Wednesday December 04,2024
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EL EVANGELIO
COMO ME HA SIDO REVELADO


El Evangelio como me ha sido revelado

Autor: María Valtorta

« PARTE 3 de 7 »

SEGUNDO AÑO DE LA
VIDA PUBLICA DE JESUS

Partes: [ 1 ] [ 2 ] [ 3 ]
[ 4 ] [ 5 ] [ 6 ] [ 7 ]



141. Yendo hacia Arimatea con los discípulos y con
José de Emaús

142. Con los doce hacia Samaria

143. La samaritana Fotinai

144. Los samaritanos invitan a Jesús a Sicar

145. El primer día en Sicar

146. El segundo día en Sicar. Jesús se despide de los samaritanos

147. Curación de una mujer de Sicar y conversión de Fotinai

148. Jesús visita a Juan el Bautista en las cercanías de Enón

149. La visita a Juan el Bautista, motivo de instrucción
a los apóstoles

150. Jesús en Nazaret, en casa de su Madre. Ella deberá
seguir a su Hijo

151. En Caná en casa de Susana, que se hará discípula.
El oficial del rey

152. María Salomé es recibida como discípula

153. Las mujeres allegadas a los discípulos al servicio de Jesús

154. Jesús en Cesárea Marítima habla a los galeotes.
Las fatigas del apostolado

155. Curación de la niña romana en Cesárea

156. Analía, la primera de las vírgenes consagradas

157. Instrucciones a las discípulas en Nazaret

158. En el lago de Genesaret
con Juana de Cusa.

159. Discurso en Guerguesa. La respuesta sobre el ayuno a los discípulos de Juan el Bautista.

160. Encuentro con Gamaliel en el camino de Neftalí a Yiscala

161. Curación del nieto del fariseo Elí de Cafarnaúm

162. Las conversiones humanas del fariseo Elí
y de Simón de Alfeo

163. Comiendo en casa del fariseo Elí de Cafarnaúm

164. El retiro en el monte para la elección de los Apóstoles

165. Elección de los doce Apóstoles

166. Los milagros después de la elección apostólica. Simón el Zelote y Juan predican por primera vez

167. Jesús concurre con las romanas en el jardín
de Juana de Cusa

168. Aglae en casa de María,
en Nazaret

169. Primer discurso de la Montaña: la misión de los apóstoles y de los discípulos

170. Segundo discurso de la Montaña: el don de la Gracia; las bienaventuranzas

171. Tercer discurso de la Montaña: los consejos evangélicos que perfeccionan
la Ley

172. Cuarto discurso de la Montaña: el juramento, la oración, el ayuno. El anciano Ismael y Sara

173. Quinto discurso de la Montaña: el uso de las riquezas; la limosna; la confianza en Dios.

174. Sexto discurso de la Montaña: la elección entre el Bien y el Mal; el adulterio; el divorcio. La llegada importuna de
María de Magdala.

175. El leproso curado al pie del Monte. Generosidad
del escriba Juan

176. Durante el descanso sabático, el último discurso
de la Montaña:
amar la voluntad de Dios

177. La curación del siervo
del centurión

178. Tres hombres que quieren seguir a Jesús

179. La parábola del sembrador. En Corazín con el nuevo
discípulo Elías

180. Controversia en la cocina de Pedro en Betsaida. Explicación de la parábola del sembrador. La noticia de la segunda captura de Juan el Bautista

