1» Lirio Perfumado de la Divina Voluntad
Autor: P. Angel Peña O.A.R
Marzo 28/09 (2:30 p. m.)
San José dice:
Hijos míos: os llamo a que volquéis vuestra mirada hacia
mí, os llamo a que escuchéis mi voz, voz que ha de
retumbar en vuestro corazón; voz que ha de deteneros,
hoy día miércoles, día dedicado a mi culto y veneración,
día en que derramo muchísimas bendiciones a mis
devotos; almas que creen en el poder que Dios me ha
otorgado, almas que tienen la certeza plena de mi
protección e intercesión; almas que perciben mi fragancia,
aroma suave de lirio fresco; lirio que floreció en aquella
vara seca, vara que fue entregada por los sacerdotes en
mis manos, vara que fue la señal del cielo para mi
desposorio con la Santísima Virgen María porque en ella
nació el más esbelto de los lirios perfumados.
Lirios cultivados en el cielo para este majestuoso momento;
momento que me llevaba a descubrir un plan de amor,
plan que había sido trazado en mi vida desde mucho antes
de mi nacimiento, plan que hacía de mí el padre adoptivo del Salvador; el custodio y protector de los Corazones
Unidos y Traspasados de Jesús y de María. Plan que
cambiaría el rumbo de mi vida, vida que era transformada
y renovada según los designios de Dios. Vida que tomaría
un nuevo curso, una dirección diferente; vida que haría
historia, vida que dejaría huella en mi generación y en las
generaciones futuras.
No puse obstáculos a los designios de Dios; me entregué
en sus Venerables Manos para que obrase en mí; para que
me moldease como arcilla blanda, para que me enrutase
en sus caminos; caminos estrechos, caminos angostos;
caminos que exigían de mí, excesiva confianza y santo
abandono para hacer en todo su Divina Voluntad; camino
que me exigía renuncias, cambios en mi vida; caminos
que obraban prodigios en mi corazón para salvaguardar al
Niño Jesús y para proteger a la elegida de Dios, a la
siempre bienaventurada Virgen María.
Hoy, hijo mío, que habéis abierto vuestro corazón para
recibir mis gracias, no dudéis en acudir a mí; siempre
estaré presto en ayudaros; os protegeré de igual forma
como lo hice con el Niño Jesús y con mi castísima esposa;
os defenderé contra todo peligro, contra toda asechanza
del mal; basta que os acerquéis más a mí, que no me
tengáis tan distante de vuestra vida, que no me sintáis
como a un extraño. Sabes alma mía: vuestra indiferencia
me hiere, me lastima.
Abrid vuestras manos y recibid el lirio perfumado de la
Divina Voluntad; oledlo y aspirad su suave perfume,
perfume que renovará vuestro corazón, perfume que os
mostrará vuestro camino, camino guiado por una nueva
luz, camino promisorio, esperanzador; camino que os
lleva a actuar movido por el Santo Querer de Dios;
camino que dará beneplácito a su Sacratísimo Corazón;
Corazón sumamente bueno, Corazón con muchísimos
espacios porque muy pocas almas hacen su Divina
Voluntad; muy pocas almas renuncian a sus sueños, a sus
metas, con tal de agradar a Cristo.
Siembro en vuestro corazón, éste, mi lirio perfumado;
lirio que ciñó en mi cabeza una corona de gloria, lirio que
adornó y embelleció mi alma; lirio que me llevó al
desvelo, a la preocupación porque temía ofender a Dios,
temía no agradarle; temía que algo le sucediera a lo más
amado, a lo más querido de su purísimo corazón; lirio que
me dio un puesto de gloria porque supe vencer obstáculos,
superar pruebas; lirio que fundirá vuestro interés con los
deseos de Dios; lirio que depurará vuestras flaquezas
haciéndoos fuertes; lirio que llevaréis en vuestras manos
el día que seáis llamados; lirio de la Divina Voluntad que
os llevará a la meta, a la consecución del premio prometido.
