III. De la Biblia a la Misa
- De vuelta a la Misa ▬
Por esto empezamos la misa como lo hacemos.
Jesús dio la comisión a sus apóstoles de predicar su palabra y bautizar a todas las naciones en el nombre del Padre y del Hijo, y del Espíritu Santo (cfr. Mt. 28:19).
Como hijos e hijas recién nacidos del Padre, los bautizados han alcanzado estar en la mesa familiar de la Cena del Señor. Allá, “gustaron el don celestial y hechos partícipes del Espíritu Santo, han saboreado las buenas nuevas de Dios y los prodigios del mundo futuro” (cfr. Heb. 6:4). Recordamos este legado bíblico y participamos en el inicio de cada Misa. Al persignarnos y repetir las palabras de la comisión final del Señor, recordamos y renovamos nuestra alianza con Dios, alianza hecha en nuestro bautismo.
Los apóstoles iniciaron la tradición de marcar a los nuevos bautizados con la Señal de la Cruz.
Fue el sello de la salvación del Señor (cfr. 2 Cor. 1:22; Ef. 1:13) y una señal de protección por la cual “el Señor conoce a los que son suyos” (2 Tim. 2:19).
El último libro de la Biblia revela que los marcados con “el sello de Dios vivo” en sus frentes serán liberados de la destrucción (Apoc. 7:3; 9:4; 14:1; 22:4) y son convocados a la liturgia celestial “las bodas del Cordero” (cfr. Apoc. 19:7,9; 21:9).
Hemos sido salvados del pecado y la muerte y nos alegramos por ser invitados a la Cena del Cordero. En esto estamos verdaderamente en la Misa.
Ciertamente, Él está con nosotros cuando nos reunimos en su nombre (cfr. Mt. 18:20). Escuchamos el cumplimiento de las palabras de la promesa bíblica, “El Señor esté con ustedes”.
La Biblia termina con la promesa del Señor que vendrá pronto (cfr. Apoc. 22:20). Donde termina la Biblia, empieza la Misa.