En las cartas de San Pablo, sobre todo a los Gálatas y a los de Roma, encontramos muchas veces las palabras “justicia”, “justificación” y “justo”.
Son importantísimas.
¿Hacemos un esfuerzo para entenderlas?... Porque se trata de algo capital al leer y estudiar a San Pablo.
Hemos de partir de algo que es fundamental.
Dios crea a Adán y Eva en su amistad, los eleva a la vida del mismo Dios y los destina a su misma gloria.
Fue todo pura gracia, puro regalo. Dios no les debía nada, porque no debe nada a nadie.
Por desgracia, vino el pecado, y Dios podía castigar sin remedio; pero usó misericordia con el hombre y la mujer pecadores en el paraíso, a los cuales prometía un Salvador.
¿Y cómo iba Dios a eliminar ese obstáculo del pecado, que quitaba la paz y la amistad de Dios?
Fue por la muerte de Jesucristo en la cruz, porque Jesucristo intercedió por nosotros, y pagó la deuda que nosotros teníamos contraída con Dios.
Pablo es clarísimo: “Todos pecaron y se hallan privados de la gloria de Dios. Y son justificados gratuitamente del todo, en virtud de la redención obrada en Cristo Jesús (Ro 3,23-24)
La justificación se realizó por esta muerte de Jesús en la Cruz. El pecado quedaba perdonado, como lo dice San Pablo con unas palabras grandiosas:
“A Jesucristo, que no conoció el pecado, Dios lo hizo pecado por nosotros, a fin de que nosotros viniéramos a ser justicia de Dios en él” (2Co 5,21) Es decir, Jesús inocentísimo tomó sobre Sí todos los pecados, como si Él fuera el grande y único pecador de la humanidad.
Pero, como estábamos todos metidos en Jesucristo nuestro hermano, en Jesucristo nos perdonó Dios a todos. Fue una justificación totalmente de balde.
La muerte de Jesús quitaba el pecado. Y con su resurrección, al darnos el Espíritu Santo, Dios nos devolvía su vida, su amistad, su paz, su amor, y quedábamos transformados totalmente en justos, en santos.
La justificación nuestra se realizaba de modo completo. ¡Y todo gratis!...
Quitado ese estorbo del pecado, y recibido el Espíritu Santo por la fe y el bautismo, el cristiano queda convertido en justo, y se establece la paz y la amistad entre Dios y nosotros, con la esperanza firme en la gloria futura, pues sigue San Pablo:
“Justificados por la sangre de Jesús, seremos también salvados por medio suyo” (Ro 5,9) Sigue Pablo diciendo a los Romanos con aire casi triunfal:
“Antes eran esclavos del pecado. Pero ahora, liberados del pecado, han quedado esclavos de la justicia” (Ro 6,16-18)
Pablo usa una comparación interesante. El esclavo que quería la libertad iba ahorrando dinero, y cuando tenía la cantidad requerida la depositaba en el templo del dios que fuera.
Llevaba allí a su dueño, que recibía el dinero y entregaba el esclavo a la divinidad.
El dios dejaba entonces en libertad al esclavo, y éste se convertía en un “liberto del dios”.
Los lectores de Pablo entendían esto perfectamente.
Insolventes nosotros, Jesucristo con su sangre pagó al Padre nuestra deuda, el Padre nos dejaba libres del pecado y de la condenación, y nosotros pasábamos a ser esclavos de Dios, con libertad de hijos, pero deudores de la justicia, de la santidad.
¡Bendita nuestra esclavitud actual! ¡Esclavos de la santidad! ¡A ser santos ahora, así como antes éramos pecadores!...
¿Qué significan, entonces, esas tres palabras que hemos dicho al principio?? “Justicia” es la paz que hay entre Dios y el hombre. “Justificación” es el acto con Dios perdona la deuda, y hace las paces con el pecador.
“Justo” es el que vive y está en paz con Dios.
¿Cuál era la vida de aquellos paganos del Imperio Romano antes de convertirse? Pablo los describía así:
Y les añade a los de Corinto, aunque sin ofenderles:
“Y esto eran algunos de ustedes” (1Co 6,9-10) Hasta que se les echó encima santidad de Dios y los convirtió en santos.
¿Qué les toca ahora? Con la comparación de antes, hay que decir: ¡Cambiar de dueño! Antes eran esclavos de la culpa y de Satanás. Ahora son esclavos de la santidad y de Dios.
Todas las energías que antes gastaban sirviendo al mal, ahora las gastan en servir a todas las virtudes cristianas.
Antes, esclavos de la culpa, ¡qué pena! Ahora, esclavos de la santidad, ¡qué gloria! Esto es la justicia:
es estar en paz y amistad con Dios, porque ya no existe entre Dios y el hombre la valla o el muro que los separaba.
Es un caminar por la santidad bajo la mirada complacida de Dios. Es un esperar con seguridad y con gozo la gloria futura, la salvación completa, pues sigue diciendo Pablo:
“Así como reinó el pecado para muerte, así reina la justicia para la vida eterna, por Jesucristo Señor nuestro” (Ro 5,21)
En San Pablo, una idea fundamental, importantísima, sobre la justicia de Dios, es ésta:
*La justificación es totalmente gratuita. Dios no nos debía nada. Estábamos perdidos sin remedio. Pero Dios, “rico en misericordia”, nos justificó, nos santificó, absolutamente de balde.
La santidad que nos comunicó fue un completo regalo. No se debió a ninguna obra buena que nosotros hubiéramos hecho. Por eso se llama “gracia”, “regalo” “don” Pero viene después otra cosa.
Una vez justificados, nosotros aumentamos la justicia, la santidad, con nuestras obras. Obras que hacemos con la ayuda de Dios.
Es la fe que actúa movida por el amor (Ga 5,6)
*De esta manera, Pablo se atreve a decir a cada uno, igual que a su discípulo más querido: “Corre detrás de la justicia, de la fe, de la caridad, de la paz con cuantos invocan al Se-ñor con puro corazón” (2Tm 2,22)
¡Hay que ver lo que significa esta palabra, “justicia” en la mente de San Pablo! Bondad inmensa de Dios, que todo nos lo da gratis, con fidelidad a su propia palabra.
Fe y confianza en Dios, que nos amó cuando aún éramos injustos y pecadores (R 5,8-9) Generosidad nuestra, para responder con nuestras obras a lo que exige la fe.
¡Dios justo, Dios santo! ¡Haznos justos, haznos santos por Jesucristo! ¡Y guárdanos en tu justicia, en tu santidad, hasta la vida eterna!...