La carta a los Filipenses.
Corazón de punta a punta
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Nos resulta imposible olvidarnos de la Iglesia de Filipos, la primera de Europa que acogió el Evangelio, la más entrañada en el corazón de Pablo, al cual le gritó de noche aquel desconocido: ¡Pasa a Macedonia, y ven a ayudarnos!...
Recordamos muy bien cómo fue su fundación.
¡Qué acogida la que tuvieron los misioneros a la vera del río!
¡Qué escena la de Pablo y Silas metidos en la cárcel!
¡Qué recuerdo tan agradecido el de aquellos cristianos!
¡Qué simpática tozudez la de Lidia, la negociante de telas de púrpura:
Se han de hospedar en mi casa quieran que no quieran!... Esa Lidia que por lo visto era el alma de todos estos socorros a Pablo.
En fin, una Iglesia modelo y llena de encantos.
Y ahora, ¡qué carta la que Pablo dirige a los buenos filipenses!
Nos gustaría saber con exactitud cuándo la escribió Pablo.
Ciertamente, cuando se hallaba preso, y lo más probable que fue durante la cautividad de Roma, a donde los queridos filipenses, enterados del paradero de Pablo, le envían socorros:
-¡No pases tantos apuros!
¡No trabajes en Roma con tus tejidos de lonas!
¡En las manos de Epafrodito, mira los corazones de todos nosotros!
¡Toma esto para que pagues el alquiler de la casa!
¡Dedícate a evangelizar sin estorbos!...
Pablo se conmueve, y hace estampar con plumas de oca en los papiros la carta más afectuosa que tenemos del Apóstol.
Pero no lo hizo de momento. Los filipenses habían enviado su ayuda a Pablo apenas supieron que estaba preso en Roma, y lo hicieron por medio de Epafrodito, el cual cayó enfermo de gravedad al llegar y estuvo a punto de morir.
Pablo cuidó de él con enorme cariño, y, restablecido en su salud, lo devolvió a Filipos con esta carta en la mano.
Era hacia el final de la prisión romana, quizá poco antes, como pudo ser algo después de que Pablo escribiera a los de Éfeso y Colosas.
Con la ayuda generosa de los de Filipos y con lo que le van trayendo los fieles de Roma, Pablo puede dedicarse a evangelizar como no lo ha hecho nunca y con éxito redondo:
“Pues el arresto y la prisión han contribuido mucho a la difusión del Evangelio, de tal manera que se ha hecho público entre todo el personal del Pretorio del César, y entre todos los demás, que me hallo en cadenas por Cristo”
¿Y se han acobardado los compañeros porque Pablo esté preso en su propia casa? ¡No, todo lo contrario! Pues sigue escribiendo gozoso:
“Y la mayor parte de los hermanos, alentados en el Señor por mis cadenas, predican con más valentía la palabra” (1,12-14)
Esta carta acabará dando ánimos como ninguna otra:
“Estén alegres en el Señor, se lo repito, estén alegres” (4,4)
Pablo es el primero en estar contento por demás.
¿A qué se debe su alegría?... A que la Iglesia de Filipos se mantenía muy bien en su fidelidad al Señor. La carta lo demuestra desde el principio hasta el fin.
Por lo visto, habían llegado también a Filipos los judaizantes de siempre, emperrados en que todos los bautizados venidos del paganismo recibieran también la circuncisión.
Como los de Filipos no les hicieron caso, a Pablo esta vez no le preocuparon nada, y se contenta con decirles:
“Los verdaderos circuncisos somos nosotros, los que damos culto en el Espíritu a Dios y nos gloriamos en Cristo Jesús sin poner nuestra confianza en la carne” (3,2-3)
Las noticias contra la caridad y la unión estrecha entre toda la comunidad eran para Pablo muy importantes. Y ante algo que le ha comunicado Epafrodito, reacciona con cariño y con firmeza:
-¿Qué ocurre por ahí? Evodia y Síntique, mis queridas hermanas, ¿qué es eso de que discuten mucho y que no se entienden?... No debe ser así entre dos cristianas. ¡Por favor, tengan las dos un mismo sentir en el Señor! (4,2)
Pablo acababa de escribir para todos:
“Si algo puede una exhortación en nombre de Cristo, si algo vale el consuelo afectuoso, o la comunión en el Espíritu, o la ternura del cariño, les pido que hagan perfecta mi alegría permaneciendo bien unidos. Tengan un mismo amor, un mismo espíritu, un mismo sentir”.
Repite palabras y expresiones que significan todas igual: ¡amor! ¡cariño! ¡unión!”…
Hasta que aterriza en la palabra que Pablo quiere:
“¡Tengan todos los mismos sentimientos que Cristo Jesús” (2,1-5)
Y esto lleva a Pablo a entonar un himno cristológico sin igual. ¿Le salió espontáneamente ahora? ¿Lo cantaban ya las comunidades? Nos es igual. Pablo nos lo dicta como totalmente suyo, ¡y hay que ver cómo lo seguimos repitiendo nosotros!
“Cristo, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando pro uno de tantos.
“Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, ¡y una muerte de cruz!
“Por eso Dios lo levantó sobre todo y le concedió el “Nombre-sobre-todo-nombre”; de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo, y toda lengua proclame: Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre” (2,6-11)
¿Qué decimos?... Lo mejor: callar, meditar, orar, amar, entusiasmarse ante el Jesús que Dios nos dio y que llevamos en nuestro corazón…
Esta carta no es doctrinal. Pero un himno como éste la convierte en la lección más grande, profunda y enardecedora sobre la Persona adorable de Jesús:
-Sí, Jesucristo es Dios;
-Sí, Jesucristo es hombre;
-Sí, Jesucristo es Señor, el Rey de la gloria, al que están sujetos los ángeles del Cielo, los hombres de la tierra, los demonios del infierno.
Ante este Jesús, no es extraño que Pablo diga a los de Filipos: :
“Mi vivir es Cristo, y el morir me resultaría una enorme ganancia, pues me llevaría a estar con Cristo para siempre” (1,21-23)
¿Lo que yo era en el judaísmo?...
“Aquello que era para mí una ganancia, lo he juzgado una pérdida a causa de Cristo. Más aún: juzgo todas las cosas, y las tengo por pura basura a fin de ganar a Cristo y ser hallado en él” (3,7-9)
¿Para qué seguir? Cuando queremos pasar ratos deliciosos con Pablo, leemos esta carta de punta a punta, y no nos equivocamos.
Porque nos dice y nos hace sentir que “somos ciudadanos del cielo”, ya que en la billetera o en el bolso llevamos la cédula o el carnet de la Patria celestial…