181. La parábola del trigo
y la cizaña

182. Palabras a algunos pastores
con el huerfanito Zacarías

183. La curación de un hombre herido en casa de
María de Magdala

184. El pequeño Benjamín de Magdala y dos parábolas sobre
el Reino de los Cielos

185. La tempestad calmada.
Una lección sobre
sus preliminares

186. Los dos endemoniados de la región de los Gerasenos

187. Hacia Jerusalén
para la Pascua.
De Tariquea al monte Tabor

188. La gruta de la maga y el encuentro con Félix, llamado luego Juan

189. En Naím. Resurrección del hijo de una viuda

190. La llegada a la llanura de Esdrelón durante la puesta
del sol del viernes

191. El sábado en Esdrelón.
El pequeño Yabés.
Parábola del rico Epulón

192. Una predicción a Santiago de Alfeo. La Regada a Engannim tras un alto en Meguido

193. Llegada a Siquem tras dos días de camino

194. La revelación al pequeño Yabés durante el camino de Siquem a Berot

195. Una lección de Juan de Endor a Judas Iscariote.
Llegada a Jerusalén

196. El sábado en Getsemaní. Jesús habla de su Madre y de los amores de distintas potencias

197. En el Templo con José de Arimatea. La hora del incienso

198. El encuentro con la Madre en Betania. Yabés cambia su nombre por el de Margziam

199. Donde los leprosos de Siloán y Ben Hinnom. Pedro obtiene a Margziam
por medio de María

200. Coloquio de Áglae
con el Salvador

201. El examen de la mayoría
de edad de Margzia

202. Judas Iscariote es reprendido. Llegada de los campesinos de Jocanán

203. El Padrenuestro

204. La fe y el alma explicadas a los paganos con la parábola
de los templos

205. La parábola del hijo pródigo

206. Con dos parábolas sobre el Reino de los Cielos, termina la permanencia en Betania

207. En la gruta de
Belén la Madre evoca
el nacimiento de Jesús

208. María Santísima ve de nuevo al pastor Elías y con Jesús va a Betsur donde Elisa

209. La fecundidad del dolor, en el discurso de Jesús junto a la casa de Elisa en Betsur

210. Las inquietudes de Judas Iscariote durante el camino
hacia Hebrón

211. Regreso a Hebrón, patria del Bautista

212. Una ola de amor a Jesús, que en Yuttá habla desde
la casita de Isaac

213. En Keriot una profecía de Jesús y el comienzo de la predicación apostólica

214. La madre de Judas abre su corazón a María Stma., que ha llegado a Keriot

215. El posadero de Bet Yinna
y su hija lunática

216. Las infidelidades de los discípulos en la parábola
del diente de león

217. Las espigas arrancadas
un sábado

218. La llegada a Ascalón,
ciudad filistea

219. Los distintos frutos de la predicación de los apóstoles en la ciudad de Ascalón

220. Los idólatras de Magdalgad y la curación milagrosa
de la parturienta

221. Los prejuicios de los apóstoles respecto a los paganos y la parábola del hijo deforme

222. Un secreto del apóstol Juan

223. Una caravana nupcial se libra del asalto de bandidos después de un discurso de Jesús

224. En el apóstol Juan actúa el Amor. Llegada a Béter

225. El paralítico de la piscina de Betseida y la disputa sobre las obras del Hijo de Dios

226. Un signo bueno por parte de María de Magdala. Muerte del anciano Ismael

227. Un episodio incompleto

228. Margziam confiado
a Porfiria

229. Discurso a los habitantes de Betsaida sobre el gesto de caridad de Simón Pedro

230. Curación de la hemorroisa y resurrección de la hija de Jairo

231. En Cafarnaúm, Jesús y Marta hablan de la crisis que atormenta a María de Magdala

232. Curación de dos ciegos y de un mudo endemoniado

233. La parábola de la oveja perdida. María de Magdala también la oye

234. Comentario de tres episodios sobre la conversión de María de Magdala

235. Marta ha recibido de su hermana María la certidumbre de la conversión

236. La cena en casa de Simón el fariseo y la absolución
a María de Magdala

237. La petición de obreros para la mies, y la parábola del tesoro escondido en el campo. Marta todavía teme por su
hermana María

238. Llegada de María Stma. con María de Magdala a Cafarnaúm en medio de una tempestad

239. La parábola de los peces, la parábola de la perla, y del tesoro de las enseñanzas viejas y nuevas

240. En Betsaida, en la casa de Simón, con Porfiria y Margziam, el cual enseña a la Magdalena la oración de Jesús

241. Vocación de la hija de Felipe. Llegada a Magdala y parábola de la dracma perdida

242. Jesús habla sobre la Verdad al romano Crispo, el único que lo escucha de Tiberíades

243. En Caná en la casa de Susana. Las expresiones, los gestos y la voz de Jesús. Debate de los apóstoles acerca de las posesiones diabólicas

244. Juan repite un discurso de Jesús sobre la Creación y sobre los pueblos que esperan la Luz

245. Una acusación de los nazarenos a Jesús, rechazada con la parábola del
leproso curado

246. Un apólogo para los habitantes de Nazaret, los cuales permanecen incrédulos

247. María Stma. instruye a la Magdalena en orden
a la oración mental

248. En Belén de Galilea. Juicio ante un homicidio y parábola de los bosques petrificados

249. María Stma. instruye a Judas Iscariote sobre el deber preeminente de la
fidelidad a Dios

250. A los discípulos que han venido con Isaac: la parábola del lodo transformado en llama. Juan de Endor es alma víctima

251. A los pescadores siro-fenicios: la parábola del minero perseverante. Hermasteo
de Ascalón

252. El regreso de Tiro. Milagros. Parábola de la vid y el olmo

253. María Santísima devela a María de Alfeo el sentido de la maternidad espiritualizada.
La Magdalena debe
forjarse sufriendo

254. El encuentro con Síntica, esclava griega y la llegada a Cesárea Marítima

255. Despedida de las hermanas Marta y María, que parten con Síntica. Una lección
a Judas Iscariote

256. Parábola sobre la virtud de la esperanza, que sujeta la fe
y la caridad

257. Retiro de Jesús y Santiago de Alfeo en el monte Carmelo

258. Jesús revela a Santiago de Alfeo cuál será su misión
de apóstol

259. Lección sobre la Iglesia y los Sacramentos a Santiago de Alfeo, que obra un milagro

260. Dos parábolas de Pedro para los campesinos
de la llanura de Esdrelón

261. Exhortación a los campesinos de Doras,
que ahora lo son de Jocanán

262. Una hija no querida y el papel de la mujer redimida.
El Iscariote solicita
la ayuda de María

263. Curación del hombre del brazo atrofiado

264. Una jornada de Judas Iscariote en Nazaret

265. Instrucciones a los doce apóstoles al comienzo
de su ministerio

266. Los discípulos del Bautista quieren verificar que Jesús es el Mesías. Testimonio sobre el Precursor e invectiva contra las ciudades impenitentes

