REGRESANDO A CASA
Testimonio
1.21» Luis Miguel Boullón
Fue durante más de doce años pastor evangélico. Escribe sobre su conversión:
“Una cosa que hacía era lanzar a mis chicos a discutir con los de la parroquia católica. Yo me aprovechaba de que los chicos católicos estaban muy mal formados.
Como comentábamos a sus espaldas: sólo van a la parroquia a divertirse, para repartir cosas a los pobres y para hacer dinámicas de vida, pero de doctrina y de Escrituras no saben nada.
Generalmente, los católicos tienen como una cierta vergüenza por mostrar todas las cartas sobre la mesa y, como no muestran todo con claridad, es muy fácil prender fuego a sus tiendas de campaña, porque dejan demasiados lados flojos...
Un día resolví ir a la parroquia católica a conversar...
El sacerdote era lo que ahora se llama un “cura nuevo” con una guitarra en las manos y muchas ganas de acercarse a mí.
Yo aprovechaba para sacarle afirmaciones que escandalizaban a mis feligreses.
El pobre cura, nunca entendió que el ecumenismo, muchas veces, sirve más para rebajar a los católicos que para acercar a los separados...
Un día fui a la parroquia, pero no estaba el sacerdote de siempre. Salió a atenderme un sacerdote viejo y de mirada penetrante.
Lo habían "castigado”, relegándolo, dándole el cuidado de la parroquia de nuestro pequeño pueblo.
En los últimos treinta años, la población había pasado de ser mayoritariamente católica a una mayoría evangélica o no practicante...
El sacerdote me recibió con amabilidad, pero con distancia. Le planteé algunas cosas de interés común. Noté que habían sido arrancados varios afiches que nosotros regalábamos cada cierto tiempo y que constituían verdaderos trofeos nuestros, plantados en tierra enemiga.
Hablamos de casi todo. En doctrina empezó a morderme. Yo comencé a responder como de costumbre, citando con exactitud una cita bíblica tras otra para probarle su error.
Me dijo: Pastor Boullon, ya sabe que el demonio fue el primer evangélico. Eso me cayó mal. Me insultaba en la cara, tratándome de demonio.
Y me dijo: Recuerde que el demonio intentó tentar a Cristo con la Biblia en la mano. Llegué a casa rabioso. No era posible que la misma Biblia pruebe dos cosas distintas. Eso es una blasfemia. Forzosamente, uno debe tener la razón y el otro malinterpreta.
Consulté varios autores evangélicos. Me armé de fuerzas y volví al despacho parroquial.
Me recibió amable. Le largué un discurso de media hora sobre la salvación por la fe y no por las obras, Concluí con el texto Hechos 16,31:
“¿Qué debo hacer para salvarme? Ellos le dijeron: Cree en el Señor Jesús y te salvarás tú y tu casa”.
Cuando terminé, el sacerdote me dijo: ¿Continuará la lectura de San Pablo?
Continúe con 1 Co 13, 2: “Aunque tuviera tanta fe como para mover montañas, si no tengo amor, no soy nada”. Por tanto, la fe no es la que salva.
¿Acaso no es el apóstol Santiago quien dice que también los demonios creen y tiemblan? (Sant 2,19). Porque “la fe sin obras es una fe muerta” (Sant 2,17).
Cuando el joven rico pregunta a Jesús: ¿Qué tengo que hacer para salvarme? Él responde: Si quieres salvarte, guarda los mandamientos (Mt 19,17). No dice ten fe y te salvarás.
Para terminar me dijo: Busque en su Biblia y encuentre un solo texto que diga que sólo debe enseñarse lo que está en la Biblia. Ya imaginarán ustedes el resultado.
Efectivamente, no encontré nada. En cambio, encontré pasajes bíblicos que le conceden la misma autoridad a las doctrinas transmitidas por vía oral o por tradición (2 Tes 2,15; 3,6; l Tes 4,2; 2,13; 1 Co 11,2; 11,23-24).
Pasada una semana, abrí mi corazón a mi esposa. Ella había sido mi compañera y confidente de penas y alegrías.
Me escuchó con atención. Sus palabras fueron tan sencillas como su conclusión: debía alejarme inmediatamente del sacerdote católico y tratar de recuperar la confianza de mis feligreses.
Teníamos una obligación de fe y teníamos que mantener una familia. No se hablaría más. El caso estaba resuelto para ella.
Yo seguí visitando furtivamente al sacerdote. Yo intentaba responder a las sabias preguntas con las que me desafiaba. ¡Cómo detestaba tener que darle la razón!...
Recuerdo perfectamente una fría mañana, cuando recibí un aviso telefónico para que lo visitara en el hospital. Allí me enteré que tenía cáncer.
Tomé la decisión de hacer pública nuestra amistad y lo visitaría a diario.
La tensión llegó a crecer hasta llegar a agresiones verbales y amenazas de quitarme el cargo y el sueldo...
Hasta que reuní a mis feligreses y les hice declaración de mi conversión... Mi esposa me expulsó de casa.
Desde entonces y después de pasados años de mi conversión, nunca más he sido admitido en casa como padre y esposo.
Hoy los visito con tanta frecuencia como me lo permiten, pero sus corazones siguen muy endurecidos...
El sacerdote, antes de morir, tuvo muchas palabras para mí, pero la que más me llegó fue el ofrecimiento de su vida por la salvación de mi alma.
Dios escuche las plegarias de mi buen amigo en el cielo por mi esposa y mis seis hijos para que a su tiempo vivan la vida de gracia de la santa fe.
En abril del 2001 fui recibido en el seno de la Iglesia.
En junio de ese mismo año, mi querido amigo entregó su alma al Señor, siendo muy llorado por todos cuantos lo conocimos.
Le lloraron los enfermos y los presos que visitaba, los niños y jóvenes de catequesis, los pobres y necesitados que consolaba, los fieles que acudían en busca de consejo y perdón.
En tributo a él, he escrito estas líneas. Ahora, junto con ustedes, puedo acudir a los pies de María Santísima y pedir que, por amor a la divina sangre de su Hijo amado, obtenga la conversión de todos”103.
“Donde está la Iglesia, allí está también el Espíritu de Dios; y allí donde está el Espíritu de Dios, está la Iglesia y toda gracia” (San Ireneo, Contra los Herejes, 3,24,1).
103 Puede leerse el testimonio de su conversión en internet www.ezboard.com