Ante las puertas de Damasco.
La conversión de Pablo
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La noticia desconcertó en Jerusalén a todas las autoridades religiosas judías:
-¿Es que no lo saben? Saulo, o Pablo, ese judío de la diáspora, Maestro tan prometedor, ha traicionado a nuestros sumos sacerdotes, y con las cartas que llevaba consigo y le autorizaban traer presos a los de la maldita secta del Nazareno, ¡él, el mismo Saulo, se ha hecho uno de ellos!...
Esta era la dura realidad para las autoridades judías. ¿Qué había ocurrido?...
El diácono Esteban acababa de ser lapidado, y Saulo, Pablo, convertido en el mayor perseguidor de la naciente Iglesia, se dirigía a Damasco para traer a Jerusalén y condenar y ajusticiar a los discípulos helenistas allí refugiados.
Ocho días de duro caminar sobre las cabalgaduras, con el forzoso descanso del sábado.
Bajo un sol implacable y el calor sofocante del mediodía, llega la comitiva ante las puertas de la ciudad amurallada.
De repente, un globo esplendoroso de luz circunda a Pablo, y un rayo fulminante le derriba en tierra, a la vez que oye una voz de acento inefable, mientras contempla una figura que le mira de manera indescriptiblemente amorosa:
-Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?...
-¿Quién eres tú, Señor?
-Yo soy Jesús, a quien tú persigues. Duro es para ti dar coces contra el aguijón…
En unos segundos de densidad eterna, el caído en tierra se da cuenta perfecta de todo:
-¡Luego Esteban tenía razón! Decía que estaba viendo al Hijo del Hombre a la derecha de Dios, ¡y era verdad! Ese Jesús a quien yo odiaba es el Mesías esperado. Al que yo llamaba “el maldito crucificado”, ¡aquí lo tengo, está Resucitado, y es Señor!...
En unos instantes ha visto Saulo todo un mundo. Y responde con generosidad admirable:
-Señor, ¿qué quieres que haga?...
Y Jesús, a quien ve Pablo con sus cinco llagas resplandecientes:
-Levántate, entra en la ciudad, y allí se te dirá lo que tienes que hacer.
Los acompañantes están perplejos, han notado la luz, han percibido una voz también, pero no han visto a nadie ni entendido nada.
Terminada la visión, Saulo apenas se puede levantar, y sus ojos cegados no ven. Lo levantan, le sostienen por las manos, lo conducen a pie hasta la ciudad, y lo dejan en casa de un judío conocido llamado Judas, sita en la calle principal.
Pablo ni ve ni habla. Ensimismado, no come, no bebe, no escucha a nadie. Sólo sus labios musitan algunas oraciones ininteligibles. Así tres días.
Hasta que al fin recibe una visita extraña. Un anciano venerable que se le presenta:
-Saulo hermano, el Señor Jesús, que se te apareció en el camino, me manda para que recobres la vista y te llenes del Espíritu Santo.
Saulo nota cómo Ananías le impone las manos; a su contacto se le caen de los ojos apagados unas como escamas, producidas por la luz intensa del Resucitado, y recobra la vista.
Sabiendo muy bien quién es Jesús, acepta sin más ser bautizado en una de aquellas tinas de agua de la posada de Judas.
Recupera las fuerzas con el alimento que toma después de tan prolongado ayuno, y ya tenemos ahora a Saulo, a Pablo, convertido en un ser totalmente distinto. En este hombre ha muerto todo un mundo, y ha surgido una nueva creación.
¿Qué decir de la conversión de Pablo?
Después de la Resurrección de Jesús, es el acontecimiento más extraordinario y de mayores consecuencias acontecido en la Historia de la Iglesia.
Los enemigos de Jesucristo no saben cómo revolverse ante este hecho innegable, y, para negarlo, han inventado explicaciones tan ingeniosas como necias. Todos vienen a decir lo mismo:
-¡No, semejante aparición ante Damasco no existió!...
Uno dirá:
-¿Qué ocurrió? Simplemente, con el calor sofocante del mediodía, una insolación hizo hervir los sesos de Pablo y se imaginó ver y oír a aquel a quien perseguía…
Otro apostillará:
-¡Bonito relato! ¡Vaya imaginación que tenía el escritor de los Hechos de los Apóstoles! Todo es pura fantasía.
Otro dará una nueva y más poderosa razón:
-¡Claro! No podía Pablo con los remordimientos de su conciencia por la muerte de Esteban. Y a fuerza de pensar, vino a resolverse: ¡Esteban tenía razón! ¡Jesús tiene que estar vivo! Yo no lo he visto, pero debe ser así…
Vendrá uno más, y nos dirá:
-Todo fue una perturbación mental, causada por la descarga eléctrica de una furiosa tempestad procedente de los desiertos de Siria, que trastornó a Saulo, agotado por el duro caminar, y le hizo ver precisamente aquello que tanto odiaba…
Y queda la explicación más divertida.
-Jesús, desde luego, no había resucitado, porque, de hecho, nunca murió. Estaba al tanto de lo que tramaba Saulo, se le presentó terrible y amenazante frente a Damasco, le metió miedo con la espada que blandía, y Saulo, prudente, antes que morir prefirió rendirse y pasarse al bando que perseguía…
Hace ya mucho tiempo que empezaron a decirse tales disparates por los racionalistas. ¿Por qué?... Sabían bien lo que hacían tan perversamente.
La conversión de Pablo ante las puertas de Damasco es una prueba tajante de la Resurrección de Jesús. Y si Jesús resucitó, ¿quién era Jesús?... Lo que él decía: el Cristo, el Hijo de Dios, el Salvador.
Los enemigos de Jesucristo saben esto muy bien. Por eso están empeñados en negar un hecho evidente y que no tiene vuelta de hoja, como decimos.
Pero además, si Pablo no vio personalmente a Cristo Resucitado, la vida de Pablo no tiene explicación humana.
Nosotros sabemos y decimos algo muy diferente de lo que afirman esos ciegos voluntarios, que no soportan ni a Jesús ni a Pablo.
Nosotros vemos que a partir de las puertas de Damasco, Pablo es el gran enamorado de Jesucristo. ¡Cómo le quiere! ¡Cómo habla de Él! ¡Cómo trabaja por Él!...
No hay cristiano que no mire a Pablo como el gran amante de Jesucristo y no quiera ser, de una manera u otra, un segundo Pablo.
Porque cada cristiano ha tenido en su vida un momento u otro de propia conversión. Y entonces ha surgido en ese cristiano el gran ideal:
-Conocer a Jesús. Amar a Jesús. Hacer algo por Jesús…
Cuando el cristiano contempla a Jesús Resucitado, en quien cree a ciegas, y le pregunta también:
-Señor, ¿quién eres?..., recibe la respuesta de Saulo, pero modificada, ¡y tan modificada!: -Yo soy Jesús, a quien tú tanto amas. ¿Qué quieres hacer por mí?...