Monday December 23,2024
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Respuestas Bíblicas
a Mitos Evangélicos



Introducción
Respuestas Bíblicas
a Mitos Evangélicos.

Mito 1:
Tradiciones Católicas
contrarias a la Biblia

Mito 2:
Las velas de cera fueron introducidas a la Iglesia cerca
de 320 años antes de Cristo

Mito 3:
Veneración de ángeles y de santos muertos cerca de 375 A.D.

Mito 4:
La misa, como celebración diaria, adoptada en 394 años
después de Cristo

Mito 5: La adoración de María, la madre de Jesús, y del uso del término, "Madre de Dios," en relación a ella, tuvo su origen
en el concilio de Efeso
en 431 A.D.

Mito 6: Los sacerdotes comenzaron a vestir diferentemente en 500 AD.

Mito 7: La doctrina del purgatorio primero fue establecida por el Papa Gregorio El Grande...

Mito 8: El lenguaje latino, como el lenguaje del rezo y de la adoración en iglesias, también fue impuesto por el Papa Gregorio I.

Mito 9: La Biblia enseña que debemos orar a Dios solamente en el nombre de Jesús.

Mito 10: El Papado es
de origen pagano

Mito 11: El besar a los pies del papa comenzó en 709 A.D..

Mito 12: El Poder Temporal de los Papas comenzó
en 750 A.D.

Mito 13: La adoración de la cruz, de imágenes y de reliquias fue autorizada en 788 A.D.

Mito 14: El agua bendita, mezclada con una pizca de sal y bendecida por el sacerdote, fue autorizada en 850 A.D.

Mito 15: La veneración del Santo José comenzó en 890 A.D.

Mito 16: El bautismo de campanas fue instituido por el Papa Juan XIV, en el año
965 A.D.

Mito 17: Canonización de santos muertos.

Mito 18: El ayuno los Viernes y durante la cuaresma fue impuesto en el año 998 A.D.

Mito 19: La misa fue desarrollada gradualmente como sacrificio; el asistir a la misa se hizo obliga

Mito 20: El celibato del sacerdocio fue decretado por el Papa Hildebrand, Bonifacio VII, en el año 1079 A.D.

Mito 21: El rezo del Rosario fue introducido por Pedro el Hermitaño, en el año 1090 A.D..

Mito 22: La inquisición de los herejes fue instituida por el concilio de Verona
en el año 1184

Mito 23:La venta de la Indulgencia

Mito 24: El dogma de la Transubstanciación fue decretado por el Papa Inocencio III, en el año 1215 A.

Mito 25: La confesión de pecados al sacerdote una vez al año fue instituida por el
Papa Inocencio II.

Mito 26: La adoración a la hostia y la idolatría

Mito 27: La Biblia colocada en el Índice de los Libros Prohibidos por el Concilio de Valencia...

Mito 28: El Escapulario fue inventado por Simon Stock, un monje Inglés, en el año
1287 A.D..

Mito 29: La iglesia Romana le prohibió la copa de la comunión
a los laicos....

Mito 30: La doctrina del purgatorio fue proclamada como un dogma de la fe por
el concilio de Florencia

Mito 31: La doctrina de 7 sacramentos fue afirmada
en 1439 A.D..

Mito 32: El Ave María, comenzó en la última mitad
de 1508 A.D.

Mito 33:La tradición son sólo enseñanzas humanas

Mito 34: Los libros apócrifos fueron agregados a la Biblia también por el concilio de Trento en 1546

Mito 35: El Credo del Papa Pio IV fue impuesto como el Credo Oficial 1560 años
después de Cristo

Mito 36: La Concepción Inmaculada de la Virgen María fue proclamada por el Papa Pio IX en el año 185

Mito 37: En el año 1870 después de Cristo, el Papa Pio IX proclamó el dogma de la Infalibilidad Papa

Mito 38: El Papa Pio X condenó los avances de la ciencia moderna.

Mito 39: En el año 1930,
Pio XI condenó a las escuelas públicas.

Mito 40: La doctrina de que María es madre de Dios, fue inventada...

Mito 41: En el año 1950 el último dogma fue proclamado
por Pio XII

 

 

Mito 22:
La inquisición de los herejes fue instituida por el concilio de Verona en el año 1184.

Autor: Catholic.net | Fuente: Catholic.net 

"La Iglesia no tiene miedo a la verdad que emerge de la historia y está dispuesta a reconocer equivocaciones allí donde se han verificado..." (Juan Pablo II).

Mito 22: La inquisición de los herejes fue instituida por el concilio de Verona en el año 1184. Jesús nunca enseñó el uso de fuerza como medio de llevar su salvación a los perdidos... Fue adoptada en 1184 A.D. 

Refutación

Antes que nada, cabe aclarar dos cosas. Primera, que uno de los temas más recurrentes entre los protestantes es el echar en cara a la Iglesia católica los diversos abusos que perpetró la inquisición católica, sin parar mientes en los de la propia inquisición protestante.

En efecto, ¿cómo es que -usando sus propios términos- si Cristo nunca enseñó el uso de la fuerza como medio para llevar su salvación a los perdidos, Lutero, Enrique VIII, Calvino, el gobierno calvinista holandés que se estableció en el norte del Brasil, etc., hayan recurrido al uso de la fuerza?

Pondré a continuación algunos comentarios que se han colocado en otras ocasiones en los foros de CN, pero que no se han de descuidar para hacer una valoración más o menos seria de hechos tan complejos.

De Lutero se sabe que fue implacable ante la rebelión de los aldeanos de 1520, acaudillados por Thomas Müntzer y Nicolás Storch. Los historiadores parecen convenir en que con las prédicas de libertad e individualismo de Lutero, se daba un pábulo abundante al fanatismo apocalíptico que comenzó a cundir entre ciertos estratos sociales.

