5» DIA QUINTO
Ejemplo:
El día en que el Niño Jesús llegó a su nuevo Templo
El 27 de Julio de 1942 fue consagrado el nuevo te3mplo del Niño Jesús en Bogotá.
La consagración la hizo el más famoso prelado de la nación en ese entonces, Monseñor Juan Manel González Arbeláez, Arzobispo Coadjuntor de Bogotá.
A las 8 y 30 de la mañana se celebró por última vez la Santa Misa en en antiguo cobertizo del campo y luego la inmensa multitud emprendió la procesión cantando y rezando, alrededor de la imagen del Divino Niño. Allí andaban juntos orando los ricos y los pobres, los conservadores y los liberales.
Los principales señores de la ciudad se disputaban el honor de llevar por buenos ratos las andas donde iba la Sagrada imagen.
El Divino Infante con su túnica rosada, su ceñidor azul, sus brazos abiertos, y llevando junto a sus pies el lema de "YO REINARÉ", recorría majestuoso las calles repletas de inmensa cantidad de devotos fervorosos.
Parecía llevado, no en hombros humanos sino bogando sobre un mar de cabezas.
La multitud lo vivaba y batía pañuelos a su paso.
Los buses llegaban casi prendidos unos a otros. Las filas de automoviles eran interminables y entre tanto gentió no se notaba desorden alguno.
Más de sesenta mil devotos llegaron aquel día a tan apartado sitio del extremo de la ciudad.
Era un espectáculo imponente y conmovedor.
La mayor parte tuvo que contentarse con saludar la imagen del Divino Niño al verla pasar, porque al templo era casi imposible entrar. Su capacidad era para tres mil personas y allí había sesenta mil.
La Santa Misa se transmitía por altoparlantes hacia la plaza y cuando un grupo de personas abandonaba el templo, una nueva y grande marejada humana llenaba de nuevo el sagrado recinto.
Durante todas las horas del día fue continua la romería.
La linda imagen del Niño Jesús recibía el homenaje del pueblo bogotano que iba a postrarse a las plantas de su Rey para depositar allí la historia de sus pesares, contarle sus angustias, pedirle gracias y bendecirlo por sus continuas y formidables favores.
La prensa capitalina habló ampliamente de estas festividades y los devotos del Divino Niño volvieron a sus casas llenos de emoción y entusiasmo.
Pero el que más alegría sintió fue el Padre Juan, que veía terminada la obra del Templo al cual le había dedicado cuatro años de trabajo día por día y hora por hora.
Esa noche antes de irse rendido al descanso, estampó un beso afectuoso a la sagrada imagen y le gritó lleno de emoción: "Gracias Niño Jesús".
(El siempre empeaba y terminaba cada día dándole un beso cariñoso a la estampita del Niño Jesús que llevaba en su libro de rezos).