267. Jesús, carpintero en Corazín

268. Lección sobre la caridad con la parábola de los titos. El yugo de Jesús es ligero

269. La disputa con escribas y fariseos en Cafarnaúm. Llegada de la Madre y de los hermanos

270. Jesús recibe la noticia de que han matado a
Juan el Bautista

271. Salida para Tariquea con los apóstoles, que han regresado a Cafarnaúm

272. Reencarnación y vida eterna en el diálogo con un escriba

273. La primera multiplicación
de los panes

274. Jesús camina sobre las aguas. Su prontitud en socorrer
a quien le invoca

275. Cuatro nuevos discípulos. Jesús habla sobre las obras de misericordia corporal y espiritual

276. El hombre avaro y la parábola del rico necio. Las inquietudes y la vigilancia
en los siervos de Dios

277. En Magdala, en los jardines de María. El amor y la corrección entre hermanos

278. El perdón y la parábola del siervo inicuo. La misión confiada a setenta y dos discípulos

279. Encuentro con Lázaro en el campo de los Galileos

280. El regreso de los setenta y dos. Profecía sobre
los místicos futuros

281. En el Templo durante la fiesta de los Tabernáculos. Las condiciones para seguir a Jesús. La parábola de los talentos y la parábola del buen samaritano

282. La delación al Sanedrín respecto a Hermasteo,
Juan de Endor y Síntica

283. Síntica habla de su encuentro con la Verdad

284. La casita donada por Salomón. Cuatro apóstoles
se quedarán en Judea

285. Lázaro ofrece un refugio para Juan de Endor y Síntica. Viaje feliz hacia Jericó
sin Judas Iscariote

286. En Ramot con el mercader Alejandro Misax. Lección a Síntica sobre el recuerdo
de las almas

287. De Ramot a Gerasa con la caravana del mercader

288. Palabras a los habitantes de Gerasa y alabanza de una mujer a la Madre de Jesús

289. AEl sábado a Gerasa. Asueto de Margziam. La pregunta de Síntica sobre la salvación
de los paganos

290. El hombre de los ojos ulcerosos. El alto en la "fuente del Camellero". Más sobre el recuerdo de las almas

291. Margziam descubre por qué Jesús ora todos los días
a la hora nona

292. Insidia de escribas y fariseos en Bosrá

293. Palabras de Jesús y milagros en Bosrá, después de la irrupción de dos fariseos. El don de la fe a Alejandro Misax

294. La rica dádiva del mercader. Adiós a la Madre
y a las discípulas

295. Palabras y milagros en Arbela, ya evangelizada por Felipe de Jacob

296. Llegada a Aera bajo la lluvia. Curación de los enfermos que allí esperan

297. Con el sermón de Aera termina el segundo
gran viaje apostólico

298. La ayuda prestada a los huerfanitos María y Matías y las enseñanzas que de ella
se deducen

299. A Juana de Cusa le son confiados, para su tutela, los huerfanitos María y Matías

300. Con escribas y fariseos en casa del resucitado de Naím

301. ola de las frentes destronadas y explicación de la parábola sobre lo no puro

302. En Magdala, antes de mandar a todos a sus respectivas familias para las Encenias

303. Jesús donde su Madre
en Nazaret

304. Con Juan de Endor, Síntica y Margziam. María es Madre
y Maestra

305. Jesús consuela a Margziam con la parábola de los pajarillos

306. También Simón Zelote está en Nazaret. Lección sobre los daños del ocio

307. Controversia en la casa de Nazaret acerca de las culpas de los nazarenos. Lección sobre la tendencia al pecado a pesar de la Redención

308. Curación del hijo de Simón de Alfeo. Margziam es el primero de los niños discípulos

309. Sacrificio de Margziam por la curación de una niña. Enmienda de Simón de Alfeo

310. Con Pedro, en Nazaret, Jesús organiza la partida
de Juan de Endor y Síntica

311. La renuncia de Margziam es ocasión de una lección sobre los sacrificios hechos por amor

312. Jesús comunica a Juan de Endor la decisión de enviarle a Antioquía. Final del segundo año

 

250- A los discípulos que han venido con Isaac: la parábola del lodo transformado en llama. Juan de Endor es alma víctima


Precisamente a orillas del profundo torrente, Jesús encuentra a Isaac con muchos discípulos, conocidos y desconocidos. Entre los conocidos están: el arquisinagogo de Agua Especiosa, Timoneo; José, el acusado de incesto, de Emaús; el joven que no fue a enterrar a su padre por seguir a Jesús; Esteban; el leproso Abel, curado el año anterior cerca de Corazín, con su amigo Samuel; el barquero de Jericó, Salomón; y otros muchos, que reconozco pero que de ellos no recuerdo en absoluto ni el lugar donde los vi ni el nombre. Son rostros conocidos, ya muchos, todos conocidos como rostros de discípulos. Y hay además otros, conquistas de Isaac o de los mismos discípulos que acabo de nombrar; siguen al núcleo principal con la esperanza de encontrar a Jesús.

