14» El Lirio Perfumado de la Buena Muerte
Abril 21/09 (3:30 p. m.)
San José dice:
Hijo amado sobra recordaros de nuestro encuentro; hoy es
miércoles. Apuraos en vuestros oficios y ocupaciones
diarias y venid a mi taller que os tengo preparada una gran
lección. Lección que cambiará vuestra forma de pensar.
Lección que renovará vuestro corazón. Lección que os
desapegará de las trivialidades del mundo. Lección que os
dará ímpetu y ardor en ganaros el Cielo. Lección que
abrirá vuestro entendimiento cegado a una realidad:
vuestra muerte.
No tengáis miedo, reconoced que sois humano, no sois un
ángel y como tal algún día tendréis que partir rumbo a la
eternidad.
De nada os sirve atesorar y atesorar bienes para este
mundo si en el momento de vuestro viaje sin retorno,
estas cosas no cuentan para Dios, lo que os servirá serán
vuestras buenas obras.
Abrid, pues, las puertas de vuestro corazón; corazón que
será engalanado con el Lirio Perfumado de la Buena
Muerte. Lirio que os llevará a no tenerle miedo, a
aceptarla con amor. Lirio que os sacudirá a un cambio, a
una conversión perfecta. Lirio que os despojará de
vosotros mismos para que sea Jesús tomándoos como
propiedad privada. Lirio que obrará prodigios en vuestra
vida; vida que será moldeada según los criterios del Santo
Evangelio. Lirio que hará que sintáis repugnancia por el
pecado, muerte espiritual que os llevaría al suplicio, al
sufrimiento eterno.
Lirio que despertará en vosotros deseo
de santidad y ansias de Cielo. Lirio que perfumará vuestra
alma con el suave olor de Cristo. Lirio que os mostrará vuestras imperfecciones provocándoos fervientes anhelos
de cambio. Lirio que hará que repudiéis las bagatelas del
mundo y añoréis los Manjares del Cielo.
Hijo mío: escuchad atentamente mis palabras; reflexionad
en ellas. Convenceos que tarde o temprano tendréis que
morir. Lo mejor que podéis hacer desde este momento es
convenceros que si no os convertís de corazón, si no
hacéis vida, en vuestra vida, la Palabra de Dios,
difícilmente os salvaréis.
Tomad conciencia que no vale la pena que malgastéis
vuestra vida; no la despilfarréis en el pecado, estáis a
tiempo, no posterguéis para mañana la decisión de decirle
sí al Señor. Despojaos hoy mismo de vuestro hombre
viejo.
Id y sumergíos en los Ríos de la Gracia y quedaréis
más blancos que la nieve. Id, para que Jesús os vista de
sayal, calce vuestros pies y os ponga en vuestro dedo la
argolla de vuestro compromiso, argolla de una mejor vida,
argolla que os mostrará al mundo como hijo de Dios, hijo
sediento de su Palabra, hijo hambriento de su Cuerpo y de
su Sangre, hijo con espíritu de trascendencia, hijo que no
le teme a la salida del mundo para entrar en la eternidad.
Os llegó la hora de una reflexión profunda: pensad a
donde iría a parar vuestra alma si el Señor os llamará hoy
mismo; si os pidiera cuentas de la administración de los
bienes espirituales que Él ha depositado en vuestras
manos; si verdaderamente estáis preparado para
encontraros con Dios cara a cara; reconoced que son
muchas vuestras equivocaciones, muchos son los apegos
que os atan a este mundo; muchas son las imperfecciones
que afean vuestro espíritu. Os faltan serios y fehacientes
propósitos de cambio. Os falta más radicalidad en el
seguimiento de Jesús.
Aún no camináis tras sus huellas
como debisteis hacerlo desde mucho tiempo atrás. Muy en
el fondo de vuestro corazón os aterra que os llegue el
momento en que todo lo que hagáis tenga que cesar,
terminar.
Hijo mío: dejad ya vuestros miedos, comprended que cada
día que pasa es un acercaros más a la verdadera vida; vida
en la que recibiréis el premio o castigo por vuestras
buenas o malas acciones; vida que si queréis será dicha,
felicidad porque Dios siempre recompensa a las almas que
no se dejaron vencer por las tentaciones, almas que se
mantuvieron en estado de gracia, almas que anduvieron
por los caminos estrechos y pedregosos de la santidad,
almas con su mirada siempre levantada al Cielo, almas
sacrificadas que llevaron sobre sus hombros la cruz con
amor.
