Monday December 23,2024
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VISIONES DE

ANA CATALINA EMMERICK

La dolorosa pasión de nuestro Señor Jesucristo
Libro 2
La Dolorosa Pasión de Nuestro Señor Jesucristo

Libro: [ 1 ] [ 2 ] [ 3 ]


»1.-Preparación de la Pascua

»2.-El Cenáculo

»3.-Disposiciones para el tiempo pascual

»4.-El Cáliz de la santa Cena

»5.-Jesús va a Jerusalén

»6.-Última Pascua

»7.-El lavatorio de los pies

»8.-Institución de la Sagrada Eucaristía

»9.-Instituciones secretas y consagraciones 

»10.-Jesús en el monte de los Olivos

»11.-Judas y los suyos

»12.-Prisión de Jesús

»13.-Jesús delante de Anás

»14.-Jesús delante de Caifás

»15.-Negación de Pedro

»16.-María en casa de Caifás

»17.-Jesús en la cárcel

»18.-Juicio de la mañana

»19.-Desesperación de Judas

»20.-Jesús conducido a presencia de Pilatos

»21.-Origen del Via Crucis

»22.-Pilatos y su mujer

»23.-Jesús delante de Herodes

»24.-De Herodes a Pilatos

»25.-Flagelación de Jesús 

»26.-La coronación de espinas

»27.-¡Ecce Homo!

»28.-Jesús condenado a muerte

»29.-Jesús con la Cruz a cuestas

»30.-Primera caída de Jesús debajo de la Cruz

»31.-Jesús encuentra a su Santísima Madre – Segunda caída

»32.-Simón Cirineo – Tercera caída de Jesús

»33.-La Verónica y el Sudario

»34.-Las hijas de Jerusalén

»35.-Jesús sobre el Gólgota

»36.-María y las santas mujeres van al Calvario

»37.-Jesús despojado de sus vestiduras y clavado en la cruz

»38.-Exaltación de la Cruz 

»39.-Crucifixión de los ladrones

»40.-Jesús crucificado y los dos ladrones

»41.-Primera palabra de Jesús en la Cruz

»42.-Eclipse de sol – Segunda y tercera palabras de Jesús

»43.-Estado de la ciudad y del templo - Cuarta palabra de Jesús

»44.-Quinta, sexta y séptima palabras. Muerte de Jesús

»45.-Temblor de tierra – Aparición de los muertos en Jerusalén

»46.-José de Arimatea pide a Pilatos el cuerpo de Jesús

»47.-Abertura del costado de Jesús – Muerte de los ladrones

»48.-El descendimiento

»49.-Jesús metido en el sepulcro

»50.-Los judíos ponen guardia en el sepulcro

»51.-Los amigos de Jesús el Sábado Santo

»52.-Jesús baja a los infiernos

»53.-La noche antes de la Resurrección

»54.-José de Arimatea puesto en libertad

»55.-La noche de la Resurrección

»56.-Resurrección del Señor

»57.-Las santas mujeres en el sepulcro

»58.-Relación de los guardias del sepulcro

»59.-Fin de estas meditaciones para la Cuaresma

 

 

Jesús delante de Anás 


Anás y Caifás habían recibido inmediatamente el aviso de la prisión de Jesús, y en su casa estaba todo en movimiento. Los mensajeros corrían por el pueblo para convocar los miembros del Consejo, los escribas y todos los que debían tomar parte en el juicio. Toda la multitud de los enemigos de Jesús iba al tribunal de Caifás, conducida por los fariseos y los escribas de Jerusalén, a los cuales se juntaban muchos de los vendedores, echados del templo por Jesús, muchos doctores orgullosos, a los cuales había cerrado la boca en presencia del pueblo y otros muchos instrumentos de Satanás, llenos de rabia interior contra toda santidad, y por consecuencia contra el Santo de los santos. Esta escoria del pueblo judío fue puesta en movimiento y excitada por alguno de los principales enemigos de Jesús, y corría por todas partes al palacio de Caifás, para acusar falsamente de todos los crímenes al verdadero Cordero sin mancha, que lleva los pecados del mundo, y para mancharlo con sus obras, que, en efecto, ha tomado sobre sí y expiado. Mientras que esta turba impura se agitaba, mucha gente piadosa y amigos de Jesús, tristes y afligidos, pues no sabían el misterio que se iba a cumplir, andaban errantes acá y allá, y escuchaban y gemían. Otras personas bien intencionadas, pero débiles e indecisas, se escandalizaban, caían en tentación, y vacilaban en su convicción. El número de los que perseveraba pequeño. Entonces sucedía lo que hoy sucede: se quiere ser buen cristiano cuando no se disgusta a los hombres, pero se avergüenza de la cruz cuando el mundo la ve con mal ojo. Sin embargo, hubo muchos cuyo corazón fue movido por la paciencia del Salvador en medio de tantas crueldades y que se retiraron silenciosos y desmayados. 