Así se comprende por qué Müntzer deseaba hermanar las doctrinas luteranas sobre el sacerdocio universal y la certidumbre de la salvación a ciertas utopías sociales. Para ellos la transformación del mundo implicaba el cambio completo de la sociedad; por lo que juzgaban necesario suprimir el bautismo de los niños: como no creían en el momento de recibir el sacramento, éste era inválido. Dicho orden implicaba según ellos la eliminación de la jerarquía, ya que sólo así se viviría sin ley y sin culto.

Se establecieron en las cercanías de Wittenberg y se les sumó Karlstadt. Juntos abolieron los estudios y obligaron a los estudiantes a realizar labores manuales, a los obreros les manda

En cuanto a Enrique VIII, en 1538 Pablo III emitió la bula de excomunión contra Enrique (el terreno estaba de algún modo preparado por el consistorio de marzo de 1534, en que Clemente VII hizo clara la sentencia definitiva del proceso iniciado y confirmando la validez del matrimonio de Enrique y Catalina).

Enrique no se quedó con los brazos cruzados: en marzo de 1534 el parlamento aprobó la ley de sucesión, en que se declaraba a la hija de Enrique y Ana, heredera de la corona inglesa: pero era una ley que debían aprobar y jurar todos los súbditos del rey, cosa a que accedió la gran mayoría de ellos. El 3 de noviembre de 1534 el parlamento votó el acta de supremacía, acto por el cual se reconocía en el rey la suprema y única cabeza de la Iglesia de Inglaterra y se le atribuía toda la plenitud del poder civil y la jurisdicción eclesiástica, lo que se sumó otra ley: el soberano inglés podía nombrar o despedir a los obispos. Al mismo tiempo, se enmendaron las famosas "leyes de traición" por las que se declaraba.

  Pocos súbditos ingleses se opusieron al rey y rehusaron jurar el acto de supremacía, entre ellos la religiosa benedictina Elisabeth Barton, los cartujos Honthoh, Webster y Law, Reynolds religioso de la orden de Sta. Brígida, el sacerdote Hale. Los cartujos en general no se doblegaron (tampoco los agustinos del Monte de Sión); y como represalia contra los cartujos, el rey cerró los siete monasterios londinenses y encarceló a sus miembros, Juan Fisher (obispo de Rochester e insigne teólogo, cuyas ideas influirían en el Concilio de Trento, el Papa lo hizo cardenal cuando estuvo preso en la Torre de Londres, pero ni eso sirvió para salvarle la vida) y Tomás Moro (gran humanista y amigo de Erasmo; desde 1527 se expresó como contrario al matrimonio de Enrique con Ana; se le acusó de complicidad con Isabel; cuando se le condenó a muerte, habló finalmente contra la ley de supermacía), decapitados en 1535 junto con otros religiosos y sacerdotes.

Ahora vayamos a Calvino. No ha de olvidarse que muy hábil en dominar a los opositores de su "teocracia" suiza. Con todo, hubo de hacer frente a ciertas "escaramuzas" más o menos intensas: con los pastores, a los que no permitió disentir de las opiniones de él, por mucho que abrazara el principio luterano del "libre examen" (destituyó a S. Castellion al haber avanzado una interpretación particular de la Biblia). El carácter autoritario de Calvino encontró antipatías entre los llamados "libertinos" que deseaban sacurdirse el yugo del reformador; éstos no dudaron en colocar planfletos públicos contra él. Calvino acusó a Jacobo Gruet y fue condenado a pena capital. En 1551 exilió a Jerónimo Bolsec, excarmelita que se había hecho protestante y contrario a la doctrina sobre la predestinación. Quemó vivo a Miguel Servet por negar el dogma de la Trinidad... Servet era un médico de origen hispano, gran conocedor del hebreo, latín y griego. Deseó incursionarse en cuestiones teológicas y ese mismo año de 1551 publicó u

En cuanto a la Iglesia católica, ha de reconocerse que cunde mucha manipulación en este tema, sin negar que sea muy extenso. Me limito a poner aquí unas ideas generales. La Iglesia tiene el deber de conservar intacto el depósito de la fe, de ser maestra de la verdad, de no permitir que la revelación divina se oscurezca y falsee, tiene el deber de atraer a sus hijos extraviados. Lo hace de diversos modos: predicación, enseñanza, amonestación. Muy a menudo la persona equivocada se obstina y la Iglesia ha de recurrir a censuras. La más grave es la excomunión y si es muy solemne la expresión de la excomunión se llama anatema. La Iglesia tiene un poder coercitivo al aplicar así estas penas, pero han sido más benignas que los poderes civiles y protestantes. El hecho es que varios reos civiles se hacían pasar por herejes y evadir así castigos más severos. Ha habido excesos, pero se debe descuidar el contexto histórico.

La inquisición constituyó ante todo una técnica judicial ("inquisitio" = indagación), pero terminó por designar un tribunal eclesiástico especial o excepcional que obraba en colaboración con la autoridad civil. No debe nunca perderse de vista el contexto en que nació. En un principio miraba sólo a la solución de cuestiones disciplinares como la simonía, etc...; mas en un segundo momento se aplicó como lucha contra las herejías que se hicieron tanto más amenazadoras como antítesis de una tedencia a encuadrar más rígidamente los sujetos y los creyentes. En la alta edad media el hereje se consideraba un infame al que era necesario excluir de la comunidad con la excomunión, a fin de ayudarlo a convencerse de su error y de castigarlo con medidas temporales y medicinales como el exilio, la confiscación de bienes pero por medio o auxilio del brazo secular. En el S. XII el hereje aparecía sobre todo como un perturbador del orden, un enemigo de la sociedad. La legislación canónica se remontó no sólo al derecho penal.

