Las Horas de la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo
Quinta Hora
De las 9 a las 10 de la Noche
5 » Primera hora de agonía en El Huerto de Getsemaní
Afligido Jesús mío, como por una corriente eléctrica me siento atraída a este huerto... Ah, comprendo que Tú me llamas, y como por un potente imán siento atraído mi herido corazón, y yo corro pensando para mí:
“¿Qué cosa es esta atracción de amor que siento en mí? ¡Ah, es mi perseguido Jesús que se encuentra en tal estado de amargura que siente necesidad de mi compañía.”
Y yo corro, vuelo, ¿pero qué?, me siento sobrecogida al entrar en este Huerto...es la oscuridad de la noche, la intensidad del frío, el moverse lento de las hojas que como voces lastimeras presagian penas, tristezas y muerte para mi dolorido Jesús.
El dulce centellear de las estrellas, que como ojos llorosos están mirando atentas, y haciendo eco a las lágrimas de Jesús me reprochan mis ingratitudes. Yo tiemblo, y en la oscuridad lo voy buscando y lo llamo:
Jesús, ¿dónde estás? ¿Me llamas y no te dejas ver? ¿Me llamas y te escondes?”.
Todo es terror, todo es espanto y silencio profundo... Pongo toda mi atención en mis oídos y percibo su respirar afanoso...y es precisamente a Jesús a quien encuentro.
¡Pero qué cambio funesto ha habido! Ya no es el dulce Jesús de la Cena Eucarística, cuyo rostro resplandecía con una hermosura arrebatadora y deslumbrante, sino que ahora está triste, con una tristeza mortal que eclipsa su belleza...
Ya está en agonía, y yo me siento turbada al pensar que no escucharé más su voz, pues parece que muere, y por eso me abrazo a sus pies, y haciéndome más atrevida me acerco a sus brazos, le pongo la mano en la frente para sostenerlo y en voz baja lo llamo: “Jesús, Jesús”.
Y entonces Él respondiendo a mi voz, me mira y me dice: “Hija, ¿estás aquí? Te estaba esperando, pues el completo abandono de todos es la tristeza que más me oprime.
Y te esperaba a ti para hacerte espectadora de mis penas y para hacerte beber conmigo el cáliz de las amarguras que mi Padre Celestial me enviará dentro de poco por medio de un ángel.
Lo beberemos juntos, no será un cáliz de consuelo sino de intensa amargura, y siento la necesidad de que las almas que me aman beban alguna gota al menos...Por eso te he llamado, para que tú lo aceptes y compartas conmigo mis penas y me asegures que no me vas a dejar solo en tanto abandono.”
Ah sí, angustiado Jesús mío, bebamos juntos el cáliz de tus amarguras, suframos juntos tus penas, yo no me separaré jamás de estar a tu lado.
Entonces mi afligido Jesús, después de habérselo asegurado, entra en agonía mortal y sufre penas jamás vistas ni escuchadas. Y yo, no pudiendo resistir y queriendo compadecerlo y aliviarlo, le digo:
Dime, ¿por qué estás tan triste, tan afligido y solo en este Huerto y en esta noche? Es la última noche de tu vida en la tierra, pocos momentos te quedan para comenzar tu Pasión...
Yo pensaba encontrar al menos a la Celestial Mamá, a la amante Magdalena, a tus fieles Apóstoles, pero por el contrario, solo, solo te encuentro, abrumado por una tristeza que te da muerte despiadada, pero sin hacerte morir.
Oh Bien mío y todo mío, ¿no me respondes?, háblame. Pero parece que te falta la palabra, tan grande es la tristeza que te oprime... Oh Jesús mío, esa mirada tuya, llena de luz, sí, pero afligida e inquieta, que parece que busca ayuda...
Ese tu rostro tan pálido, esos tus labios tan abrasados por el amor, esa tu Divina Persona que tiembla toda de pies a cabeza, ese tu corazón que te palpita tan fuerte y esos latidos tuyos que buscan almas y que te dan tal afán que parece que de un momento a otro vayas a expirar...me dicen que Tú estás solo y que quieres mi compañía...
