REGRESANDO A CASA
Aclaraciones Doctrinales
1b
» Tradición
Cuando la Iglesia católica habla de la Tradición, se refiere a la Tradición apostólica, con mayúscula, o a aquellas tradiciones que forman el conjunto de verdades que los apóstoles recibieron de Jesús o por inspiración del Espíritu Santo, y que ellos transmitieron de viva voz, aunque algunas de estas cosas no estén escritas en la Biblia. No se habla aquí de tradiciones o costumbres humanas que pueden ser temporales o criticables. Por eso, la Tradición, o Tradiciones, en cuanto verdades de fe transmitidas desde los apóstoles, son fuente de fe para nosotros.
Pensemos en el primer concilio de Jerusalén (Hech 15). Allí los apóstoles, obispos y presbíteros, se reunieron para tratar el tema de si la Ley de Moisés debía ser obligatoria para los gentiles convertidos. Dicho de otra modo: si los gentiles debían obedecer ciertas enseñanzas del Antiguo Testamento (enseñanzas bíblicas) o no. El concilio, para decir que no estaban obligados, no recurrió a ninguna palabra de Jesús ni a ningún escrito del Nuevo Testamento. La base de su decisión fue la autoridad misma del concilio presidido por Pedro. El “nosotros creemos” (Hech 15,11) dicho por Pedro fue determinante. Y estas creencias no estaban escritas en ningún lugar.
El mismo Jesús apoyó la tradición oral, no escrita, de los fariseos y dice: Los maestros de la ley y los fariseos se sentaron en la cátedra de Moisés. Vosotros debéis obedecerlos y hacer lo que ellos dicen, pero no hacer lo que ellos hacen; porque ellos no hacen lo que dicen (Mt 23,2-3). Por eso, podemos preguntar: ¿dónde dice la Biblia que solamente la Biblia es la única fuente de fe? ¿Dónde se dice que las únicas verdades, que debemos creer, están en la Biblia?
Recordemos que hay verdades que no están en la Biblia. Léase Jn 21,25; Jn 20,30;2 Jn 12. En 2 Tes 2,15 se dice: Manteneos firmes y conservad las tradiciones, que habéis aprendido de nosotros de viva voz o por carta. Os alabo, porque os acordáis de mí y conserváis las tradiciones tal como os las he transmitido. Ver otros textos: 2 Tim 1,13;2,2; 1 Tes 2,13;3,4;4,2; 2 Tes 3,6; 1 Co 11,2 y 15,3.
Cristo no escribió ni mandó escribir; pues, si hubiera mandado escribir, quizás ahora hubiera 11 Evangelios o más. Cristo mandó predicar (Mc 16,16) y muchas cosas que se predicaron no están en la Biblia. Si se hubieran escrito todas las cosas que hizo Jesús, ni todo el mundo bastaría para contener los libros que se hubieran escrito (Jn 21,25).
Cristo mandó predicar todo. Dice literalmente: “Id y bautizad..., enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado” (Mt 28,20). Y ¿cómo sabemos cuál es el todo, si no está escrito? Ahí está la Tradición apostólica, esa tradición de las cosas de fe, que se han transmitido por vía oral desde los apóstoles hasta nosotros. Algunas de estas verdades, la Iglesia con su autoridad las ha definido para ser creídas con seguridad como la virginidad de María o la presencia de Jesús en la Eucaristía o la Asunción o la Inmaculada Concepción de María. La Tradición apostólica aclara muchas dudas sobre cómo interpretar algunas verdades escritas en la Biblia, incluso sobre la divinidad de Cristo o sobre la resurrección, que muchos cristianos a lo largo de los siglos han negado y siguen negando.
Veamos lo que decía San Ireneo (140-205): “En todas las iglesias del mundo se conserva viva la Tradición de los apóstoles, pues podemos contar a todos y cada uno de sus sucesores hasta nosotros. Como sería largo enumerar aquí la lista de los obispos que sucesivamente ocuparon la silla de los obispos, que ordenaron los mismos apóstoles, basta citar la silla de Roma, la mayor y la más antigua de las Iglesias, conocida en todas partes y fundada por san Pedro y san Pablo. La Tradición de esta sede basta para confundir la soberbia de aquellos que por su malicia se han apartado de la verdad; pues, ciertamente, la preeminencia de esta Iglesia de Roma es tal que todas las Iglesias, que aún conservan la Tradición apostólica, están en todo de acuerdo con sus enseñanzas”2.