El encuentro es afectuoso, alegre, reverente. Isaac está radiante por la alegría de ver al Maestro y de enseñarle su nuevo rebaño, y como premio pide una palabra de Jesús para la turba que tiene consigo.

-¿Conoces un lugar tranquilo donde podernos reunir?
-En el extremo del golfo hay una playa desierta. Allí hay unas casuchas de pescadores, que en este período están deshabitadas, porque son malsanas y porque, además, la época de la pesca de pescado para salazón ya ha terminado y los pescadores van a la Siro-Fenicia a la pesca de la púrpura. Muchos de ellos ya creen en ti, porque, han oído hablar en las ciudades de mar y por contactos con los discípulos; me han cedido las casitas para descansar nosotros. Después de cada misión volvemos a ellas. Porque en esta costa hay mucho que hacer; está completamente corrompida por muchas cosas. Querría llegar hasta la Siro-Fenicia. Podría hacerlo por mar, porque la costa está demasiado caldeada por el sol como para recorrerla a pie.

Pero soy pastor, no marinero; y de éstos no hay ninguno que sepa navegar.

Jesús, que está escuchando atentamente, con una leve sonrisa, un poco agachado -¡tan alto como es Él, teniendo de frente al pequeño pastor, que refiere todo como un soldado a su general!-responde:

-Dios te ayuda por tu humildad. Si aquí me conocen es por ti, discípulo, no por los otros. Vamos a preguntar a los del lago si se sienten en condiciones de navegar en el mar, y, si podemos, iremos a Siro-Fenicia.

Y se vuelve, buscando a Pedro, Andrés, Santiago y Juan, que conversan animadamente con algunos discípulos. Mientras, Judas Iscariote está detrás congratulándose con Esteban, y Simón Zelote y Bartolomé y Felipe están con las mujeres. Los otros cuatro están con Jesús.
Los cuatro pescadores van enseguida.

-¿Seríais capaces de navegar en el mar? -pregunta Jesús. Los cuatro se miran, perplejos. Pedro se remueve el pelo mientras piensa. Luego pregunta:

-Pero, ¿dónde? ¿Muy fuera de la costa? Nosotros somos peces de agua dulce...
-No, siguiendo la costa hasta Sidón.
-¡Hombre!, pues... creo que se puede. ¿Vosotros qué pensáis?

-Yo también creo que sí. Sea mar o sea lago, será en todo caso lo mismo: agua -dice Santiago.
-Es más, será más bonito y más fácil -dice Juan.

-La verdad es que no sé de dónde sacas eso -le responde su hermano.
-De su amor por el mar. Quien ama una cosa ve en ella todas las perfecciones. Si amaras así a una mujer, serías un marido perfecto -dice Pedro bromeando y dando unos meneos afectuosos a Juan.

-No. Lo digo porque en Ascalón vi que las maniobras eran iguales y la navegación muy suave -responde Juan.
-¡Pues entonces, vamos! -exclama Pedro.
-De todas formas sería siempre mejor llevar con nosotros a uno del lugar. No conocemos ni este mar ni la profundidad de estas aguas -observa Santiago.

-¡Bah! ¡No me preocupa lo más mínimo! ¡Tenemos a Jesús con nosotros! Antes no me sentía todavía seguro, ¡pero después de quede ha calmado el lago!... Vamos, vamos con el Maestro a Sidón, que quizás hay alguna cosa buena que realizar ­dice Andrés.

-Pues entonces iremos. Procura las barcas para mañana. Pídele a Judas de Simón la bolsa.

Y, mezclados juntos apóstoles y discípulos -y no hay ni que decir con qué manifestaciones de alegría muchos lo están (que son los que ya Jesús conoce bien)-vuelven sobre sus pasos y se encaminan hacia la ciudad. La rodean por su periferia hasta que llegan a la punta extrema de la bahía, punta que penetra en el mar como un brazo doblado. Allí, unas pocas casuchas, esparcidas por la costa guijarrosa y breve, representan el lugar más miserable de la ciudad, el más deshabitado y menos continuamente poblado. Las pequeñas casas -cubos de muro desmoronado por la salobridad y los años-están, todas, cerradas. Cuando los discípulos las abren, dejan ver su humeada miseria y su moblaje reducido verdaderamente a lo mínimo indispensable.

-Aquí están. Son, si no bonitas, por lo menos muy cómodas y limpias -dice Isaac, que se encarga del recibimiento de los huéspedes.

-¡No, bonitas no, pobrecillas! Agua Especiosa era un palacio comparada con éstas. ¡Y había quien se quejaba!... -comenta Pedro con cierto retintín.

-Pero para nosotros son una suerte.
-¡Claro, claro! Lo importante es tener un techo y amarse.

¡Ah... mira, aquí está nuestro Juan! ¿Cómo estás? ¿Dónde estabas?

Pero Juan de Endor, no sin sonreírle a Pedro, va inmediatamente a venerar a Jesús, que lo saluda con palabras muy buenas.

No he querido que viniera porque no ha estado muy bien... Prefiero que esté aquí. Se desenvuelve muy bien con la gente de la ciudad y con quien le pide noticias acerca del Mesías... -dice Isaac.