Los historiadores afirman que el rigorismo de los príncipes terminó por ir influir paulatinamente en los pontífices y sus decisiones. Así Enrique, arzobispo de Reims y hermano de Luis VII de Francia disentía de la benignidad que el Papa aconsejaba en el trato con los herejes. En 1162 el rey de Francia pidió al Papa que le dejara mano libre para acabar en Flandes con la herejía maniquea. El Papa estaba refugiado en los dominios de Luis, obligado huir de Roma, de suerte que tomó en cuenta los deseos del monarca. En el concilio de Tours se tomaron enérgicas medidas contra los herejes; se encargó a los príncipes seculares que se apresara y castigara a los albigenses. El tercer concilio de Letrán (1179) lanza el anatema contra los cátaros, y se abordan los casos de otros herejes -como los de Brabante y del sur de Francia- que cometen todo tipo de atrocidades contra los cristianos, que no respetan iglesias, monasterios, ancianos, niños. En 1184 tuvo lugar la dieta de Verona, en la que Barbarroja se puso de pie, ap

García Villoslada, a quien se sigue para esta exposición, dice que la inquisición pontificia nace el año 1231: Gregorio IX opta por instituir un juez extraordinario que a nombre suyo haga la debida inquisición y juicio de los herejes. Estamos aproximadamente en febrero de 1231. Los inquisidores se eligieron entre los frailes predicadores. En 1233 el Papa dirá que lo que le movió a ello fue el ver que los obispos se encontraban abrumados de ocupaciones, de suerte que no podían hacerlo; sin embargo, el deseo mayor del Papa era evitar que la autoridad civil del emperador asumiera tales derechos que no le competían: de hecho, Federico II era quien quería arrogárselos en sus ansias de colocarse por encima de la potestad del Papa, y avidez de riquezas; de ahí que el Papa reivindicara tales derechos para la sola Iglesia en contra de las medidas arbitrarias del poder civil. De no haber actuado del Papa, todos los herejes, aun los de sospechas leves habrían quedado al arbitrio de la pasión política e ignorancia de lo

Tema aparte es el de la inquisición española...
La importancia de este tema se debe en parte a que España se constituyera como paladín del catolicismo del S. XVI. Gracias a ella se conservó la pureza de la fe y se lograron impedir los trastornos y guerras de religión que asolaron otras regiones como Francia. 

La establecieron los reyes católicos a fin de oponerse al peligro de los falsos conversos judíos. La aprobó Sixto IV en 1478. 
Se distingue de la medieval, que fundó Gregorio IX en 1231 en su estrecha dependencia de los monarcas españoles y en su perfecta organización por parte de su primer inquisidor, Fr. Tomás de Torquemada, que organizó diversos tribunales en Sevilla, Toledo, Zaragoza, Barcelona...

Los procedimientos consistían en:
Denuncias; con ellos iniciaban formalmente los procesos. Se recogía como resultado de la promulgación de edictos de fe, en que se exponían al pueblo los errores más característicos, sobre todo cuando se veía algún conato de error o herejía, cargando la conciencia de todos los cristianos para que denunciaran a los sospechosos. También los mismo encarcelados constituían buena fuente de denuncias, que por debilidad, por congraciarse con los jueces, descubrían fácilmente a sus cómplices. Por medio del espionaje para lo que servían de un modo especial los así llamados "familiares" de la inquisición.

E. Schäfer prueba que la inquisición tenía un cuidado particular en contar con la solidez de las denuncias, prescindía de las anónimas y procedía con máxima objetividad. Sobre las cárceles, Schäfer comenta que no eran calabozos lóbregos y oscuros, pues de los procesos se ha deducido que los reos leían y escribían mucho. Eran "relativamente suaves" en comparación con otros tribunales.

Los puntos más débiles eran el secreto de los testigos, el sistema de defensa y el tormento: se ocultaban los nombres de los denunciadores. Sin embargo, sin tal silencio era arriesgada la denuncia debido a represalias. Y se introdujo en la Edad Media. El sistema de defensa perdía parte de su eficacia porque los abogados eran nombrados oficialmente por el tribunal y no por el reo. Con todo, los estudios ponen de relieve que la defensa trabajaba con mucho afán y muchas veces obtenían resultados favorables al reo. Uno de los medios más comunes era el testigo de abono, citado por el acusado, a quien atendían fielmente los jueces y a menudo influían en la marcha del proceso. Por lo que hace al tormento, no puede uno fiarse de lo que un hombre confiesa bajo su efecto. Todos los tribunales de la época empleaban ciertamente este recurso, bien que se recurría a él en pocos procesos (se habla de un dos por ciento); eran ciertamente más benignos que los que empleaban los tribunales ingleses en la Torre de Londres contr

En relación con las penas aplicadas por la Inquisición, se aplicaron las leyes ya existentes y admitidas por todos los estados católicos. A partir de fines del S. XII todos los estados católicos admitieron la pena de muerte o penas violentas para los casos de herejía. Además, los herejes no se limitaban a la defensa subjetiva de un principio religioso, sino que se unían y rebelaban contra los príncipes católicos, como los hugonotes. A ello se debe que los estados católicos consideraran perturbadores públicos y enemigos a los herejes, y su herejía, un crimen contra el estado. 

En el S. XVI los estados católicos castigaban la profesión de protestantismo con la pena de muerte y la Iglesia lo reconocía. A pesar de que hubo ciertas deficiencias, como partidismo y apasionamiento de parte de algunos inquisidores, y del arzobispo de Toledo como Bartolomé de Carranza en la segunda mitad del S. XVI, la inquisición española se esforzó por cumplir sus instrucciones y cumplir su objetivo: mantener la unidad de la fe en el gran imperio español. Más aún, fueron incomparablemente mayores las crueldades y muertes causadas en Francia por las guerras de religión que las ocasionadas en tres siglos por los tribunales de la inquisición. 

Gracias a la inquisición se debe en gran parte el que en España se viera el S. XVI y siguientes libre del protestantismo, manteniendo de este modo la unidad de la fe.

