Los Primeros Padres o Padres Apostólicos
4» San Ignacio de Antioquía
Parte 2
Las Siete Cartas
En su camino hacia Roma, San Ignacio escribió sus siete cartas y las dirigió a diversas comunidades cristianas.
Estas cartas están escritas en momentos de gran intensidad interior, reflejando la actitud espiritual de un hombre que ha aceptado ya plenamente la muerte por Cristo y sólo anhela el momento de ir a unirse definitivamente con él.
Al mismo tiempo afloran las preocupaciones de San Ignacio con respecto a los peligros doctrinales de las Iglesias.
Por una parte quiere asegurar la recta interpretación del sentido de la encarnación de Cristo, tanto contra los judaizantes que minimizaban el valor de la venida de Cristo en la carne como superación de la antigua dispensación, como contra los docetistas, que negaban la realidad de la misma encarnación, afirmando que el Verbo de Dios sólo había tomado una apariencia humana.
Por otra parte, San Ignacio está preocupado por asegurar la unidad amenazada dentro de las Iglesias, por ello insiste en la obediencia al obispo como principio de unidad.
Por su contenido, estas cartas tienen un gran interés doctrinal.
Bastantes de los temas que tratan están determinados por la polémica contra las herejías más difundidas, especialmente el docetismo, que negaba la realidad de la encarnación del Verbo.
San Ignacio afirma con energía la verdadera divinidad y la verdadera humanidad del Hijo de Dios. Otro punto importante es la doctrina sobre la Iglesia.
San Ignacio considera que el ser de la Iglesia está profundamente anclado en la Santísima Trinidad y, a la vez, expone la doctrina de la Iglesia como Cuerpo de Cristo.
Su unidad se hace visible en la estructura Jerárquica, sin la cual no hay Iglesia y sin la que tampoco es posible celebrar la Eucaristía.
Esta Jerarquía, con sus respectivas funciones, aparece con tanta claridad en sus escritos, que ésta fue una de las razones principales por las que se llegó a negar que las cartas fueran auténticas por parte de quienes opinaban que se habría dado un desarrollo más lento y gradual de la organización eclesiástica; pero esta autenticidad está hoy fuera de toda duda, ya que después de cientos de años; esta Jerarquía, es precisamente la que hoy conocemos y la que hoy gobierna la Santa Iglesia Católica.
A lo largo de su viaje, observa, escucha y escribe lo que ocurre: rápidamente discierne los viejos errores ya repetidamente combatidos por los Apóstoles, cuya raíz maligna sigue brotando por doquier:
El docetismo, que propugnaba un Cristo aparente, no realmente encarnado; el gnosticismo, que disuelve el cristianismo para reducirlo a una ciencia de auto salvación basada en el conocimiento de verdades pseudo-filosóficas; las tendencias judaizantes, y sobre todo, una doctrina que quiere dividir a la Iglesia en dos bloques contrapuestos, enfrentando a los fieles con el obispo y su presbiterio.
El obispo representa a Cristo; es el maestro; quien está unido a él está unido a Cristo; es el sumo Sacerdote y el que administra los sacramentos, de manera que sin contar con él no se puede administrar ni el bautismo ni la Eucaristía, y hasta el matrimonio es conveniente que se celebre con su conocimiento.
Cuatro de las siete cartas escritas por San Ignacio, fueron escritas desde Esmirna a las comunidades Cristianas de los Efesios, los Magnesianos, los Trallianos y los Romanos.
En ellas les da las gracias por las muestras de afecto hacia su persona, les pone en guardia contra las herejías y les anima a estar unidos a sus obispos; en la dirigida a los romanos, les ruega que no hagan nada por evitar su martirio, que es su máxima aspiración.
Las otras tres cartas, San Ignacio, las escribió desde Tróade y las dirigió a la comunidad de los Filadelfios, a los hermanos de Esmirna y la última a su gran amigo, el Obispo Policarpo, a quien le da consejos sobre la manera de desempeñar sus deberes como Obispo.
Todas las cartas son una profunda fuente para el conocimiento de la vida interna de la iglesia primitiva.
A través de ellas, San Ignacio deja ver con especial claridad la pacífica posesión de algunas de las verdades fundamentales de la fe.
Cristo ocupa un lugar central en la historia de la salvación, y ya los profetas que anunciaron su venida eran en espíritu discípulos suyos; Cristo es Dios y se hizo hombre, es Hijo de Dios e hijo de María, Virgen; es verdaderamente hombre, su cuerpo es un cuerpo verdadero y sus sufrimientos fueron reales, todo lo cual lo dice frente a los docetas que sostenían que el cuerpo de Cristo era apariencia.
Es en estas cartas donde encontramos por vez primera la expresión “Iglesia católica” para referirse al conjunto de los cristianos.
La Iglesia es llamada “el lugar del sacrificio”; refiriéndose con esto a la Eucaristía como sacrificio de la Iglesia, pues también la Didajé llama “Sacrificio” a la Eucaristía; además, “la Eucaristía es la Carne de Cristo, la misma que padeció por nuestros pecados”8.