Las Horas de la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo
» Las Horas de la Pasión Escritas por el Alma Solitaria
La Divina Providencia, que en todo tiempo suscita almas que conozcan a Dios, que lo amen y que lo hagan conocer y amar por los demás, ha suscitado un alma, como fue ya dicho en la primera página de esta Introducción, que se ha consagrado a las penas del Divino Redentor.
La particular inspiración que ha tenido esta alma forma un nuevo y muy proficuo método de cómo contemplar los padecimientos de nuestro Señor Jesucristo; y éste es:
Ordenar una por una las veinticuatro horas, de las 5 a las 6 de la tarde del Jueves Santo hasta las 5 de la tarde del Viernes Santo, y contemplar, hora por hora, lo que Jesucristo sufrió sucesivamente en aquellas veinticuatro horas.
He dicho “nuevo” este método no en cuanto a la ordenación de los padecimientos de Nuestro Señor en veinticuatro horas, sino nuevo en cuanto a la forma, a los sentimientos y a la finalidad, que forman un todo nuevo.
No es nuevo dividir en veinticuatro horas la Pasión de nuestro Señor Jesucristo, y esto es lo que se llama “El Reloj de la Pasión”, y que se encuentra en varios libros devotos, como por ejemplo en “El Jardín Espiritual” y en las obras espirituales de San Alfonso y si bien entre los diversos autores existen siempre pequeñas diferencias en los horarios y los acontecimientos esto no tiene importancia.
Como todos podrán ver, esta obra de “Las Horas de la Pasión”, entre todas las que se refieren a la Pasión de nuestro Señor Jesucristo y a los dolores de su Santísima Madre, está entre las primeras y más importante, pues analiza, desmenuza y medita uno por uno los padecimientos externos e internos del adorable Redentor nuestro Jesucristo.
Es una especie de Vía Crucis más entero y completo, porque toma a Nuestro Señor no desde la condena a muerte en el tribunal de Pilatos, sino que comienza desde donde propiamente comenzó la dolorosa Pasión, esto es, desde la despedida de nuestro Señor Jesucristo de su Santísima Madre, como es piadosa creencia universal, para ir a morir, sigue luego el Cenáculo, el Huerto, la captura, etc.
Lo que hay de verdaderamente nuevo en “Las Horas de la Pasión” del Alma Solitaria que las escribió y me confió, sí, es, en primer lugar, que de la repartición de las 24 horas no ha hecho sólo el enunciado de cada una, como lo hacen los autores por mí antes citados, los que se contentan con decir, por ejemplo: de las 6 a las 7 de la mañana, Jesús es llevado a Pilatos.
De las 7 a las 8, es conducido a Herodes, etc., etc,; pero de cuanto sucedió en esa hora en particular, nada dicen.
En cambio, el Alma solitaria hace una viva descripción de cuanto sucedió y agrega consideraciones, afectos y REPARACIONES.
Y en segundo lugar, estos afectos y estas reparaciones son tan singulares, nuevas e íntimas que no parecen ser obra humana sino Celestial...
Todo parece nuevo en estas santas meditaciones, y si bien no se meditan sino los mismos misterios sobre los cuales tanto se ha escrito y meditado por tan variados y santos autores, pero aquí, ciertamente, la divina inspiración, que siempre obra cosas nuevas y varía en tantas formas su gracia (Multiformis gratia Dei), se manifiesta por medio de esta Alma en un modo todo singular.
Debo decir que el Alma Solitaria que escribe estas “Horas” no es una letrada, ¡apenas sabe leer y escribir!, y sin embargo, los padecimientos, los maltratos, los ultrajes, los dolores y heridas del adorable Redentor Jesús están a lo vivo descritos y con términos que penetran el corazón, lo conmueven, lo impresionan y lo atraen al Amor.
El Amor, y debemos subrayarlo, sí, el Amor Divino, en su tierna expresión, es la nota predominante de estas “Horas de la Pasión”; esto es, ¡el Amor de Jesucristo por los hombres y el amor de esta Alma Solitaria por Jesucristo!
Ella es una enamorada que se funde en la más amorosa compasión por su Amado; lo compadece, lo acaricia, lo abraza, lo besa y lo besa, lo acompaña en todos y en cada uno de sus padecimientos, con una SUBSTITUCIÓN continua, es decir, se pone ella misma, por cuanto está en ella, en el puesto del Amado penante, y recibe todo sobre sí, como si en esta piadosa substitución quisiera aligerar, dividir y evitar los padecimientos al Sumo Bien ahora por entonces, pues para esta alma contemplativa no hay pasado.
Ella reproduce las escenas como presentes y en ellas se funde, se ensimisma, y en el exceso de la compasión del amor ella se arroja con tal confianza que, al besarlo en los ojos, en el rostro, en la boca, en las manos, en los pies, en el Corazón, le pide también ella besos amorosos a Jesús, con una confianza tal que en ninguna de las más amantes almas se encuentra una semejante. ¡Es la Esposa del Cantar que exclama:
¡Béseme Él con el beso de sus labios!”. No se puede poner en duda que si a Nuestro Señor place mucho el reverente temor, no le plazca menos a su amantísimo Corazón la filial y tierna confianza.