1. Atajó el peligro de los falsos conversos. Este fue el motivo que impulsó a los reyes católicos a establecer este tribunal: las cosas habían llegado a tal extremo, que ya se trataba del ser y del no ser de la España católica. La inquisición entregó al brazo secular, y éste a las llamas, a algunos centenares y tal vez a algún millar de falsos conversos judíos; pero con este rigor de la inquisición y con el castigo de los obstinados, desapareció el peligro constante de la infinidad de asesinatos y tropelías a que se entregaba el pueblo católico como reacción contra los taimados conversos. En Sevilla el año 1391 el pueblo dio muerte a más de 4,000 personas; a mediados del mismo año en Navarra perecieron unos 10,000; en Valencia a inicios del S. XV, en el que el celo de san Vicente Ferrer salvó innumerables vidas. Entre 1467 y 1473 ocurrieron los levantamientos de Córdoba y Toledo con un sinnúmero de víctimas.

2. Preservó de la falsa mística y de la brujería. Cuando en el S. XVI ya parecía haber desaparecido el peligro de los falsos conversos, apareció este otro peligro: tales personas se presentaban como inspiradas por Dios, despreciaban toda autoridad jerárquica y se creían autorizados para favorecer aun las promiscuidades más escandalosas: se tenían por impecables y consideraban que para ellos todo era lícito. Por lo que hace a la brujería, hubo cerca de 30,000 víctimas de entre verdaderas y supuestas brujas en el solo centro de Europa. En España bastaron como advertencia algunos célebres castigos, como el auto de fe de Logroño de 1610. En España las brujas no pasaron de doce con los muchos miles de condenados a muerte de Alemania y el resto de Europa.

3. Se detuvieron los pasos al protestantismo. Los más "sonados fueron el Dr. Agustín Cazalla, Carlos de Seso, Fr. Domingo de Rojas, y Pedro Sarmiento; los Dres. Juan Egidio y Constantino Ponce de la Fuente, junto con once monjes del monasterio de San Isidoro de Sevilla. Gracias a la inquisición se mantuvo la unidad religiosa y el catolicismo íntegro contra los esfuerzos del protestantismo luterano y calvinista por penetrar en la nación. También se evitaron las interminables guerras religiosas que tanta sangre costaron a Francia y a todas las naciones de Europa

La inquisición ante la ciencia y la santidad. Los enemigos de la inquisición española tienen a probar que la inquisición fue enemiga de la ciencia y de los sabios, incluso que puso constantemente obstáculos a los santos y hombres de virtud.

Es contrario a la inquisición española que haya perseguido a los humanistas del S. XVI. El Card. Cisneros fue el más decidido protector junto con los reyes, de todas las empresas culturales; la fundación de la Univ. de Alcalá y la publicación de la Políglota Complutense son ejemplos claros, en que trabajaron los mejores hebraístas, helenistas y latinistas del tiempo. Los escritos de Erasmo se leían y estimaban en gran medida por parte de Luis Vives, Alfonso y Juan Valdés, Juan de Vergara, Luis Núñez Coronel, Damián de Goes. Los más decididos defensores de Erasmo fueron durante mucho tiempo los respectivos arzobispos de Toledo y Sevilla: Alonso de Fonseca y Alonso Manrique. Tras la muerte de Fonseca, se inició una intensa campaña contra Juan de Vergara y Bernardino de Tovar, que fueron hechos presos y procesados por el tribunal: de hecho sí defendían ideas colindantes con las de los alumbrados y protestantes. A la muerte de Erasmo en 1536 y del inquisidor general, Manrique en 1538, se prohibieron sus escritos
La inquisición nunca persiguió la verdadera cultura y el humanismo sano y ortodoxo: constantemente se protegían los hombres y las obras culturales en cuanto que no afectaban la pureza de la fe. Precisamente en los SS XV-XVI, cuando la inquisición española tuvo su mayor influjo, tuvo lugar el máximo apogeo de los grandes escritores eclesiásticos, de la literatura y artes de España. 

Conviene ver algunos casos particulares:
-Francisco Sánchez, el Brocense: se le procesó no por haber sido un gran filólogo, sino por excederse en sus frases peligrosas contra los teólogos. 
-Luis de Cadena, canciller de Alcalá: tuvo una sola denuncia, pero no huno proceso ninguno; se dirigió a París y allí se le nombró profesor en la Sorbona. 
-Antonio de Nebrija: algunos teólogos lo tenían por sospechoso a causa de sus impugnaciones de la Vulgata, pero no tuvieron efecto, al gozar de la protección de Deza y Cisneros.
-Arias Montano, autor de la Biblia regia de Amberes: acusado por defender ideas rabínicas, pero la inquisición lo calificó favorablemente. No hubo proceso, sino que incluso se le encomendó la redacción del Índice de libros prohibidos de 1583.
-Fray Luis de León : procesado dos veces ; en ello tuvieron que ver la envidia de algunos doctores y las exageraciones del mismo Fr. Luis en la impugnación de la Vulgata. Pese a haber sido dura y desconsiderada, la inquisición lo absolvió, por lo que pudo escribir con toda libertad. 

También se afirma que la Inquisición española persiguió a los místicos y a los santos. Pero precisamente en el período de mayor apogeo de la inquisición española se distinguieron como nunca los santos y escritores ascéticos y místicos en España. Pero es verdad que los inquisidores y los teólogos del S. XVI se dejaron llevar por un verdadero prejuicio contra la ascética y la mística, a lo que dieron ocasión los focos de alumbrados y falsos místicos. El resultado fue que a veces se persiguió la verdadera mística mas al fin reconocieron la inocencia de los verdaderos místicos y no fueron obstáculo para la santidad. 

-San Ignacio de Loyola: se le procesó tres veces en Alcalá y una vez en Salamanca porque se le tenían sospechas de alumbrado. Pero no fue la inquisición, sino el tribunal diocesano el que siguió el proceso; se debió a un exceso de prevención, pues acababan de descubrirse los focos de alumbrados en Toledo, Guadalajara y Salamanca. Suscitaban por entonces ciertas sospechas ciertas prácticas de san Ignacio al igual que determinados excesos de sus seguidores. Sin embargo, siempre fue absuelto y logró dar seguimiento a su vida penitente y apostólica. 

