Monday December 23,2024
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AQUEL
PABLO DE TARSO


San Pablo

Autor: P. Pedro García
Fuente: Evangelicemos.net

PARTE 1 de 3 »

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00. El Apóstol Pablo.
Charla Introductoria

01. El hombre que se presenta.
Formación judía y griega

02. Pablo y Esteban.
El celoso mantenedor de la Ley

03. Ante las puertas de Damasco.
La conversión de Pablo

04. Damasco-Jerusalén-Tarso. Los primeros pasos del convertido

05. La Iglesia de Antioquía. Emociones a montón

06. La primera misión.
Chipre, y adentrándose en Asia

07. Los judaizantes a la vista. Los tenemos que conocer

08. En el Concilio de Jerusalén. El triunfo de la libertad cristiana

09. Empieza la segunda misión. Por las tierras de Galacia

10. Filipos.
Se abre la puerta de Europa

11. El mundo grecorromano.
El Imperio y sus religiones

12. Algo más sobre el Imperio. Situación social y moral

13. El cristiano.
Fermento y semilla
metidos en el Imperio

14. Tesalónica y Berea.
El Evangelio por Macedonia

15. Con la Biblia en la mano.
La lección de los de Berea

16. Atenas.
Frialdad e indiferencia

17. A partir del Areópago.
Un fracaso y una lecció

18. Corinto.
Soñando en lo imposible

19. Las Cartas
magistrales de Pablo.
Doctor para siempre

20. La primera a los de Tesalónica.
Ya nadie parará la pluma

21. A ser santos llaman.
Lo primero que pidió Pablo

22. El Señor volverá.
Otra misiva a Tesalónica

23. ¡Lean, tesalonicenses!
Una súplica de Pablo

24. Entre la segunda
y tercera misión.

Dejando por ahora

25. Éfeso

26. Primera carta a Corinto. Mucha luz entre sombras

27. ¡Y Jesucristo Crucificado!... Con el escarmiento de Atenas

28. El Bautismo.
Pablo, el gran doctor

29. Una palestra de la castidad. ¡Precisamente en Corinto!

30. Olimpíadas cristianas.
A correr los valientes…

31. ¡La Iglesia!
A pensar como Pablo

32. ¡Aquí estás presente, Señor! Pablo sobre la Eucaristía

33. El Espíritu en acción.
Los carismas del Espíritu Santo

34. El himno incomparable
al Amor.
¡Ese capítulo trece!

35. La tríada gloriosa.
Con las Tres teologales

 

Con la Biblia en la mano.
La lección de los de Berea


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Habíamos dejado a los judíos de Berea formando una Iglesia preciosa junto con los paganos que se les juntaron, convencidos de la verdad que Pablo les predicaba, porque la veían comprobada por la Sagrada Escritura.

En vez de atacar a Pablo como los judíos de Antioquía de Pisidia o de Tesalónica, los de Berea fueron más sensatos.

No había afirmación de Pablo que no fuera cotejada con las profecías del Antiguo Testamento, que ellos leían en la traducción griega de los Setenta.

Y todo concordaba, todo estaba en perfecta armonía con lo que Dios ya había dicho acerca de Jesús, el Cristo que había de venir.

Es inolvidable, y nos edifica hondamente, lo que dicen al pie de la letra los Hechos de los Apóstoles:

“Al llegar Pablo y Silas a Berea fueron a la sinagoga de los judíos, y éstos aceptaron la palabra de Pablo con todo el corazón. Diariamente examinaban las Escrituras para ver si las cosas eran así” (Hch 17,10-11)

“Diariamente”, anota muy bien Lucas.

Esto significa que no se trataba sólo de un momento aislado el que dedicaban aquellos judíos al estudio de las Escrituras, sino que era una ocupación constante, algo que les llenaba la jornada entera del sábado, y todos los atardeceres una vez acabadas las labores del día.
Pablo disfrutó como nunca.

En vez de la consabida persecución de los judíos, aquí “creyeron muchos de ellos”, y los judíos que dudaron o no se convencieron del todo, al menos dejaron en paz a los anunciadores de Jesús.

Nosotros, aprendida la bella lección que nos dan estos judíos tan sensatos y tan queridos ─pues se hacen querer sin más apenas leída esa nota de los Hechos─, nosotros, digo, acudimos ahora a Pablo para que nos instruya en el manejo de la Sagrada Biblia conforme a sus enseñanzas y a sus ejemplos.

Pablo tomaba las Sagradas Escrituras como un arma poderosa para su apostolado.

Convencido de esta eficacia, escribirá un día a su discípulo:

“Toda Escritura, al ser inspirada por Dios, es útil para enseñar, para argüir, para corregir y para instruir en la justicia” (2Tm 3,16)

Sus ejemplos, ante todo. Pablo dominaba la Biblia de tal manera que, podemos decir, se la sabía de memoria.