San Ireneo nombra a los primeros Papas después de Pedro: Lino, Anacleto, Clemente, Evaristo, Alejandro, Sixto, Telésforo, Higinio, Pío, Aniceto, Sotero, Eleuterio. “No es preciso ir a buscar la verdad en otros, es fácil recibirla de la Iglesia. La enseñanza de la Iglesia es en todas partes y siempre la misma, se apoya en el testimonio de los profetas, de los apóstoles y de todos los discípulos. Recibimos esa fe de la Iglesia como un depósito precioso, encerrado en un vaso excelente. Donde está la Iglesia, allí está el Espíritu de Dios, y donde está el Espíritu de Dios, está la Iglesia y toda gracia” (Contra los herejes 3.24,1).
Decía Tertuliano en el siglo II: “¿Quiénes sois vosotros y de dónde venís? Al principio estabais en el seno de la Iglesia católica, al separaros de ella ¿quién os dio la misión de predicar esas nuevas doctrinas? Todo aquel que habla en nombre de Dios debe ser enviado por Dios. Probad vuestra misión... Mostrad el origen de vuestras iglesias, exponed la serie de vuestros obispos, que se sucedieron desde el principio, de tal manera que el primer obispo haya tenido como garante y predecesor a uno de los apóstoles o a uno de los hombres apostólicos que permanecieron hasta el final en comunión con los apóstoles... Está bien establecido que toda doctrina que está de acuerdo con esas iglesias matrices y fuentes de fe, debe ser considerada como verdadera, puesto que contiene, sin duda alguna, lo que esas iglesias recibieron de los apóstoles, los apóstoles de Cristo y Cristo de Dios”3.
Así pues, hay una Tradición oral, que se trasmitió desde los apóstoles. No olvidemos que la Biblia quedó establecida como tal con todos sus libros el año 393 en el concilio de Hipona y el año 397en el concilio de Cartago. Y, sin embargo, antes de que existiera la Biblia como tal, existía la Iglesia, y los fieles tenían una fe sólida y sin dudas, basada en la Tradición oral, guiados por la autoridad del Papa, sucesor de Pedro. Por eso, la Iglesia es necesaria según el plan de Cristo, y lo mismo el Papa. De otro modo, durante los cuatro primeros siglos, sin Iglesia y sin autoridad, sin Biblia y sin tradiciones auténticas, los fieles hubieran caído en el error y la Iglesia de Cristo hubiera desaparecido.
La Biblia y la Tradición son dos fuentes de la revelación, que se complementan. Pero, como dice el Catecismo católico: “Hay que distinguir esta Tradición apostólica de las “tradiciones” teológicas disciplinares, litúrgicas o devocionales, nacidas en el transcurso del tiempo en las iglesias locales. Éstas constituyen formas particulares en las que la gran Tradición, recibe expresiones adoptadas a los diversos lugares y a las diversas épocas. Sólo a la luz de la gran Tradición, aquéllas pueden ser mantenidas, modificadas o también abandonadas bajo la guía del Magisterio de la Iglesia” (Cat 83).
Sí, no podemos olvidar que la Iglesia enseña a través de la autoridad del Papa, que nos da garantía de que nuestra fe es auténtica, sobre todo, cuando el Papa enseña una verdad “ex cathedra”, es decir, con toda su autoridad, con el deseo de imponer una verdad de fe y costumbres para que sea creída por todos los fieles como revelada. En este caso, decimos que no se puede equivocar, porque es infalible; pues si se pudiera equivocar, diríamos que nunca podríamos estar seguros de ninguna verdad y, por tanto, cada uno podría opinar sobre cualquier cosa a su manera, y no habría UNIDAD.
Por eso, cuando la Biblia necesita interpretación, solamente el Papa, como representante de Cristo, puede interpretarla auténticamente. No es que el Magisterio de la Iglesia o la autoridad del Papa esté por encima de lo que dice la Biblia, sino que está a su servicio, pues el Papa nos ayuda a entenderla y a no equivocarnos en la interpretación. Cristo le dio su autoridad al decir: “Lo que ates en la tierra, será atado en el cielo y lo que desates en la tierra, será desatado en el cielo” (Mt 16,19).
De este modo, vemos que la Escritura (Palabra de Dios escrita en la Biblia), la Tradición (revelación transmitida oralmente) y el Magisterio de la Iglesia, están íntimamente unidos, de modo que ninguno puede subsistir sin los otros y los tres se complementan para esclarecer la revelación de Dios a los hombres.
¿Qué pasa, cuando solamente tenemos la sola Escritura? Que cada uno la interpreta a su manera, como si fuera la máxima autoridad o el Papa de su Iglesia, y así hay tantas interpretaciones como personas. De ahí tanta división de los hermanos separados en miles de iglesias distintas.