-Beato Juan de Ávila: después de muchas molestias inquisitoriales, logró seguir su vida de apostolado. Se puso en el Índice el "Audi, Filia" en 1559, mas no era obra de él, sino de un amigo, que a los apuntes del beato, había añadido diversas cosas por su cuenta. El tratado legítimo no estuvo nunca en el Índice. 

-Fr. Luis de Granada: en el Índice de 1559 se incluyó su obra "Tratado de la oración" debido a algunas expresiones que podían favorecer la doctrina de los alumbrados. No se dudó de la buena intención del autor. Una vez que suprimió las expresiones, el libro circuló libremente, y no perdió nunca nada de su gran prestigio.

-Sn Fco. De Borja: se le presenta a menudo como una nueva víctima del terrorismo inquisitorial. Lo que de veras sucedió fue que en 1559 se condenó una obra que corría con su nombre, pero luego se descubrió claramente que se trataba de un volumen en el que se contenían tratados de varios autores: dos de ellos de Sn Fco. de Borja, mas no eran estos los que eran causa de la prohibición.

-Teresa de Jesús y Juan de la Cruz: la Inquisición no les amonestó nunca. En cuanto a Sta. Teresa, la princesa de Éboli entregó la autobiografía a los inquisidores que la aprobaron sin corrección ninguna. Más aún, tanto ella como todos sus escritos gozaron siempre del mayor prestigio. Tampoco ninguno de los escritos de san Juan de la Cruz fueron nunca objeto de sospecha por parte de la Inquisición. Algunos teólogos recelaban de ellos, pero la Inquisición hizo caso omiso de tales denuncias.

-Bartolomé de Carranza, arzobispo de Toledo: Carranza hubo de sufrir un proceso muy largo. En ello influyeron pasiones humanas, como los celos del inquisidor general Fernando de Valdés y la enemistad con su hermano de orden, Melchor Cano. Dichas vicisitudes hicieron que el proceso asumiera visos de odio y violencia; incluso intervino Felipe II. En el fondo sí había fundamento para el proceso, como se reconoció en Roma.

Termino citando el documento de la Congregación para la Doctrina de la fe "Memoria y reconciliación" sobre la Iglesia y sus culpas en el pasado.

link: Memoria y Reconciliación: La Iglesia y las Culpas del Pasado

JUICIO HISTÓRICO Y JUICIO TEOLÓGICO 

La identificación de las culpas del pasado de las que enmendarse implica, ante todo, un correcto juicio histórico, que sea también en su raíz una valoración teológica. Es necesario preguntarse: ¿qué es lo que realmente ha sucedido?, ¿qué es exactamente lo que se ha dicho y hecho? Solamente cuando se ha ofrecido una respuesta adecuada a estos interrogantes, como fruto de un juicio histórico riguroso, podrá preguntarse si eso que ha sucedido, que se ha dicho o realizado, puede ser interpretado como conforme o disconforme con el Evangelio, y, en este último caso, si los hijos de la Iglesia que han actuado de tal modo habrían podido darse cuenta a partir del contexto en el que estaban actuando. Solamente cuando se llega a la certeza moral de que cuanto se ha hecho contra el Evangelio por algunos de los hijos de la Iglesia y en su nombre habría podido ser comprendido por ellos como tal, y en consecuencia evitado, puede tener sentido para la Iglesia de hoy hacer enmienda de culpas del pasado.

La relación entre «juicio histórico» y «juicio teológico» resulta, por tanto, compleja en la misma medida en que es necesaria y determinante. Se requiere, por ello, ponerla por obra evitando los desvaríos en un sentido y en otro: hay que evitar tanto una apologética que pretenda justificarlo todo, como una culpabilización indebida que se base en la atribución de responsabilidades insostenibles desde el punto de vista histórico. Juan Pablo II ha afirmado respecto a la valoración histórico-teológica de la actuación de la Inquisición: «El Magisterio eclesial no puede evidentemente proponerse la realización de un acto de naturaleza ética, como es la petición de perdón, sin haberse informado previamente de un modo exacto acerca de la situación de aquel tiempo. Ni siquiera puede tampoco apoyarse en las imágenes del pasado transmitidas por la opinión pública, pues se encuentran a menudo sobrecargadas por una emotividad pasional que impide una diagnosis serena y objetiva... Ésa es la razón por la que el primer paso 

1. La interpretación de la historia 


Agrega mi firma a esta publicación.Contestaciones a esta publicación diríjalas a la dirección de arriba. Catholic.net | Indice de foros | Reglas para los foros | AyudaInvitar a alguien | Buscar en los foros | Contacto Copyright 2004 (c) Catholic Net, Inc. Todos los derechos reservados. ¿Cuáles son las condiciones de una correcta interpretación del pasado desde el punto de vista del conocimiento histórico? Para determinarlas hay que tener en cuenta la complejidad de la relación que existe entre el sujeto que interpreta y el pasado objeto de interpretación 65; en primer lugar se debe subrayar la recíproca extrañeza entre ambos. Eventos y palabras del pasado son ante todo «pasados»; en cuanto tales son irreductibles totalmente a las instancias actuales, pues poseen una densidad y una complejidad objetivas, que impiden su utilización únicamente en función de los intereses del presente. Hay que acercarse, por tanto, a ellos mediante una investigación histórico?crítica, orientada a la utilización de todas las info

En segundo lugar, entre el sujeto que interpreta y el objeto interpretado se debe reconocer una cierta copertenencia, sin la cual no podría existir ninguna conexión y ninguna comunicación entre pasado y presente; esta conexión comunicativa está fundada en el hecho de que todo ser humano, de ayer y de hoy, se sitúa en un complejo de relaciones históricas y necesita, para vivirlas, de una mediación lingüística, que siempre está históricamente determinada. ¡Todos pertenecemos a la historia! Poner de manifiesto la copertenencia entre el intérprete y el objeto de la interpretación, que debe ser alcanzado a través de las múltiples formas en las que el pasado ha dejado su testimonio (textos, monumentos, tradiciones...), significa juzgar si son correctas las posibles correspondencias y las eventuales dificultades de comunicación con el presente, puestas de relieve por la propia comprensión de las palabras o de los acontecimientos pasados; ello requiere tener en cuenta las cuestiones que motivan la investigación y su

Finalmente, entre quien interpreta y el pasado objeto de interpretación se realiza, a través del esfuerzo cognoscitivo y valorativo, una ósmosis («fusión de horizontes»), en la que consiste propiamente la comprensión. En ella se expresa la que se considera inteligencia correcta de los eventos y de las palabras del pasado; lo que equivale a captar el significado que pueden tener para el intérprete y para su mundo. Gracias a este encuentro de mundos vitales, la comprensión del pasado se traduce en su aplicación al presente: el pasado es aprehendido en las potencialidades que descubre, en el estímulo que ofrece para modificar el presente; la memoria se vuelve capaz de suscitar nuevo futuro. 

