Las Horas de la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo
Vigésima Segunda Hora
De la 2 a las 3 de la Tarde
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» Tercera Hora de agonía En la Cruz
Muerte de Jesús
Quinta Palabra
Crucificado mío agonizante, abrazado a tu Cruz siento el fuego que devora a toda tu Divina Persona; el Corazón te palpita con tanta violencia que, hinchándote el pecho, te atormenta en un modo tan tremendo y horrible que toda tu santísima Humanidad sufre una transformación que te hace irreconocible...
El amor, del que tu Corazón es hoguera, te seca y te quema todo, y Tú, no pudiendo contenerlo, sientes la fuerza de su tormento, que más que por la sed corporal, por haber derramado toda tu Sangre, te atormenta por la sed ardiente por la salvación de nuestras almas.
Tu sed de nosotros es tanta que quisieras bebernos como agua para ponernos a todos a salvo dentro de ti, y por eso, reuniendo tus debilitadas fuerzas, gritas: “¡TENGO SED!”.
Y ah, esta Palabra la repites a cada corazón diciéndole:
“Tengo sed de tu voluntad, de tus afectos, de tus deseos, de tu amor; agua más fresca y dulce no podrías darme que tu alma...
¡Ah, no me dejes abrasarme! Tengo sed ardiente, por la que no sólo me siento abrasar la lengua y la garganta, tanto que no puedo ya articular ni una palabra, sino que me siento también secar el Corazón y las entrañas.
¡Piedad de mi sed, piedad...!. Y como delirando por la gran sed, te abandonas a la Voluntad del Padre.
Ah, mi corazón no puede vivir más, viendo la impiedad de tus enemigos, que en lugar de darte agua, te dan hiel y vinagre, y Tú no los rechazas...
Ah, lo comprendo, es la hiel de tantos pecados, es el vinagre de nuestras pasiones no dominadas lo que quieren darte, y que en lugar de confortarte te abrasan aun más...
Oh Jesús mío, he aquí mi corazón, mis pensamientos, mis afectos..., he aquí todo mi ser para calmar tu sed y para dar un alivio a tu boca seca y amargada.
Todo lo que tengo, todo lo que soy, todo es para ti, oh Jesús mío. Si fueran necesarias mis penas para poder salvar incluso a una sola alma, aquí me tienes, estoy dispuesta a sufrirlo todo.
A ti yo me ofrezco por entero, haz de mí lo que mejor te plazca.
Quiero reparar el dolor que sufres por todas las almas que se pierden y por la pena que te dan aquellas que, cuando Tú permites que tengan tristezas o abandonos, ellas, en vez de ofrecértelos a ti para aplacar la sed devoradora que te consume, se abandonan a sí mismas, y así te hacen sufrir aún más.
Sexta Palabra Agonizante Bien mío, el mar interminable de tus penas, el fuego que te consume, y más que nada el Querer Supremo del Padre, que quiere que Tú mueras, no nos permiten esperar ya que puedas continuar viviendo.
¿Y yo cómo voy a poder vivir sin ti? Ya te faltan fuerzas, tus ojos se velan, tu rostro se transforma y se cubre de una palidez mortal..., la boca está entreabierta, la respiración fatigosa e intermitente, tanto que ya no hay más esperanzas de que te puedas reanimar...
Al fuego que te abrasa se sustituye un frío, un sudor frío que te baña la frente; los músculos y nervios cada vez más se contraen por la crudeza de los dolores y por las heridas que hacen los clavos.
Las llagas se siguen abriendo aún..., y yo tiemblo, me siento morir...
Te miro, oh Bien mío, y veo que de tus ojos brotan las últimas lágrimas, mensajeras de tu cercana muerte, mientras que fatigosamente haces oír aún otra Palabra: ”¡TODO ESTA CONSUMADO!”.
Oh Jesús mío, ya lo has agotado todo, ya no te queda nada más. El amor ha llegado a su término... Y yo, ¿me he consumido toda por tu amor?
¿Qué agradecimiento no deberé yo darte, cuál no tendrá que ser mi gratitud hacia ti? Oh Jesús mío, quiero reparar por todos, reparar por las faltas de correspondencia a tu amor, y consolarte por las afrentas que recibes de las criaturas mientras que Tú te estás consumiendo de amor en la Cruz.
Séptima Palabra Jesús mío, Crucificado agonizante, ya estás a punto de dar el último respiro de tu vida mortal. Tu santísima Humanidad está ya rígida; el Corazón parece que no te late más...
Con la Magdalena me abrazo a tus pies y quisiera, si fuera posible, dar mi vida para reanimar la tuya.
Entre tanto, oh Jesús, veo que de nuevo abres tus ojos moribundos y miras en torno a la Cruz, como si quisieras decir tu último Adiós a todos; miras a tu agonizante Mamá, que ya no tiene más movimiento ni voz por las tremendas penas que sufre, y con tu mirada le dices:
“Adiós Mamá, Yo me voy, pero te tendré en mi Corazón. Tú cuida de los míos y tuyos.”
