REGRESANDO A CASA
Aclaraciones Doctrinales
g» Purgatorio
La Iglesia católica ha recibido la tradición judía sobre el purgatorio, que Jesús en ningún momento rechazó.
Los judíos, desde el siglo segundo antes de Cristo, ya creían en un tiempo de purificación después de la muerte.
Por eso, en 2 Mac 12,43 se dice que Judas Macabeo mandó a Jerusalén dos mil dracmas de plata para ofrecer un sacrificio por los caídos en la batalla. Y dice el texto:
“De no esperar que los caídos resucitarían, habría sido inútil y necio rezar por los difuntos, pero si consideraba que una magnífica recompensa les está reservada a los que duermen piadosamente, era un pensamiento santo y piadoso.
Por eso, mandó hacer este sacrificio expiatorio a favor de los muertos para que fueran liberados del pecado”. Los hermanos separados no aceptan este libro, pero deben aceptar, al menos, que los judíos creían en ese estado de purificación, al que nosotros llamamos purgatorio.
Lo de menos es el nombre. Lo importante es que está en la Biblia el hecho de la purificación después de la muerte. Y eso lo creían también los judíos del tiempo de Jesús y él no lo criticó. Y lo siguen creyendo después de dos mil años los judíos actuales. Pero hay otros textos.
Dice el Apocalipsis que en el cielo “no puede entrar nada manchado” (Ap 21,27), luego todos deben entrar limpios de pecado y hay que purificarse antes de entrar. En 1 Co 3,15 dice Pablo:
“Aquel cuya obra queda abrasada, sufrirá daño. Él no obstante se salvará, pero como quien pasa a través del fuego”. Incluso, Jesús dice claramente que hay pecados que se pueden perdonar después de la muerte:
“Al que diga una palabra contra el Hijo del hombre se le perdonará, pero al que la diga contra el Espíritu Santo, no se le perdonará, ni en este mundo ni en el otro” (Mt 12,32). Dios nos pedirá cuenta hasta de una palabra ociosa (Mt 12,36).
¿Diremos que esos textos no son claros? La Tradición de la Iglesia nos los interpreta auténticamente para no equivocarnos.
Así nos damos cuenta que, desde el principio, se creyó siempre en ese estado de purificación después de la muerte.
En las tumbas de los primeros cristianos aparecen oraciones, pidiendo al Señor misericordia por los difuntos.
El mismo Pablo desea esta misericordia para Onesíforo: “El Señor le dé hallar misericordia en aquel día cerca del Señor” (2 Tim 1, 18). Así lo entendieron los santos Padres.
San Agustín dice, por ejemplo: “No hay duda de que las oraciones de la santa Iglesia, el sacrificio saludable y las limosnas que se distribuyen por sus almas, ayudan a los muertos, para que el Señor obre en ellos más misericordiosamente de lo que merecieron sus pecados.
La Iglesia universal mantiene la tradición de los Padres: que se ore por aquéllos que murieron en la comunión del cuerpo y la sangre de Cristo, cuando se les recuerda en el momento oportuno de la celebración de la Eucaristía” (Sermón 172,1-3; PL 38,936-
7). “Opongan los herejes lo que quieran, es un uso antiguo de la Iglesia orar y ofrecer sacrificios por los difuntos” (Libro de herejías cap. 53).
Y él mismo ora por su madre santa Mónica y dice: “Señor, te ruego por los pecados de mi madre” (Confesiones IX, cap. 13).
Y esto mismo podemos decir de todos los santos Padres de los primeros siglos.