A una ósmosis fecunda con el pasado se accede merced al entrelazamiento de algunas operaciones hermenéuticas fundamentales, correspondientes a los momentos ya indicados de la extrañeza, de la copertenencia y de la comprensión verdadera y propia. Con relación a un «texto» del pasado, entendido en general como testimonio escrito, oral, monumental o figurativo, estas operaciones pueden ser expresadas del siguiente modo: «1) comprender el texto, 2) juzgar la corrección de la propia inteligencia del texto y 3) expresar la que se considera inteligencia correcta del texto» 66. Captar el testimonio del pasado quiere decir alcanzarlo del mejor modo posible en su objetividad, a través de todas las fuentes de que se pueda disponer; juzgar la corrección de la propia interpretación significa verificar con honestidad y rigor en qué medida pueda haber sido orientada, o en cualquier caso condicionada, por la precomprensión o por los posibles prejuicios del intérprete; expresar la interpretación obtenida significa hacer a lo

2. Indagación histórica y valoración teológica 


Si estas operaciones están presentes en todo acto hermenéutico, no pueden faltar tampoco en la interpretación en que se integran juicio histórico y juicio teológico; ello exige, en primer lugar, que en este tipo de interpretación se preste la máxima atención a los elementos de diferenciación y extrañeza entre presente y pasado. En particular, cuando se pretende juzgar posibles culpas del pasado, hay que tener presente que son diversos los tiempos históricos y son diversos los tiempos sociológicos y culturales de la acción eclesial, por lo cual, paradigmas y juicios propios de una sociedad y de una época podrían ser aplicados erróneamente en la valoración de otras fases de la historia, dando origen a no pocos equívocos; son diversas las personas, las instituciones y sus respectivas competencias; son diversos los modos de pensar y los condicionamientos. Hay que precisar, por tanto, las responsabilidades de los acontecimientos y de las palabras dichas, teniendo en cuanta el hecho de que una petición eclesial de

En segundo lugar, la correlación de juicio histórico y juicio teológico debe tener en cuenta el hecho de que, para la interpretación de la fe, la conexión entre pasado y presente no está motivada solamente por los intereses actuales y por la común pertenencia de todo ser humano a la historia y a sus mediaciones expresivas, sino que se fundamenta también en la acción unificante del Espíritu de Dios y en la identidad permanente del principio constitutivo de la comunión de los creyentes, que es la revelación. La Iglesia, por razón de la comunión producida en ella por el Espíritu de Cristo en el tiempo y en el espacio, no puede dejar de reconocerse en su principio sobrenatural, presente y operante en todos los tiempos, como sujeto en cierto modo único, llamado a corresponder al don de Dios en formas y situaciones diversas por medio de las opciones de sus hijos, aun con todas las carencias que puedan haberlas caracterizado. La comunión en el único Espíritu Santo es el fundamento también diacrónico de una comunión

Gracias a este fundamento objetivo y trascendente de la comunión del pueblo de Dios en sus varias situaciones históricas, la interpretación creyente reconoce al pasado de la Iglesia un significado totalmente peculiar para el momento presente: el encuentro con ese pasado, que se produce en el acto de la interpretación, puede revelarse cargado de particulares valencias para el presente, rico en una eficacia performativa que no siempre puede calcularse de modo previo. Obviamente, el carácter fuertemente unitario del horizonte hermenéutico y del sujeto eclesial interpretante deja más fácilmente expuesta la consideración teológica al riesgo de ceder a lecturas apologéticas o instrumentales; es aquí donde el ejercicio hermenéutico dirigido a aprehender los sucesos y las palabras del pasado y a medir la corrección de su interpretación para el presente se hace más necesario. La lectura creyente se servirá con tal objetivo de todas las aportaciones que puedan ofrecer las ciencias históricas y los métodos de interpret


CAPÍTULO V 

DISCERNIMIENTO ÉTICO 



Para que la Iglesia realice un adecuado examen de conciencia histórico delante de Dios, con vistas a la propia renovación interior y al crecimiento en la gracia y en la santidad, es necesario que sepa reconocer las «formas de antitestimonio y de escándalo» que se han presentado en su historia, en particular durante el último milenio. No es posible llevar a cabo una tarea semejante sin ser conscientes de su relevancia moral y espiritual. Ello exige la definición de algunos términos clave, además de la formulación de algunas precisiones necesarias en el plano ético. 

