De Herodes a Pilatos
Los enemigos de Jesús le condujeron de Herodes a Pilatos. Estaban avergonzados de tener que volver al sitio donde había sido ya declarado inocente. Por eso tomaron otro camino mucho más largo, para presentarle en medio de su humillación a otra parte de la ciudad, y también con el fin de dar tiempo a sus agentes para que agitaran los grupos conforme a sus proyectos. Ese camino era más duro y más desigual, y todo el tiempo que duró no cesaron de maltratar a Jesús. La ropa que le habían puesto le impedía andar, se cayó muchas veces en el lodo, lo levantaron a patadas, y dándole palos en la cabeza; recibió ultrajes infinitos, tanto de parte de los que le conducían, como del pueblo que se juntaba en el camino. Jesús pedía a Dios no morir, para poder cumplir su pasión y nuestra redención. Eran las ocho y cuarto cuando llegaron al palacio de Pilatos. La Virgen Santísima, Magdalena, y otras muchas santas mujeres, hasta veinte, estaban en un sitio, donde lo podían oír todo. Un criado de Herodes había venido ya a decir a Pilatos que su amo estaba lleno de gratitud por su fineza, y que no habiendo hallado en el célebre Galileo más que un loco estúpido, le había tratado como tal, y se lo volvía. Los alguaciles hicieron subir a Jesús la escalera con la brutalidad ordinaria; pero se enredó en su vestido, y cayó sobre los escalones de mármol blanco, que se tiñeron con la sangre de su cabeza sagrada; el pueblo reía de su caída y los soldados le pegaban para levantarlo. Pilatos avanzó sobre la azotea, y dijo a los acusadores de Jesús: "Me habéis traído a este hombre, como a un agitador del pueblo, le he interrogado delante de vosotros y no le he hallado culpable del crimen que le imputáis. Herodes tampoco le encuentra criminal. Por consiguiente, le mandaré azotar y dejarle". Violentos murmullos se elevaron entre los fariseos. Era el tiempo en que el pueblo venía delante del gobernador romano para pedirle, según una antigua costumbre, la libertad de un preso. Los fariseos habían enviado sus agentes con el fin de excitar a la multitud, a no pedir la libertad de Jesús, sino su suplicio. Pilatos esperaba que pedirían la libertad de Jesús, y tuvo la idea de dar a escoger entre Él y un insigne criminal, llamado Barrabás, que horrorizaba a todo el mundo. Hubo un movimiento en el pueblo sobre la plaza: un grupo se adelantó, encabezado por sus oradores, que gritaron a Pilatos: "Haced lo que habéis hecho siempre por la fiesta". Pilatos les dijo: "Es costumbre que liberte un criminal en la Pascua. ¿A quién queréis que liberte: a Barrabás o al Rey de los Judíos, Jesús, que dicen el ungido del Señor?". A esta pregunta de Pilatos hubo alguna duda en la multitud, y sólo algunas voces gritaron: "¡Barrabás!". Pilatos, habiendo sido llamado por un criado de su mujer, salió de la azotea un instante, y el criado le presentó la prenda que él le había dado, diciéndole: "Claudia Procla os recuerda la promesa de esta mañana". Mientras tanto los fariseos y los príncipes de los sacerdotes estaban en una grande agitación, amenazaban y ordenaban. Pilatos había devuelto su prenda a su mujer, para decirle que quería cumplir su promesa, y volvió a preguntar con voz alta: "¿Cuál de los dos queréis que liberte?". Entonces se elevó un grito general en la plaza: "No queremos a este, sino a Barrabás". Pilatos dijo entonces: "¿Qué queréis que haga con Jesús, que se llama Cristo?". Todos gritaron tumultuosamente: "¡Que sea crucificado!, ¡que sea crucificado!". Pilatos preguntó por tercera vez: "Pero, ¿qué mal ha hecho? Yo no encuentro en Él crimen que merezca la muerte. Voy a mandarlo azotar y dejarlo". Pero el grito "¡crucificalo!, ¡crucificalo!" se elevó por todas partes como una tempestad infernal; los príncipes de los sacerdotes y los fariseos se agitaban y gritaban como furiosos. Entonces el débil Pilatos dio libertad al malhechor Barrabás, y condenó a Jesús a la flagelación.
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