De niño la empezó a leer en hebreo, aprendido a los pies del maestro en la escuela de la sinagoga de Tarso, y después en la escuela superior de Jerusalén bajo la dirección del gran Rabbí Gamaliel.

Como judío heleno de la diáspora, usó siempre la Biblia en su traducción griega de los Setenta, y por sus citas vemos que se la sabía al dedillo.

Conocemos el método de aprendizaje en Jerusalén.

Los alumnos se sentaban en semicírculo sobre el suelo o encima de bancos bajitos en torno al maestro, sentado éste en sitio más alto y apoyado en una columna.

El maestro ─Gamaliel en nuestro caso─, hacía leer un pasaje en hebreo que se traducía inmediatamente al arameo, la lengua que hablaba el pueblo.

El Rabbí exponía las diversas interpretaciones del pasaje escogido, y venía la discusión animada de los discípulos a base de preguntas y respuestas.

Así hacía el maestro con los discípulos jóvenes, y así hacían también los graves maestros cuando discutían entre sí.

Hacía pocos años que un niño de Nazaret, a sus doce años solamente, dejó asombrados a los doctores de la Ley cuando se sentó entre ellos…

Ahora vemos a Pablo, el joven venido de Tarso, aprender lo que era la Halakhàh, como la llamaban en la escuela, es decir, el montón de historias, tradiciones y normas de la Ley.

Venía después la Haggadàh, o sea, el sacar las consecuencias de los hechos anteriores, el aplicar todo a la vida. Aquí estaba el nudo de la cuestión en el aprendizaje de la Biblia.

Al judío no le interesaba el hecho histórico, sino el mensaje que encerraba.

El judío no miraba la historia, sino al Dios que se escondía en la historia, y también el modo de vivir que aquella historia le enseñaba.

Pongamos una comparación muy nuestra: Simón Bolívar que inicia nuestro movimiento liberacionista.

Pensando en judío, como en las escuelas de la Biblia en Jerusalén, lo de menos son las batallas de Boyacá, Carabobo y Ayacucho, que decidieron nuestra suerte… La historia la aprenderemos de memoria, pero sólo como base de lo que ella encierra, a saber:

Queremos la libertad de nuestros pueblos;
obedecemos nada más que a nuestra Constitución;
sabemos apreciar nuestros valores propios;
no queremos la injusticia que esclaviza a nuestras gentes;
no nos sometemos a ninguna potencia extranjera que nos quiere sojuzgar.

Y para conseguir todo esto, sabemos comportarnos como ciudadanos responsables, conforme a todos nuestros deberes, y ser valientes si llega el caso de defender nuevamente nuestra libertad…

¿Lo vemos? De este modo, la historia se convierte en vida.
Es lo que aprendía el judío: conocer los hechos de Israel; pero, mucho más aún, saber vivir conforme a lo que Dios quería, tal como lo manifestaban aquellos hechos prodigiosos.

Y esto es lo que hizo Pablo. La Biblia la dominaba de punta a punta.

Sabía el sentido exacto de lo que decía la palabra de Dios, como lo demostró con los judíos de Berea, que se convencieron de la verdad y por eso se abrazaron la fe.

Pablo sabía aplicar la Biblia a cualquier circunstancia de la vida. De tal modo lo hacía, que en sus cartas llega a citarla más de doscientas veces, literalmente o con alusiones claras a casi todos los libros del Antiguo Testamento.

Lo único que no toleraba Pablo era la falsificación de la Biblia hecha por los herejes que empezaban a despuntar, y de los cuales decía: “Esos que adulteran la palabra de Dios”, y presentan de ese modo un Cristo adulterado también, un Cristo falsificado (2Co 4,2)

Lo que enseñaba Pedro, igual que Pablo, es hoy tan actual como entonces: “Tengan presente que ninguna profecía de la Escritura puede interpretarse por cuenta propia” (2P 1,20)
Al contrario, Pablo admira a su querido Timoteo, al que le felicita, porque desde pequeñito le habían instruido en la Biblia su madre Eunice y su abuela Loida, fervientes judías:

“Desde niño conoces las sagradas Escrituras que te darán la sabiduría que lleva a la salvación por la fe en Cristo Jesús” (2Tm 3,15)

La enseñanza de los judíos de Berea no la olvidaremos fácilmente: ¡Biblia en mano!

La Biblia para aprender.
La Biblia para nutrir nuestro espíritu.
La Biblia para meditar.
La Biblia para orar…

Para nosotros ─¡cuántas veces repetimos esto!─ la Biblia, junto con la Eucaristía, es el alimento de nuestras almas.

¡Y qué alimento tan sabroso, tan sustancioso, éste de las Sagradas Escrituras con el cual nos alimentamos!...

   


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