1. Algunos criterios éticos 


En el plano moral, la petición de perdón presupone siempre una admisión de responsabilidad, y precisamente de la responsabilidad relativa a una culpa cometida contra otros. La responsabilidad moral normalmente se refiere a la relación entre la acción y la persona que la realiza; establece la pertenencia de un acto, su atribución, a una persona concreta o a más personas. La responsabilidad puede ser objetiva o subjetiva: la primera se refiere al valor moral del acto en sí mismo en cuanto bueno o malo, y por tanto a la imputabilidad de la acción; la segunda se refiere a la percepción efectiva por parte de la conciencia individual, de la bondad o malicia del acto realizado. La responsabilidad subjetiva cesa con la muerte de quien ha realizado el acto: no se transmite por generación, por lo que los descendientes no heredan la responsabilidad (subjetiva) de los actos de sus antepasados. En tal sentido, pedir perdón presupone una contemporaneidad entre aquellos que son ofendidos por una acción y aquellos que la ha

En tal contexto se puede hablar de una solidaridad que une el pasado y el presente en una relación de reciprocidad. En ciertas situaciones, el peso que cae sobre la conciencia puede ser tan pesado que constituye una especie de memoria moral y religiosa del mal cometido, que es por su naturaleza una memoria común: ésta testimonia de modo elocuente la solidaridad objetivamente existente entre quienes han hecho el mal en el pasado y sus herederos en el presente. Es entonces cuando resulta posible hablar de una responsabilidad común objetiva. Del peso de tal responsabilidad se nos libera, ante todo, implorando el perdón de Dios por las culpas del pasado, y por tanto, cuando se da el caso, a través de la purificación de la memoria, que culmina en el perdón recíproco de los pecados y de las ofensas en el presente. 

Purificar la memoria significa eliminar de la conciencia personal y común todas las formas de resentimiento y de violencia que la herencia del pasado haya dejado, sobre la base de un juicio histórico-teológico nuevo y riguroso, que funda un posterior comportamiento moral renovado. Esto sucede cada vez que se llega a atribuir a los hechos históricos pasados una cualidad diversa, que comporta una incidencia nueva y diversa sobre el presente con vistas al crecimiento de la reconciliación en la verdad, en la justicia y en la caridad entre los seres humanos y, en particular, entre la Iglesia y las diversas comunidades religiosas, culturales o civiles con las que entra en relación. Modelos emblemáticos de esta incidencia que puede tener un posterior juicio interpretativo autorizado sobre la vida entera de la Iglesia son la recepción de los concilios, o actos como la abolición de los anatemas recíprocos, que expresan una nueva cualificación de la historia pasada en condiciones de producir una caracterización distin

La combinación de juicio histórico y juicio teológico en el proceso interpretativo del pasado queda unida aquí a las repercusiones éticas que puede tener en el presente, y que implican algunos principios, correspondientes en el plano moral a la fundación hermenéutica de la relación entre juicio histórico y juicio teológico. Estos principios son: 

a) El principio de conciencia 

La conciencia, tanto como juicio moral cuanto como imperativo moral, constituye la valoración última de un acto en relación con su bondad o maldad ante Dios. En efecto, tan sólo Dios conoce el valor moral de cada acto humano, aun cuando la Iglesia, como Jesús, pueda y deba clasificar, juzgar y en ocasiones condenar algunos tipos de comportamiento (cf. Mt 18,15-18). 

b) El principio de historicidad 

Precisamente en cuanto cada acto humano pertenece a quien lo hace, cada conciencia individual y cada sociedad elige y actúa en el interior de un determinado horizonte de tiempo y espacio. Para comprender de verdad los actos humanos y los dinamismos a ellos unidos, deberemos entrar, por tanto, en el mundo propio de quienes los han realizado; solamente así podremos llegar a conocer sus motivaciones y sus principios morales. Y esto se afirma sin perjuicio de la solidaridad que vincula a los miembros de una específica comunidad en el discurrir del tiempo. 

c) El principio de cambio de «paradigma» 

Mientras que antes de la llegada del Iluminismo existía una especie de ósmosis entre Iglesia y Estado, entre fe y cultura, moralidad y ley, a partir del siglo XVIII esta relación ha quedado notablemente modificada. El resultado es una transición de una sociedad sacral a una sociedad pluralista o, como ha sucedido en algunos casos, a una sociedad secular; los modelos de pensamiento y de acción, los llamados paradigmas de acción y de valoración, van cambiando. Semejante transición tiene un impacto directo sobre los juicios morales, aun cuando este influjo no justifica en modo alguno una idea relativista de los principios morales o de la naturaleza de la misma moralidad. 

El proceso entero de la purificación de la memoria, en cuanto exige la correcta combinación de valoración histórica y de mirada teológica, ha de ser vivido por parte de los hijos de la Iglesia no sólo con el rigor que tiene en cuenta de modo preciso los criterios y los principios indicados, sino también con una continua invocación de la asistencia del Espíritu Santo, para no caer en el resentimiento o en la autoflagelación y llegar más bien a la confesión del Dios cuya «misericordia va de generación en generación» (Lc 1,50), que quiere la vida y no la muerte, el perdón y no la condena, el amor y no el temor. En este punto se debe poner igualmente en evidencia el carácter de ejemplaridad que la honesta admisión de las culpas pasadas puede ejercer sobre las mentalidades en la Iglesia y en la sociedad civil, reclamando un compromiso renovado de obediencia a la Verdad y de respeto consiguiente hacia la dignidad y los derechos de los otros, especialmente de los más débiles. En tal sentido, las numerosas peticione

A la luz de estas clarificaciones en el plano ético se pueden ahora profundizar algunos ejemplos, entre los cuales se encuentran los mencionados en la Tertio millennio adveniente 69, en los que el comportamiento de los hijos de la Iglesia parece haber estado en contradicción con el Evangelio de Jesucristo de un modo significativo. 

