14.1» Palabras de algunos santos
Parte 1
Autor: P. Angel Peña O.A.R
CDecía san Efrén (306-372): Nadie puede alabar dignamente a José67.
San Juan Crisóstomo (+407) afirma con relación a san José: No pienses, oh José, que por haber sido concebido Cristo por obra del Espíritu Santo, puedes tú ser ajeno a esta divina economía. Pues, aunque es cierto que no tienes parte alguna en su generación y la madre permanece Virgen intacta, sin embargo, todo cuanto corresponde al oficio de padre, sin que atente en modo alguno contra la virginidad, todo te es dado a ti. Tú le pondrás el nombre al hijo, pues tú harás con él las veces de padre. De ahí que, empezando por la imposición del nombre, te uno íntimamente con el que va a nacer68.
Santa Brígida (+1373), la gran mística, en sus Revelaciones, dice que un día le dijo la Virgen María: José me sirvió tan fielmente que jamás oí de su boca una sola palabra de lisonja ni de murmuración ni de ira, pues era muy paciente, cuidadoso en su trabajo y, cuando era necesario, suave con los que reprendía, obediente en servirme, pronto defensor de mi virginidad, fidelísimo testigo de las maravillas de Dios. Igualmente, estaba tan muerto al mundo y a la carne que no deseaba más que las cosas celestiales69.
San Francisco de Sales escribía a santa Juana de Chantal el 19 de marzo de 1614: San José es el santo de nuestro corazón, el padre de mi vida y de mi amor.
San Leonardo de Puerto Maurizio (+1751) decía: Honrad a Jesús, José y María. Grabad en vuestro corazón con letras de oro esos tres nombres celestiales, pronunciadlos a menudo, escribidlos en todas partes. Repetid, muchas veces al día esos nombres sagrados, y que estén también en vuestros labios en el último suspiro.
San Alfonso María de Ligorio (+1787) escribió: Oh José, me alegro, porque Dios os ha juzgado digno de ser padre de Jesús y habéis visto someterse a tu autoridad al que obedecen los cielos y la tierra. Dios ha querido obedeceros. Por eso, yo quiero ponerme a tu servicio, honraros y amaros como mi Señor y Maestro70.
San Juan Bosco según se nos cuenta en sus Memorias biográficas, era muy devoto de san José. Lo eligió como uno de los patronos del Oratorio, colocó a los alumnos artesanos bajo su protección y lo proclamó protector de los exámenes de los estudiantes. A él recurría en sus apuros y exhortaba a los demás a invocarlo. Varias veces al año, hablaba en la plática de la noche sobre la eficacia de su intercesión, hacía celebrar la fiesta del patrocinio de san José el tercer domingo después de Pascua y solía preparar a los alumnos con breves charlas llenas de fervor.
Los jóvenes santificaban el mes dedicado a este santo en la Iglesia, individualmente o por grupos libres, pues no había prescripción reglamentaria, pero era tan grande la devoción que les había inspirado que casi todos tomaban parte en aquella piadosa práctica.
Don Bosco quiso siempre que hubiese un altar dedicado a san José en todas las iglesias que él levantó. Tuvo una gran alegría y exteriorizó su contento, cuando el Papa Pío IX lo proclamó patrono de la Iglesia universal; y estableció en 1871 que, en todas sus casas, lo mismo los estudiantes que los aprendices, debían celebrar su fiesta el diecinueve de marzo, guardando completo descanso de todo trabajo, pues por aquellos años el diecinueve de marzo no era día festivo.
En 1859 daba Don Bosco una prueba de su constante devoción a san José, añadiendo en el devocionario “El joven cristiano” una práctica piadosa, memoria de los siete dolores y gozos de san José; una oración al mismo santo para obtener la virtud de la pureza y otra para impetrar una buena muerte con hermosas canciones religiosas en su honor71.
Y Don Bosco contaba lo siguiente: Hace pocos años, un pobre muchacho de Turín, que no había recibido ninguna instrucción religiosa, fue un día a comprar una cajetilla de tabaco. Al volver donde su compañeros, quiso leer la parte impresa en el envoltorio del tabaco. Era una oración a san José para obtener la buena muerte... Tanto la estudió que se la aprendió de memoria y la rezaba cada día, casi materialmente, sin intención alguna de alcanzar ninguna gracia.
San José no quedó insensible ante aquel homenaje, en cierto modo involuntario; tocó el corazón del pobre joven, se presentó a Don Bosco y él le proporcionó la inestimable fortuna de llevarlo a Dios. El joven correspondió a la gracia, tuvo oportunidad de instruirse en la religión que había descuidado hasta entonces por ignorarla y pudo hacer bien su primera comunión. Al poco tiempo, cayó enfermo y murió, invocando el nombre de san José, que le había obtenido la paz y el consuelo de aquellos últimos momentos72.
67 Op. Sir. 3,600.
68 Homilía sobre el Evangelio de san Mateo 4, 6.
69 Revelaciones libro 6, cap. 59.
70 San Alfonso María de Ligorio, Une année de méditations, Ed. Avon, 1887, p. 587.
71 Memorias biográficas tomo VI, pp. 152-153.
72 Ib. p. 152.