¡Y aquí me tienes, Jesús toda para ti y contigo! Pero mi corazón no resiste al verte tirado por tierra; entre mis brazos te tomo y te estrecho a mi corazón; quiero contar uno a uno tus afanes, una por una las ofensas que se te presentan ante tu mente, para darte por todo, alivio, por todo, reparación, y por todo darte mi compasión por lo menos.
Pero oh Jesús mío, mientras te tengo entre mis brazos tus sufrimientos aumentan; siento correr en tus venas un fuego, siento que la sangre te hierve y te quiere romper las venas para salir fuera.
Dime, Amor mío, ¿qué tienes? No veo azotes ni espinas ni clavos ni Cruz, y sin embargo, apoyando mi cabeza sobre tu corazón siento que crueles espinas te traspasan la cabeza, ¿qué flagelos tan despiadados son esos que no te dejan a salvo ninguna partícula, ni dentro ni fuera de tu Divina Persona y que hacen que tus manos están contraídas y desfiguradas más que si fuera por clavos?
Dime, dulce Bien mío, ¿quién es el que tanto poder tiene, hasta en tu interior, para atormentarte tanto y hacerte sufrir tantas muertes por cuantos tormentos te da? Y parece que Jesús bendito abriendo sus labios exánimes y moribundos me dice:
“Hija mía, ¿quieres saber quién es el que me atormenta más que los mismos verdugos, es más, que ellos serán nada en comparación con él?
¡Es el amor eterno!, que queriendo tener la supremacía en todo, me está haciendo sufrir todo junto y hasta en lo más íntimo, lo que los verdugos me harán sufrir poco a poco.
¡Ah hija mía! Es el amor que prevalece por entero sobre Mí y en Mí.
El amor es para Mí clavo, el amor es para Mí flagelo, el amor es para Mí corona de espinas, el amor es para Mí todo, el amor es para Mí mi Pasión perenne, mientras que la Pasión que los hombres me darán es temporal...
Ah hija mía, entra en mi corazón y vente a perder en mi Amor y sólo en mi Amor comprenderás cuánto he sufrido y cuánto te he amado, y aprenderás a amarme y a sufrir sólo por amor”.
Oh Jesús mío, ya que Tú me llamas adentro de tu Corazón para hacerme ver lo que el amor te hizo sufrir, yo entro en él, y al entrar encuentro los portentos del amor, que no te corona la cabeza con espinas materiales sino con espinas de fuego, que no te flagela con cuerdas sino con flagelos de fuego, que te crucifica no con clavos de hierro sino de fuego... todo él es fuego que te penetra en tus huesos hasta la médula, y que destilando en fuego a toda tu Santísima Humanidad te causa penas mortales, evidentemente más que en la misma Pasión, y prepara un baño de amor para todas las almas que hayan de querer lavarse de cualquier mancha y adquirir el derecho de ser hijas del amor.
¡Oh amor sin fin yo me siento retroceder ante tal inmensidad de amor, y veo que para poder entrar en el amor y comprenderlo, debo ser toda Amor! ¡Y, oh Jesús mío, no lo soy!
Pero ya que Tú quieres mi compañía y quieres que entre en Ti, te suplico que me hagas convertirme toda en amor; te suplico que corones mi cabeza y cada uno de mis pensamientos con la corona del amor; te pido, oh Jesús, que con el flagelo del amor flageles mi alma, mi cuerpo, mis potencias, mis sentimientos, mis deseos, mis afectos, en suma, todo, y en todo quede flagelada y sellada por el amor. Haz, oh amor interminable, que no haya cosa alguna en mí que no tome vida del amor...
Oh Jesús, centro de todos los amores, te suplico que claves mis manos y mis pies con los clavos del amor para que enteramente clavada por el Amor, en Amor me convierta, el amor entienda, de amor me vista, de amor me alimente, y el amor me tenga toda clavada en Ti a fin de que ninguna cosa, ni dentro ni fuera de mí, se atreva a desviarme y alejarme del amor, oh Jesús”.