Miras a Magdalena, anegada en lágrimas, a tu fiel Juan, y con tu mirada les dices: “Adiós...”.
Miras con amor a tus mismos enemigos y con tu dulce y agonizante mirada les dices: “Os perdono y os doy el beso de paz”.
Nada escapa a tu mirada; de todos te despides y a todos perdonas...
Después, reuniendo todas tus fuerzas y con voz potente y sonora gritas:
“¡PADRE, EN TUS MANOS ENTREGO MI ESPIRITU!“. E inclinando la cabeza, expiras...
Jesús mío, a este grito se trastorna toda la naturaleza y llora tu muerte..., la muerte de su Creador.
La tierra se estremece fuertemente y con su temblor parece que llore y quiera sacudir el espíritu de todos para que te reconozcan como el verdadero Dios...
El velo del Templo se rasga; los muertos resucitan; el sol, que ha llorado hasta ahora por tus penas, retira su luz horrorizado...
Tus enemigos, a este grito, caen de rodillas y golpeándose el pecho, algunos dicen:
“Verdaderamente Este es el Hijo de Dios”. Y tu Madre, petrificada y moribunda, sufre penas más amargas que la muerte...
Muerto Jesús mío, con este grito nos has puesto también a nosotros todos en las manos del Padre, para que no nos rechace.
Es por esto por lo que has gritado fuerte, y no sólo con la voz sino con todas tus penas y con la voz de tu Sangre:
“¡Padre, en tus manos pongo mi espíritu y a todas las almas!”.
Jesús mío, también yo me abandono en ti. Dame la gracia de morir por entero en tu amor, en tu Querer, y te suplico que no permitas jamás que ni en la vida ni en la muerte salga yo de tu Santísima Voluntad.
Quiero reparar por todos aquellos que no se abandonan perfectamente a tu Santísima Voluntad, perdiendo o reduciendo así el precioso fruto de tu Redención...
¿Cuál no será el dolor de tu Corazón, oh Jesús mío, al ver tantas criaturas que huyen de tus brazos y se abandonan a sí mismas?
Oh Jesús mío, piedad para todos... Beso tu cabeza coronada de espinas... Y te pido perdón por tantos pensamientos de soberbia, de ambición y de propia estima.
Te prometo que cada vez que me venga un pensamiento que no sea totalmente para ti, oh Jesús, y me encuentre en ocasión de ofenderte, gritaré inmediatamente: “¡Jesús, María, os entrego el alma mía!”
Oh Jesús, mío, beso tu cuello santísimo, en el que veo aún las marcas de las cadenas que te han oprimido...
Y te pido perdón por tantas cadenas, vínculos y apegos de las criaturas, que han añadido nuevas sogas y cadenas a tu santísimo cuello.
Te prometo que cada vez que me sienta turbada por apegos, deseos y afectos que no sean sólo para ti, gritaré inmediatamente:
“Jesús, María, os entrego el alma mía”. Jesús mío, beso tus hombros santísimos...
Y te suplico perdón por tantas ilícitas satisfacciones, perdón por tantos pecados cometidos con los cinco sentidos de nuestro cuerpo.
Te prometo que cada vez que me venga el pensamiento de tomarme algún placer o alguna satisfacción que no sea para tu gloria, gritaré inmediatamente:
“Jesús, María, os entrego el alma mía”. Jesús mío, beso tu pecho santísimo... Y te pido perdón por tantas frialdades, indiferencias, tibiezas e ingratitudes tan horribles que recibes de las criaturas.
Te prometo que cada vez que me sienta enfriar en tu amor, gritaré inmediatamente: “Jesús, María, os entrego el alma mía”.
Jesús mío, beso tus sacratísimas manos... Y te pido perdón por todas las obras malas o indiferentes, por tantísimos actos envenenados por el amor propio y por la propia estima.
Te prometo que cada vez que me venga el pensamiento de no obrar por solamente tu amor, gritaré inmediatamente: “Jesús, María, os entrego el alma mía”
Jesús mío, beso tus santísimos pies... Y te suplico perdón por tantos pasos y por tantos caminos recorridos sin tener la recta intención de agradarte, por tantos que de ti se alejan para ir en busca de placeres de la tierra.
Te prometo que cada vez que me de placeres de la tierra, cada vez que me venga el pensamiento de separarme de ti, gritaré inmediatamente:
“Jesús, María, os entrego el alma mía. Oh Jesús, beso tu Sacratísimo Corazón... Y quiero encerrar en El, junto con mi alma, a todas las almas redimidas por ti, para que todas se salven, sin excluir alguna...
Oh Jesús, enciérrame en tu Corazón, y cierra sus puertas, de modo que yo no pueda ver, desear o conocer nada fuera de ti.
Te prometo que cada vez que me venga el pensamiento de querer salir de éste tu Corazón, gritaré inmediatamente: “Jesús, María, os entrego el alma mía”.