Así es pues, hijos míos, morid a vosotros mismos para que
reine mi Dios Jesús en vosotros como reinó en mi santo
corazón.
El alma dice:
Amantísimo San José: infinitas gracias os doy por
haberme llamado, por haber pronunciado mi nombre en
vuestros dulces labios.
Heme aquí, para que transverberéis mi corazón con fuego
de Amor Santo y Divino que arde en vuestro cándido
corazón. Heme aquí, para recibir vuestras gracias; gracias
que concedéis muy generosamente a cada uno de vuestros
devotos. Gracias que harán mi corazón semejante al
vuestro. Gracias que me llevarán a suspirar de amor por
vos. Gracias que inflamarán todo mi ser de vuestra
celestial presencia. Gracias que harán de mí, un ser
renovado, transformado, cambiado. Gracias que harán que
piense, aún, más en vos porque os aparté de mi vida.
Pocas veces he acudido a vuestra paternal protección
siendo vuestro corazón vaso purísimo de virtud, recinto de
santidad, ya que fuisteis el único hombre de la tierra digno para ser el padre adoptivo del Salvador.
Padre que le
cuidó como si fuese su propio hijo. Padre que le cantó canciones de cuna y le estrechó entre sus brazos para que se durmiera. Padre demasiadamente celoso en el
cumplimiento de la Ley. Padre que vio crecer: en edad y
en sabiduría al Hijo de Dios. Padre que quedaba
estupefacto ante sus palabras. Padre que le amaba como a
su hijo y le adoraba como a su Dios. Padre que compartió
treinta años de su vida con el Mesías, Dios esperado.
Padre que elevó su espíritu al cielo con una sonrisa, con
su corazón rebosado, plenificado porque supo cumplir con
su misión, ya que le protegió del frío, del calor, le
defendió del sanguinario Herodes, hombre cruel que
quería acabar con su vida, hombre poseído por el deseo de
poder, hombre que no medía consecuencias en la vileza y
bajeza de sus actos.
Amantísimo San José: heme aquí anhelante en entrar a
vuestro taller, en ceñirme vuestro delantal y en trabajar
por la salvación de mi alma, alma que ha de ser
transformada porque estáis aquí para renovar mi corazón,
estáis aquí para mostrarme un nuevo camino, un horizonte
diferente, una senda impregnada de vuestro suave aroma;
aroma que me purifica y libera, aroma que me lleva a
pediros perdón por teneros tan ausente de mí, aroma que
eclipsa mi corazón en un bello idilio de amor hacia vos,
aroma que hace susurrar mis labios con vuestro dulce
nombre, nombre que quema mi corazón por dentro,
nombre que ansío por descubrir, en permanecer a vuestro
lado.
¿Qué me ha de suceder si os tengo a mi lado? ¡Nada!
Absolutamente nada porque sois mi guardián, mi vigía, mi
protector, mi centinela. Nada, absolutamente nada porque
cuidaréis de mí con el mismo esmero como cuidasteis al
Niño Jesús y a vuestra Virginal Esposa, María. Nada,
absolutamente nada porque sois terror de los demonios.
Amantísimo San José: gracias infinitas os doy por el lirio
perfumado que habéis puesto en mis manos; lirio
perfumado de la Divina Voluntad; lirio que cambiará el
transcurso de mi vida; lirio que me desarraigará de mis
gustos, de mis apetencias; lirio que cortará con todo
egoísmo, con cualquier fijación; lirio que aromatizará mi
corazón de vuestra santidad, de vuestros férreos deseos de
agradar siempre a Dios; lirio que me conllevará a planear:
no según mis intereses, sino según al Santo Querer de
Dios; lirio que hará que mire hacia el cielo anheloso de
estar a vuestro lado por toda la eternidad; lirio que incita
mi alma a hablar de vos, a extender esta santa devoción
por toda la tierra; lirio que acelera el palpitar de mi
corazón en imitaros en vuestra loable virtud, a actuar
siempre movido bajo el Querer de Dios, haciendo en todo
su Divina Voluntad.
(Letanías y oración al final.)