A media noche Jesús fue introducido en el palacio de Anás, y lo llevaron a una sala muy grande. En frente de la entrada estaba sentado Anás, rodeado de veintiocho consejeros. Su silla estaba elevada del suelo por algunos escalones. Jesús, rodeado aún de una parte de los soldados que lo habían arrestado, fue arrastrado por los alguaciles hasta los primeros escalones. El resto de la sala estaba lleno de soldados, de populacho, de criados de Anás, de falsos testigos, que fueron después a casa de Caifás. Anás esperaba con impaciencia la llegada del Salvador. Estaba lleno de odio y animado de una alegría cruel. Presidía un tribunal, encargado de vigilar la pureza de la doctrina, y de acusar delante de los príncipes de los sacerdotes a los que la infrigían. Vi al Divino Salvador delante de Anás, pálido, desfigurado, silencioso, con la cabeza baja. Los alguaciles tenían la punta de las cuerdas que apretaban sus manos. Anás, viejo, flaco y seco, de barba clara, lleno de insolencia y orgullo, se sentó con una sonrisa irónica, haciendo como que nada sabía y que extrañaba que Jesús fuese el preso que le habían anunciado. He aquí lo que dijo a Jesús, o a lo menos el sentido de sus palabras:

"¿Cómo, Jesús de Nazareth? Pues ¿dónde están tus discípulos y tus numerosos partidarios? ¿dónde está tu reino? Me parece que las cosas no se han vuelto como tú creías; han visto que ya bastaba de insultos a Dios y a los sacerdotes, de violaciones de sábado. ¿Quiénes son tus discípulos? ¿dónde están? ¿Callas? ¡Habla, pues, agitador, seductor! ¿No has comido el cordero pascual de un modo inusitado, en un tiempo y en un sitio adonde no debías hacerlo? ¿Quieres tú introducir una nueva doctrina? ¿Quién te ha dado derecho para enseñar? ¿Dónde has estudiado?

Habla, ¿cuál es tu doctrina?". Entonces Jesús levantó su cabeza cansada, miró a Anás, y dijo: "He hablado en público, delante de todo el mundo: he enseñado siempre en el templo y en las sinagogas, adonde se juntan los judíos. Jamás he dicho nada en secreto. ¿Por qué me interrogas? Pregunta a los que me han oído lo que les he dicho. Mira a tu alrededor; ellos saben lo que he dicho". A estas palabras de Jesús, el rostro de Anás expresó el resentimiento y el furor. Un infame ministro que estaba cerca de Jesús lo advirtió; y el miserable pegó con su mano cubierta de un guante de hierro, una bofetada en el rostro del Señor, diciendo: "¿Así respondes al Sumo Pontífice?". Jesús, empujado por la violencia del golpe, cayó de un lado sobre los escalones, y la sangre corrió por su cara. La sala se llenó de murmullos, de risotadas y de ultrajes. Levantaron a Jesús, maltratándolo, y el Señor dijo tranquilamente: "Si he hablado mal, dime en qué; pero si he hablado bien, ¿por qué me pegas?". Exasperado Anás por la tranquilidad de Jesús, mandó a todos los que estaban presentes que dijeran lo que le habían oído decir.

Entonces se levantó una explosión de clamores confusos y de groseras imprecaciones. "Ha dicho que era rey; que Dios era su padre; que los fariseos eran unos adúlteros; subleva al pueblo; cura, en nombre del diablo, el sábado; los habitantes de Ofel le rodeaban con furor, le llaman su Salvador y su Profeta; se deja nombrar Hijo de Dios; se dice enviado por Dios; no observa los ayunos; come con los impuros, los paganos, los publicanos y los pecadores". Todos estos cargos los hacían a la vez: los acusadores venían a echárselos en cara, mezclándolos con las más groseras injurias, y los alguaciles le pegaban y le empujaban, diciéndole que respondiera. Anás y sus consejeros añadían mil burlas a estos ultrajes, y le decían: "¡Esa es tu doctrina! ¿Qué respondes? ¿Qué especie de Rey eres tu? Has dicho que eres más que Salomón. No tengas cuidado, no te rehusaré más tiempo el título de tu dignidad real". 

Entonces Anás pidió una especie de cartel, de una vara de largo y tres dedos de ancho; escribió en él una serie de grandes letras, cada una indicando una acusación contra el Señor. Después lo envolvió, y lo metió en una calabacita vacía, que tapó con cuidado y ató después a una caña. Se la presentó a Jesús, diciéndole con ironía: "Este es el cetro de tu reino: ahí están reunidos tus títulos, tus dignidades y tus derechos. Llévalos al Sumo Sacerdote para que conozca tu misión y te trate según tu dignidad. Que le aten las manos a ese Rey, y que lo lleven delante del Sumo Sacerdote". Ataron de nuevo las manos a Jesús; sujetaron también con ello el simulacro del cetro, que contenía las acusaciones de Anás; y condujeron a Jesús a casa de Caifás, en medio de la risa, de las injurias y de los malos tratamientos de la multitud. La casa de Anás estaría a trescientos pasos de la de Caifás. El camino, que era a lo largo de paredes y de pequeños edificios dependientes del tribunal del Sumo Pontífice, estaba alumbrado con faroles y cubierto de judíos, que vociferaban y se agitaban. Los soldados podían apenas abrir por medio de la multitud. Los que habían ultrajado a Jesús en casas de Anás repetían sus ultrajes delante del pueblo; y el Salvador fue injuriado y maltratado todo el camino. Vi hombres armados rechazar algunos grupos que parecían comparecer al Señor, dar dinero a los que se distinguían por su brutalidad con Jesús y dejarlos entrar en el patio de Caifás. 

 

   

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