¿Y cómo no tenerla con Aquel que pudiéndose salvar con derramar una sola gota de su Preciosísima Sangre, toda la quiso derramar, en medio de los más inauditos tormentos y de los más ignominiosos ultrajes, para demostrarnos cuánto nos ama?
¿Acaso pide mucho un alma cuando pide besos a aquél Jesús que se ha dado y se da siempre todo Sí mismo?
¿Y por qué deberían privarnos de esta gran confianza de amor nuestros pecados, cuando hemos sido de ellos purificados con el arrepentimiento, la Penitencia y la humildad?
¿No es acaso cierto que el padre del hijo pródigo cuando lo vio volver le echó los brazos al cuello y lo colmó de besos?
¿Y la oveja perdida, encontrada y en los hombros del Buen Pastor no habrá sido también ella acariciada y besada?
¿No sea cierto, entonces, lo que aquella angelical enamorada de Jesús, Santa Inés, dijo: Yo amo a Aquel que por cuanto más lo abrazo y lo toco, tanto más pura y casta me hago?
¡Ah, más bien: La confianza amorosa que parte de un corazón humilde roba el Corazón de Dios! Y es en este modo como se hace uno niño, como enseñó Nuestro Señor cuando abrazando en su regazo amoroso a un tierno niño, dijo:
“De éstos es el Reino de los Cielos”. Tal es la confianza que transpira cada página de estas “Horas de la Pasión”.
Y el alma que pone en sus manos este libro y se interna en este piadoso ejercicio con esta guía, poco a poco se encontrará partícipe de los sentimientos, de la compasión, del amor y de la confianza, de todos los cuales está este libro lleno y rebosante.
A veces, el Alma Solitaria en este libro hace hablar a Nuestro Señor, y entonces todas esas palabras no son ya un particular sentimiento suyo, sino una inspiración que se manifiesta con las palabras que el alma es capaz, puesto que toda inspiración y toda revelación que pasa por el canal humano brota según la capacidad, o mejor, según la intuición mística del sujeto.
De ahí la diversidad en expresarse de las almas contemplativas sobre un mismo tema. Pero sí, el Alma Solitaria, autora de estas “Horas”, las hace nuevas en los afectos, y novísimas, y diría yo, únicas, en las REPARACIONES.
En verdad, la reparación por todas las ofensas que recibe nuestro Señor Jesucristo ha sido siempre el principal objeto de tantas almas amantes, de tantos libros de devoción y, tal vez, de especiales Revelaciones.
Así, por ejemplo, tenemos los escritos de Santa Margarita María de Alacoque, que en la devoción del Corazón Santísimo de Jesús incluye especiales reparaciones.
Más dirigidas a este objeto son las devociones del Santísimo Nombre de Jesús y de su Sagrado Rostro, de las que tuvo bellas revelaciones la Sierva de Dios Sor María de San Pedro, carmelita.
Ordinariamente, todas estas reparaciones son formadas de atenciones, de intenciones y de plegarias.
En cambio, las reparaciones de estas “Horas de la Pasión” que ahora publicamos, son un fundirse, un ensimismarse, un revestirse con las Reparaciones mismas de nuestro Señor Jesucristo; es un internarse en los sentimientos del Corazón Santísimo de Jesús, en sus divinos padecimientos y con Jesús que sufre, que reza, que ofrece y que repara, el alma compadece, sufre, reza, ofrece y repara. ¿y por qué cosa repara?
Aquí las reparaciones se extienden, se multiplican y se adaptan a toda especie de pecados que puedan tener relación con los particulares padecimientos de Nuestro Señor.
Desde la primera hasta la última palabra, se puede decir, esta Obra es una continua y variada REPARACIÓN de todos los pecados con todas sus especies; y no solamente de los pecados graves, sino también de los veniales y más leves; no solamente de los pecados que fueron cometidos contra la Persona adorable de Jesucristo cuando estuvo en manos de sus enemigos, sino por todas la culpas pasadas, presentes y futuras en persona de todos los pecadores, sean de los llamados como de los elegidos.
El Alma compadeciente se arroje y se sumerge en casi todos los padecimientos de nuestro Señor, y mide, por cuanto lo puede hacer un ser humano, el infinito abismo de cada uno, y uniéndose a las infinitas intenciones reparadoras del Hombre-Dios penante, ofrece a Él, ofrece al padre, ofrece a la Divina Justicia REPARACIONES INFINITAS por todos y por todo.
Y es precisamente la grande, necesaria y universal REPARACIÓN lo que exigen éstos nuestros tan tristes tiempos, las innumerables iniquidades de las presentes generaciones y el justo y tremendo airarse de los divinos castigos.