Al día siguiente, a las 7 a.m., el papá apareció, tocando la puerta de la casa. Traía dinero para pagar la renta de la casa y llevó a su esposa e hijos a comer a un restaurante.
Algunos dirán que fue una coincidencia, pero para los que creemos en Dios sabemos que nada sucede sin que Él lo permita.
La oración humilde y sencilla de esta pequeñita, arrancó este milagro de Dios. Así la familia, libre de las angustias y tristezas, volvió a vivir con gozo y alegría el reencuentro con el papá126.
En otra ocasión: Habíamos terminado una noche de alabanza y adoración ante el Santísimo en Lindsey, California.
Pasamos dos horas maravillosas y nos despedíamos contentos de haber pasado unos momentos junto a Jesús. Alguien se acercó a pedirme que orara por un bebé; sus padres habían hecho dos horas de camino para llegar a la oración.
Les dije que Jesús es el que sana y nos pusimos delante del sagrario, con el papá que tenía al bebé de pocos meses de nacido y la mamá a su lado.
Un grupo de personas nos rodearon para unirse a la oración. El bebé tenía un soplo en el corazón y tenía que ser operado.
Los padres, con lágrimas en sus ojos, suplicaban a Dios por su hijo. De pronto, el bebé dejó de llorar y sonreía, y los padres, derramando lágrimas, también sonrieron.
Después me enteré que ya no necesitó la operación127.
124 Este caso fue publicado en el boletín parroquial del 29 de octubre de 1940. También se encuentra en el libro Milagros eucarísticos de Manuel Traval y Roset, Ed. Apostolado mariano, Sevilla, 2001, p. 306.
125 Betancourt Darío, La Eucaristía, p. 14.
126 La Barrera Ronald, El poder de la oración, Ed. Huellas, Trujillo (Perú), 2003, p. 80.
127 ib. p. 99.