El alma dice:
San José: heme aquí en este día miércoles ansioso en
recibir vuestro abrazo paternal, abrazo que dará calidez a
mi corazón, abrazo que me dará anhelos de seguir
viviendo, abrazo que arropará la desnudez de mi espíritu,
abrazo que me dará seguridad para emprender el camino
de la santidad; camino que conllevará mi alma a la
salvación, camino que será el pórtico de entrada al Cielo.
San José: gran regocijo y alegría hay en mi alma al saber
que las puertas de vuestro taller se hallan abiertas. Sé que
estáis ahí esperándome. Sé que estáis ahí dispuesto en
recibirme. Sé que estáis ahí a la expectativa de mi llegada;
llegada que es alborozo y fiesta porque nuestro encuentro
me saca del sueño letargo; nuestro encuentro me desapega
más de las cosas del mundo; nuestro encuentro renueva
todo mi ser.
San José: abro mis oídos a vuestra voz. Voz que es suave
arrullo, voz que es murmullo de Ángeles que me impulsan
a amar inmensamente a Dios; voz que es alerta que mueve
mi conciencia al cambio.
San José: hoy abriré mi corazón porque quiero recibir
vuestras gracias. Hoy os entrego mis miedos, mis temores,
mis inseguridades. Os soy sincero: muchas cosas del
mundo me atraen pero una fuerza sobrenatural hace que la
rechace; muchos son los defectos que son el obstáculo
para el crecimiento espiritual; muchas ataduras me anclan,
esclavizan llevándose lo más apreciado que es mi libertad.
Me entristece pensar en la muerte, me da mucha dificultad
aceptarla, me atemoriza la forma de cómo partiré de esta
tierra a la eternidad.
San José: no os alejéis de mi lado; os necesito muy cerca
de mí. Vuestra presencia sosiega mi espíritu; la paz vuelve
a mi corazón, sois mi guía, mi protector en mi peregrinar
hacia el Cielo.
Os amo; os doy un sincero agradecimiento por el nuevo
lirio perfumado que habéis sembrado dentro de mí.
Lirio que perfumará todo mi ser para renovarlo.
Lirio que fortalecerá mi espíritu para proseguir mi marcha
hacia la Patria Celestial.
San José: intercede por mí ante el Cielo. No me soltéis de
vuestras manos; temo caer en el precipicio del pecado;
alentadme para andar tras la huellas de Cristo. Huellas de
sandalias desgastadas, perceptibles para los espirituales,
para los que viven según las directrices del Señor.
Ayudadme amado mío a penetrar en los Misterios de
Dios, a aceptarlos tal como me los presenta la Santa
Madre Iglesia, a no rehuir a todas las oportunidades de
salvación que el Señor se digne enviarme, a hacer de mi
vida una constante ofrenda de amor.
San José, vos que tuvisteis la dicha de morir en los brazos
de Jesús y de María: estrechadme en vuestro pecho
paternal cuando llegue el momento final de mi partida,
defendedme del espíritu del mal y presentadme al Santo
Tribunal del Cielo. Tribunal en el que seré juzgado con
misericordia pero también con justicia.
San José: acelerad los latidos de mi corazón cuando veáis
que mi vida se encuentre en alto riesgo de perderse.
Mostradme los despeñaderos y riscos que me esperan si
no me convierto. Mostradme todos los peligros que
asechan a mi alma; haced que camine con cautela para no
tropezar, para no caer en desbandada. Os prometo cultivar
con amor el Lirio perfumado de la buena muerte, tomando
conciencia que cuando se nace también se muere; que de
Dios venimos y a Dios volvemos; que cada ser humano
esta llamado al cumplimiento de una misión. Misión que
una vez halla sido terminada, cesa su vida acá en la tierra
para pasar a un estado de vida mejor.
Haced que mi
preocupación sean las cosas del Cielo, que le pierda gusto
al mundo y sus trivialidades, que comprenda que la
verdadera felicidad sólo la hallo en Dios.
San José, patrono de los moribundos: asistidme en mi
momento postrero, permaneced cercano a mí hasta el
instante que cierre mis ojos al mundo y los abra en la
eternidad.
(Letanías y oración al final.)