En efecto, el hombre de Endor está mucho más delgado que antes. Pero su rostro aparece sereno. La delgadez le ennoblece los rasgos: viéndolo, se piensa en uno ya afectado por el dúplice martirio de la carne y del espíritu.

Jesús lo observa y le pregunta:
-¿Estás enfermo, Juan?

-No más de cuanto lo estaba antes de verte. Esto respecto al cuerpo, porque, si me juzgo bien, estoy curándome de mis particulares heridas.

Jesús mira todavía un momento sus ojos serenos y sus sienes hundidas, pero no dice nada más; le pone, eso sí, una mano en el hombro y entra con él en una de las casitas, a la que han traído unos cántaros de agua de mar para refrescar los pies cansados, y tinajas de agua fresca para la sed. Fuera, sobre una tosca mesa colocada a la sombra de una... ilusión de pérgola de plantas trepadoras, se preparan las cosas de comer.

Y es bonito, mientras el crepúsculo desciende y el mar musita las oraciones del atardecer con el frufrú de la resaca en la playita guijarrosa, ver la cena de Jesús con las mujeres y los apóstoles, sentados en torno a la tosca mesota, mientras los demás, quién sentado en el suelo, quién en taburetes o cestas puestas al revés, hacen círculo alrededor de la mesa principal.

Pronto termina la cena, y, más rápidamente todavía, quitan la mesa (los utensilios, para los huéspedes más importantes, eran bien pocos). El mar, en la noche aún sin luna, ha tomado un color negro-añil; toda su grandeza se manifiesta en esta hora triste y solemne de las orillas marinas.

Jesús, altura blanca entre las sombras cada vez más oscuras, se levanta de la mesa para ir al centro de una pequeña muchedumbre de discípulos, mientras las mujeres se retiran. Isaac y otro encienden sobre la arena unas pequeñas hogueras para que den luz y también para mantener a distancia las nubes de mosquitos que vienen, quizás de aguazales cercanos.

-Paz a todos vosotros.
La misericordia de Dios nos reúne antes del tiempo establecido y alegra recíprocamente nuestros corazones. He escudriñado todos vuestros corazones, moralmente buenos, como lo demuestra el hecho de estar aquí, esperándome, formándoos en mí; espiritualmente todavía imperfectos, como lo demuestran ciertas reacciones vuestras, que manifiestan que perdura en vosotros el hombre viejo de Israel, con todos sus conceptos y prejuicios, y cómo todavía no ha salido de él, cual mariposa de su larva, el hombre nuevo, el hombre del Cristo, el hombre que del Cristo tiene la grande, luminosa, misericordiosa mentalidad y la aún mayor caridad. Pero, no os avergoncéis de que haya escudriñado vuestros corazones y leído todos sus secretos. Un maestro debe conocer a sus discípulos para poderles corregir sus defectos; y, creedme, si es un buen maestro, no siente desagrado por los más defectuosos, sino que es precisamente a éstos a quienes más se dedica para mejorarlos. Y sabéis que Yo soy un buen Maestro.

Vamos a examinar ahora juntos estas reacciones y prejuicios, vamos a tratar de considerar juntos el motivo de nuestra presencia aquí; y, por la alegría que nos produce este estar unidos, sepamos bendecir al Señor, que siempre, de un bien particular, obtiene un bien colectivo.

He oído de vuestros labios la admiración por Juan de Endor; tanto más porque se profesa pecador convertido y apoya su tesis de predicación, en medio de aquellos a quienes quiere conducir a mí, en estas dos características suyas, la vieja y la nueva. Es verdad. Era un pecador.

Ahora es un discípulo. Muchos de vosotros si han venido al Mesías ha sido gracias a él. Ved, pues, cómo Dios crea el nuevo pueblo de Dios precisamente con aquellos medios que el hombre viejo de Israel despreciaría.

Ahora os voy a rogar que os abstengáis de juzgar con malsano juicio la presencia de una hermana que el viejo Israel no comprende como discípula. He ordenado a las mujeres que se fueran a descansar. Pues bien, la razón de esta orden mía, que ciertamente ha apenado a las discípulas, no era tanto la preocupación de que descansaran, cuanto la de poderos dar a vosotros una santa valoración de una conversión, y la preocupación de impediros un pecado contra el amor y la justicia.

María de Magdala, la gran pecadora de Israel, aquella que no tenía disculpa de su pecado, ha vuelto al Señor. ¿De quién podrá esperar ella fe y misericordia, sino de Dios y de los siervos de Dios? Todo Israel, y con Israel los extranjeros que viven entre nosotros, aquellos que mucho la conocen y severamente la juzgan, ahora que ya no es cómplice de sus excesos, critican y ridiculizan esta resurrección.

Resurrección. Es la palabra más exacta. Resucitar un cuerpo no es el mayor milagro; es un milagro siempre relativo, destinado a quedar un día anulado por la muerte. Yo no doy inmortalidad al resucitado en cuerpo, sí doy eternidad al resucitado en espíritu. Además, mientras que, en el caso de un muerto en el cuerpo, el muerto no une su voluntad de resucitar a la mía -por tanto, no hay mérito por su parte-, en el resucitado en el espíritu está presente su voluntad (es más, es la primera presente); por tanto hay mérito del resucitado.

