“Queridos hijos, ¡quién mejor que yo puede hablaros del amor y del dolor de mi Hijo! He vivido con Él, he sufrido con Él.
Durante la vida terrena he experimentado el dolor, porque fui madre.
Mi Hijo amaba los pensamientos y las obras del Padre Celestial, el verdadero Dios.
Y, como Él me decía, había venido para redimiros. Yo escondía mi dolor en el amor, y vosotros, hijos míos, tenéis numerosas preguntas. No comprendéis el dolor.
No comprendéis que, a través del amor de Dios, debéis aceptar el dolor y soportarlo.
Cada criatura de Dios lo experimentará en menor o mayor medida, pero, con la paz en el alma y en estado de gracia, la esperanza existe: es mi Hijo, Dios, nacido de Dios.
Sus palabras son la semilla de la vida eterna que, sembradas en las almas buenas, producen numerosos frutos.
Mi Hijo ha llevado sobre sí el dolor porque ha tomado sobre sí vuestros pecados. Por eso, hijos míos, apóstoles de mi amor, vosotros que sufrís, sabed que vuestros dolores se convertirán en luz y en gloria.
Hijos míos, mientras soportáis el dolor, mientras sufrís, el Cielo entra en vosotros.
Y vosotros, dad un poco de Cielo y mucha esperanza a quienes tenéis alrededor.
¡Os doy las gracias!”