7» El ángel de Dios
Autor: P. Angel Peña O.A.R
Vivimos en un mundo “invadido” por millones de enemigos invisibles, que buscan nuestra ruina temporal y eterna: los demonios.
¿Nos imaginamos que nuestro planeta fuera invadido por extraterrestres más inteligentes y poderosos que nosotros?
La ruina sería segura, y esto es lo que pasaría, si no tuviéramos a nuestro lado la ayuda de Dios, de los santos y de los ángeles.
Lamentablemente, muchos hombres no creen en la existencia de los demonios, seres perversos, enemigos implacables, que así pueden trabajar impunemente en el silencio y en la sombra.
Todas las guerras, asesinatos, odios y violencias son, de alguna manera, promovidos por ellos. Su influencia maléfica abarca a todas las áreas de la actividad humana.
Y nosotros ¿qué hacemos para contrarrestar a tan poderoso enemigo?
¿Nos protegemos con la oración y las armas de Dios (objetos benditos, etc.)?
Debemos saber que no estamos nunca solos. Tenemos un guardaespaldas que nos cuida: el ángel custodio.
Los “milagros” de la técnica moderna no lo han hecho desaparecer, pero no puede hacer nada ante quien no tiene fe.
Dios tampoco puede hacer nada ante quien voluntariamente se ha abandonado al enemigo y le ha entregado su alma por el pecado mortal, porque respeta su libertad.
¡Cuántas muertes y cuánto sufrimiento provocado por el maligno! ¡Cuánta paz y alegría conseguidas por la fe y la oración!
Veamos unos ejemplos reales.
Un autobús de peregrinos va hacia S. Giovanni Rotondo a visitar al Padre Pío. En el camino los detiene una gran tempestad de truenos, rayos y relámpagos. Ellos recuerdan el consejo del Padre Pío, de enviarle al ángel custodio ante cualquier dificultad.
Al día siguiente, al verlo, él les dice: “Esta noche me habéis despertado y he tenido que rezar por vosotros. Hacedlo siempre así y os ayudaré”.
Santa Micaela del Santísimo Sacramento dice que, en una oportunidad, durante un viaje en diligencia, ella invocó a su ángel custodio, quien salvó a los pasajeros, cuando los caballos se desbocaron.
San Juan Bosco les hablaba mucho a sus jóvenes del ángel guardián. Uno de ellos era albañil y, pocos días después, se cayó del andamio con otros dos.
Él había invocado a su ángel antes de trabajar y no se hizo nada, mientras que los otros dos murieron. La diferencia es clara.
¡Qué hermoso sería el mundo, si todos los hombres tuvieran fe y amor a Dios! Sus vidas resplandecerían “como las estrellas” (Dan 12,3).
Abramos, pues, las puertas y las ventanas de nuestras almas a la luz de Dios con un sincero arrepentimiento.
Los ángeles nos ayudarán, porque son como espejos que reflejan la luz de Dios a su alrededor.
Ellos son canales del amor y de la luz de Dios sobre las cosas y los hombres. Ellos quieren tu felicidad. Ellos son la alegría de Dios en el mundo y te sonríen sin cesar, cuando estás en gracia y sigues sus consejos.
Yo quiero soñar con un mundo nuevo, lleno de luz y de amor, donde reine la alegría y la paz.
Un mundo lleno de ángeles, de flores y de estrellas. Un mundo sin mal y sin maligno.
Un mundo feliz. ¿Utopía?
Algún día será realidad en el nuevo cielo y en la nueva tierra, donde “la muerte no existirá más ni habrá duelo ni llanto ni dolor, porque todo esto es ya pasado” (Ap 21,4). Mientras tanto, debemos continuar la batalla para reconquistar el mundo para Dios.
Recuerda que tu ángel es la alegría y la sonrisa de Dios a tu lado. Que él es todo para ti, para tu cuidado exclusivo, y tiene la misión de hacerte feliz.
Cuando estés triste, piensa en la alegría de Dios que te acompaña. Cuando estés sin rumbo y desorientado, piensa en la luz de Dios que te ilumina. Y en todo momento piensa que hay un ángel de Dios junto a ti, un amigo que te ama y te sonríe.
Que el ángel de la sonrisa, del amor, de la alegría, de la luz y de la paz te acompañe siempre y te dé la felicidad de Dios en tu corazón. Amén.
¿Sonríes a tu ángel?