No os digo esto para justificarme. Sólo a Dios debo rendir cuenta de mis acciones. (Jesús era Dios pero aquí usa un modismo lingüístico, como si nosotros dijéramos ͞sólo a mi alma, a mi conciencia, debo dar cuenta de mis actos͟).

Pero vosotros sois mis discípulos, y mis discípulos deben ser otros Jesús. No debe haber en ellos ningún desconocimiento, como tampoco ninguna de esas culpas inveteradas que hacen que muchos estén unidos a Dios sólo nominalmente.

Todo es susceptible de buenas acciones, hasta las cosas aparentemente menos apropiadas. Cuando una materia se presenta ante la voluntad de Dios -aunque se trate de la más inerte, helada y repelente-, puede transformarse en movimiento, llama y belleza pura.

Os propongo una comparación sacada del libro de los Macabeos. Cuando el rey de Persia dejó partir a Nehemías para Jerusalén, se quisieron ofrecer sacrificios en el Templo que había sido reconstruido y en el altar purificado. Nehemías recordaba cómo, en el momento de la caída en manos de los persas, los sacerdotes encargados del culto de Dios habían tomado el fuego del altar y lo habían escondido en un lugar secreto, en el fondo de un valle, en un pozo profundo y seco, y que lo hicieron tan bien y tan secretamente, que sólo ellos supieron dónde estaba el fuego sagrado. Esto recordaba Nehemías, y, recordándolo, llamó a los nietos de aquellos sacerdotes para que fueran al lugar indicado por los sacerdotes a sus hijos antes de morir -éstos a su vez se lo habían indicado a sus hijos, transmitiendo de esta forma el secreto de padres a hijos-y trajeran el sagrado fuego para encender el fuego del sacrificio. Pero, cuando bajaron los nietos al pozo secreto, no encontraron fuego sino densa agua, un lodo putrefacto, fétido, pesado, que se había filtrado allí procedente de todas las cloacas obturadas de la devastada Jerusalén. Y se lo dijeron a Nehemías. Mas éste ordenó que cogieran agua de aquella y que se la trajeran. Habiendo ordenado que se pusiera la leña encima del altar, y encima de la leña los sacrificios, roció abundantemente todo, para que todo quedara asperjado con el agua legamosa. Si el pueblo, asombrado, miraba con respeto, si los sacerdotes, escandalizados, ejecutaron con respeto, fue sólo porque era Nehemías el que lo ordenaba. Pero, ¡cuánta tristeza en sus corazones, cuánta desconfianza! De la misma forma que había nubes en el cielo que ponían triste el día, en los corazones la duda ponía melancólicos a los hombres.

Mas he aquí que el sol desgarró las nubes y descendió con sus rayos al altar, y la leña asperjada con el agua legamosa se encendió con una gran llama que enseguida inflamó el sacrificio; mientras los sacerdotes oraban con las oraciones que había compuesto Nehemías y con los más bellos himnos de Israel, hasta que todo el sacrifico quedó consumido. Y, para persuadir a la multitud de que Dios tiene poder para realizar prodigios con las materias menos adecuadas si se usan con recto fin, Nehemías ordenó que con el resto del agua se asperjara una serie de piedras grandes, y las piedras asperjadas prendieron fuego y en él se consumieron en la intensa luz que venía del altar.

Cada alma es un fuego sagrado, encendido por Dios en el altar del corazón para que consuma el holocausto de la vida con amor al Creador de la vida. Toda vida es holocausto, si se emplea bien; cada día es un holocausto que ha de arder con santidad. Pero llegan los depredadores, los opresores del hombre y de su alma.

El fuego cae en el pozo profundo. No por santa necesidad, sino por nefasta necedad. Y allí, sumergido en los desagües de todas las sentinas de los vicios, se transforma en lodo putrefacto y pesado, hasta que no desciende a esa profundidad un sacerdote y devuelve a la luz del sol aquel lodo y lo deposita sobre el holocausto de su propio sacrificio. Porque habéis de saber que no basta el heroísmo de la persona que se convierte; es necesario también el heroísmo de quien convierte (es más, éste debe preceder a aquél, porque las almas se salvan con el sacrificio nuestro). Porque así se logra que el lodo se convierta en llama, y Dios juzgue perfecto y grato a su santidad el holocausto que se consume.

Es entonces cuando, no bastando para persuadir al mundo de que el lodo arrepentido es más abrasador que el fuego común (aunque sea fuego consagrado, que sirve sólo para consumir leña y víctimas, o sea, materias combustibles), este lodo arrepentido adquiere tal potencia que puede encender y devorar hasta las piedras, material incombustible. ¿Y no os preguntáis de qué le viene a este lodo esta propiedad? ¿No lo sabéis? Os lo diré: Es porque en el fuego del arrepentimiento ellos se funden en Dios, llama con llama; llama que sube, llama que desciende; llama que se ofrece amando, llama que se concede amando; abrazo de dos que se aman, que se encuentran de nuevo, que se unen y forman una cosa sola; y, dado que la llama más fuerte es la de Dios, ésta excede, rebosa, penetra, asume... y la llama del lodo arrepentido deja de ser llama relativa de ser creado para ser llama infinita de Ser increado: del Altísimo, el Potentísimo, el Infinito, de Dios.