2. La división de los cristianos 


La unidad es la ley de la vida del Dios trinitario revelado al mundo por el Hijo (cf. Jn 17,21), el cual, en la fuerza del Espíritu Santo, amando hasta el extremo (Jn 13,1), hace participar de esta vida a los suyos. Esta unidad deberá ser la fuente y la forma de la comunión de vida de la humanidad con el Dios trino. Si los cristianos viven esta ley de amor mutuo, de modo que sean uno «como el Padre y el Hijo son uno», se conseguirá que «el mundo crea que el Hijo ha sido enviado por el Padre» (Jn 17,21) y que «todos sepan que ellos son mis discípulos» (Jn 13,35). Desgraciadamente no ha sucedido así, particularmente en este milenio que llega a su fin, en el cual han aparecido entre los cristianos grandes divisiones, en abierta contradicción con la voluntad expresa de Cristo, como si Él mismo hubiese sido dividido (cf. 1 Cor 1,13). El Concilio Vaticano II juzga este hecho con las siguientes palabras: «Tal división contradice abiertamente la voluntad de Cristo, es un escándalo para el mundo y daña a la santísima

Las principales escisiones que durante el pasado milenio «han afectado a la túnica inconsútil de Cristo» 71 son el cisma entre las Iglesias de Oriente y de Occidente al comienzo de este milenio y, en Occidente, cuatro siglos más tarde, la laceración causada por aquellos acontecimientos «que reciben comúnmente el nombre de Reforma» 72. Es verdad que «estas diversas divisiones difieren mucho entre sí, no sólo por razón de su origen, lugar y tiempo, sino, sobre todo, por la naturaleza y gravedad de las cuestiones relativas a la fe y a la estructura eclesiástica» 73. En el cisma del siglo XI jugaron un papel importante factores de carácter social e histórico, mientras que el aspecto doctrinal se refería a la autoridad de la Iglesia y al Obispo de Roma, una materia que en aquel momento no había alcanzado la claridad con la que se presenta hoy gracias al desarrollo doctrinal de este milenio. Con la Reforma, por el contrario, fueron objeto de controversia otros campos de la revelación y de la doctrina. 

La vía que se ha abierto para superar estas diferencias es la del diálogo doctrinal animado por el amor mutuo. Común a ambas laceraciones parece haber sido la falta de amor sobrenatural, de agape. Desde el momento en que esta caridad es el mandamiento supremo del Evangelio, sin el cual todo lo demás es solamente «bronce que resuena o címbalo que retiñe» (1 Cor 13,1), una carencia semejante ha de ser considerada con toda seriedad delante del Resucitado, Señor de la Iglesia y de la historia. Basándose en el reconocimiento de esta carencia, el papa Pablo VI ha pedido perdón a Dios y a los «hermanos separados» que se sintiesen ofendidos «por nosotros» (la Iglesia católica) 74. 

En 1965, en el clima producido por el Concilio Vaticano II, el patriarca Atenágoras en su diálogo con Pablo VI puso de relieve el tema de la restauración (apokatastasis) del amor mutuo, esencial después de una historia tan cargada de contraposiciones, de desconfianza recíproca y de antagonismos 75. Lo que estaba en juego era un pasado que aún ejercía su influencia a través de la memoria: los acontecimientos de 1965 (culminados el 7 de diciembre de 1965 con la supresión de los anatemas de 1054 entre Oriente y Occidente) representan una confesión de la culpa contenida en la precedente exclusión recíproca, capaz de purificar la memoria y de generar una nueva. El fundamento de esta nueva memoria no puede ser más que el amor recíproco o, mejor, el compromiso renovado para vivirlo. Éste es el mandamiento ante omnia (1 Pe 4,8) para la Iglesia, en Oriente como en Occidente. De este modo la memoria libera de la prisión del pasado e invita a católicos y a ortodoxos, como también a católicos y protestantes, a ser los a

Particularmente relevante en relación con el camino hacia la unidad puede resultar la tentación a dejarse guiar, o hasta determinar, por factores culturales, por condicionamientos históricos o por prejuicios que alimentan la separación y la desconfianza recíproca entre cristianos, aunque nada tengan que ver con las cuestiones de fe. Los hijos de la Iglesia deben examinar su conciencia con seriedad para ver si están activamente comprometidos en la obediencia al imperativo de la unidad y viven la «conversión interior», «porque los deseos de unidad brotan y maduran como fruto de la renovación de la mente, de la abnegación de sí mismo y de una efusión libérrima de la caridad» 76. En el período transcurrido desde la conclusión del Concilio hasta hoy la resistencia a su mensaje ciertamente ha entristecido al Espíritu de Dios (Ef 4,30). En la medida en que algunos católicos se complacen en permanecer ligados a las separaciones del pasado, sin hacer nada por remover los obstáculos que impiden la unidad, se podría ha

3. El uso de la violencia al servicio de la verdad 


Al antitestimonio de la división entre los cristianos hay que añadir el de las ocasiones en que durante el pasado milenio se han utilizado medios dudosos para conseguir fines buenos, como la predicación del Evangelio y la defensa de la unidad de la fe: «Otro capítulo doloroso sobre el que los hijos de la Iglesia deben volver con ánimo abierto al arrepentimiento está constituido por la aquiescencia manifestada, especialmente en algunos siglos, con métodos de intolerancia y hasta de violencia en el servicio a la verdad» 78. Se refiere con ello a las formas de evangelización que han empleado instrumentos impropios para anunciar la verdad revelada o no han realizado un discernimiento evangélico adecuado a los valores culturales de los pueblos o no han respetado las conciencias de las personas a las que se presentaba la fe, e igualmente a las formas de violencia ejercidas en la represión y corrección de los errores. 

Una atención análoga hay que prestar a las posibles omisiones de que se hayan hecho responsables los hijos de la Iglesia, en las más diversas situaciones de la historia, respecto a la denuncia de injusticias y de violencias: «Está también la falta de discernimiento de no pocos cristianos respecto a situaciones de violación de los derechos humanos fundamentales. La petición de perdón vale por todo aquello que se ha omitido o callado a causa de la debilidad o de una valoración equivocada, por lo que se ha hecho o dicho de modo indeciso o poco idóneo». 

Como siempre, resulta decisivo establecer la verdad histórica mediante la investigación histórico-crítica. Una vez establecidos los hechos, será necesario evaluar su valor espiritual y moral e igualmente su significado objetivo. Solamente así será posible evitar cualquier tipo de memoria mítica y acceder a una adecuada memoria crítica, capaz, a la luz de la fe, de producir frutos de conversión y de renovación: «De aquellos rasgos dolorosos del pasado emerge una lección para el futuro, que debe empujar a todo cristiano a afianzarse en el principio áureo fijado por el Concilio: "La verdad no se impone más que por la fuerza de la verdad misma, que penetra en las mentes de las personas".

   


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