Esto son los grandes pecadores verdaderamente convertidos, totalmente convertidos, generosamente entregados a la conversión sin quedarse con nada del pasado, consumiéndose primero ellos mismos, su parte más pesada, con la llama que se alza de su propio barro, que ha acudido a la Gracia y que por ella ha sido tocado. En verdad, en verdad os digo que muchas piedras de Israel recibirán el impacto del fuego de Dios por estos hornos de fuego que arderán cada vez más, hasta la consumición de la criatura humana; y que seguirán devorando con su fuego las piedras, las tibiezas, las incertidumbres, las timideces de la Tierra, desde su trono del Cielo, verdaderos espejos sobrenaturales que recogen las Luces Unas y Trinas para hacerlas converger en la Humanidad y encenderla de Dios.

Os repito que no tenía necesidad de justificar mis actos, pero he querido que entrarais en mi concepto y lo hicierais vuestro. Para ahora y para otros casos futuros semejantes, cuando Yo ya no esté con vosotros. Que nunca un concepto desviado, una sospecha farisaica de contaminar a Dios llevándole un pecador arrepentido, os detenga en esta obra, que es coronación perfecta de la misión a que os destino. Tened siempre presente que no he venido a salvar a los santos, sino a los pecadores.

Y haced vosotros lo mismo, porque el discípulo no está por encima del Maestro, y si Yo no aborrezco el tomar de la mano los desechos de la Tierra que sienten necesidad del Cielo -que la sienten por fin-y, jubiloso, los conduzco a Dios (porque ésta es mi misión y cada conquista es una justificación de mi Encarnación humilladora del Infinito), pues no lo aborrezcáis tampoco vosotros, hombres limitados, que en mayor o menor grado habéis conocido, todos, la imperfección; hechos de la misma naturaleza que vuestros hermanos pecadores, hombres que elijo como salvadores para que continúen mi obra por todos los siglos de la Tierra, de forma que -sea como si Yo siguiera viviendo en ella con secular existencia.

Y así será porque la unión de mis sacerdotes será como la parte vital en el gran cuerpo de mi Iglesia, de que Yo seré el Espíritu animador; y, hacia esta parte vital, convergerán las infinitas partículas de los creyentes para constituir un único cuerpo que recibirá su nombre de mi Nombre. Pero si faltara la vitalidad en la parte sacerdotal, ¿podrían las infinitas partículas tener vida? Verdad es que Yo, estando en el cuerpo, podría impulsar mi Vida hasta las partículas más lejanas, sin hacer caso de las cisternas y canales obturados o inútiles, indóciles a su ministerio. Porque la lluvia penetra hasta donde quiere, y las partículas buenas, capaces por sí mismas de querer la vida, vivirían igualmente mi Vida. Pero, ¿qué sería entonces el Cristianismo? Cercanía de almas; cercanas, pero separadas por canales y cisternas que ya no serían lazos de unión distribuidores de la sangre vital proveniente de un único centro para cada una de las partículas; serían, más bien, muros y precipicios de separación, y las partículas se mirarían, humanamente hostiles, sobrenaturalmente afligidas, de una orilla a otra, diciendo en sus espíritus: "¡Y éramos hermanos, y tales nos sentimos todavía, a pesar de que nos hayan separado!". Cercanía. No fusión. No un organismo. Y por encima de esta ruina resplandecería doliente mi amor...

Y añado: No penséis que esto vale sólo para los cismas religiosos. No. Sirve también para todas las almas que quedan solas porque los sacerdotes no quieren sostenerlas, ocuparse de ellas, amarlas, contraviniendo con ello a su misión, que es la de decir y hacer lo que Yo digo y hago, o sea: "Venid a mí todos vosotros, que os conduciré a Dios".

Idos en paz ahora, y que Dios esté con vosotros.
Los presentes, en conjunto, lentamente se marchan, cada uno hacia la casa que lo hospeda; se levanta también Juan de Endor, el cual ha estado siempre tomando apuntes mientras Jesús hablaba, exponiéndose al calor abrasador del fuego para poder ver lo que escribía. Pero Jesús lo para y le dice:

-Estáte un poco con tu Maestro.

Y lo tiene junto a sí hasta que todos terminan de marcharse.

-Vamos hasta aquella peña que está a la orilla del mar. La Luna cada vez está más alta. Se ve el camino.

Juan acepta sin decir palabra.

Se alejan de las casas aproximadamente unos doscientos metros. Se sientan encima de una voluminosa peña (no sé si se trata de un resto de un espigón, o de la extrema punta de un arrecife sumergido en el mar; o, tal vez, pertenece a las ruinas de alguna casucha semi-sumida por las aguas, que quizás con el paso de los siglos han penetrado tierra adentro). Sí sé que, mientras desde la pequeña playa se puede subir, apoyando el pie en entrantes y salientes de la piedra, que hacen de peldaños, desde la parte del mar la pared desciende casi recta para hundirse en el agua verde-clara.

Es más, ahora, por la marea, está semicircundada por el agua, que borbotea y azota ligeramente este obstáculo, para huir luego con un sonido de enorme aspiración, y luego calla un momento, para volver de nuevo, con movimiento y sonido regulares, hecho de golpes y de aspiraciones y silencios como una música sincopada. Se sientan en el punto más alto de este volumen azotado por el mar. La Luna dibuja sobre las aguas un camino de plata y da un color azul oscurísimo al mar, que antes de que ella saliera no era sino una extensión negruzca en el negro de la noche.

-Juan, ¿no le dices a tu Maestro la razón por la que sufre tu cuerpo?

-Ya la conoces, Señor. De todas formas, no digas "sufre", di "se consume"; es más exacto, y Tú lo sabes, como también sabes que se consume con gozo. Gracias, Señor. Me he reconocido yo también en el barro que se hace llama. Pero no voy a tener tiempo de encender las piedras. Mi Señor, moriré pronto. Demasiado he sufrido por el odio del mundo, demasiado exulto de júbilo por el amor de Dios. Pero no añoro la vida. Aquí podría pecar todavía, podría fallar en la misión a que nos destinas. Ya dos veces he fallado en mi vida: en mi misión de maestro, porque en ella habría debido saber encontrar de qué formarme a mí mismo, y, sin embargo, no me formé; en mi misión de marido, porque no supe formar a mi mujer. Lógicamente: no había sabido formarme a mí mismo, no podía saber formarla a ella. Podría fallar también en mi misión como discípulo... y a ti no quiero fallarte. ¡Bendita sea, por tanto, la muerte, si viene a llevarme a donde no se puede ya pecar! Si bien mi destino no será el de discípulo-maestro, tendré el de discípulo-víctima, el que más asemeja al tuyo. Lo has dicho esta misma noche: "Consumiéndose primero ellos mismos".
-Juan, ¿es un destino que sufres o es un ofrecimiento tuyo?

-Es un ofrecimiento, si Dios no rechaza el barro hecho fuego.

-Juan, haces muchas penitencias.
-Las hacen los santos, Tú el primero; es justo que las haga quien tanto debe pagar. Pero... quizás es que las mías no las ves gratas a Dios... ¿Me las prohíbes?
-No pongo jamás obstáculo a las buenas aspiraciones de un alma enamorada. He venido a predicar, con los hechos, que en el sufrimiento hay expiación y en el dolor redención.

No puedo contradecirme.

-Gracias, Señor. Será mi misión.
-¿Qué escribías, Juan?

-¡Oh, Maestro! A veces el viejo Félix emerge todavía con sus costumbres de maestro. Pienso en Margziam. Tiene toda una vida para predicarte, y, por su edad, no está presente en tus predicaciones. He pensado tomar nota de algunas enseñanzas con que nos has adoctrinado y que el niño no ha oído, o por estar en sus juegos o por estar lejos con uno de nosotros. ¡Hasta en las más mínimas palabras tuyas hay mucha sabiduría! Tus conversaciones familiares son ya de por sí adoctrinamiento, y precisamente en las cosas de cada día, de cada hombre, en esas cosas mínimas que en el fondo son las más grandes de la vida, porque, acumulándose, forman una gran suma que exige paciencia, constancia, resignación, si se quiere llevar con santidad.

Es más fácil realizar un grande pero único acto heroico, que no millares de pequeñas cosas que exijan una constante presencia de virtud. No obstante, no se llega al acto grande, tanto en el mal como en el bien yo lo sé por lo que se refiere al mal-, si no se va largamente acumulando actos pequeños aparentemente insignificantes.

Yo empecé a matar cuando, cansado de la frivolidad de mi mujer, le lancé la primera mirada de desprecio. Para Margziam he anotado tus pequeñas lecciones. Y esta noche he sentido el deseo de anotar tu gran lección. Dejaré este trabajo mío al niño para que se acuerde de mí, el viejo maestro, y para que tenga aquello que de otro modo no tendría. Su espléndido tesoro. Tus palabras. ¿Me das permiso?

-Sí, Juan. Pero está en paz en todo, como este mar. ¿Ves? Para ti sería demasiado abrasador el caminar bajo el ardor del sol, y la vida apostólica es verdaderamente ardor. Has luchado mucho en tu vida. Ahora Dios te convoca a su presencia en este plácido radiar de luna que todo calma y hace puro. Camina bajo la dulzura de Dios. Te digo que Dios está contento de ti.

Juan de Endor toma la mano de Jesús, la besa y musita:
-Pero también habría sido hermoso decirle al mundo: "¡Acércate a Jesús!".

-Lo dirás desde el Paraíso. Tú serás también un espejo reflector de la Llama de Dios. Vamos, Juan. Quisiera leer lo que has escrito.

-Aquí está, Señor. Y mañana te doy el otro rollo en que he anotado las otras palabras.

Bajan de su escollo y, en medio de una esplendorosísima, dilatada luz blanca de luna, que ha transformado en plata la grava de la orilla, vuelven a las casas. Se saludan: Juan, arrodillándose; Jesús, bendiciéndolo con la mano puesta sobre su cabeza y dándole su paz.
   


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