21» Padre Segundo Llorente
Autor: P. Angel Peña O.A.R
Fue un famoso misionero jesuita de Alaska.
Nos cuenta en sus escritos cómo en aquellas soledades del hielo eterno se pasaba muchos ratos en oración ante Jesús Eucaristía.
Dice:
Por la noche, terminada la instrucción catequística, me quedo solo sin otra luz que la del Santísimo.
Me siento en un banco cerca del sagrario y allí estoy, acompañando a los ángeles que hacen guardia a Jesús sacramentado…
Allí no estamos más que Jesús y yo entre ángeles invisibles.
¡Qué silencio guarda Dios! No cabe duda de que Dios mima mucho a las almas, pero no sé si habrá alguna a quien mime más que a mí.
Estar aquí, a solas con él, en este silencio de la tundra, es un privilegio, un mimo que no sabe uno cómo agradecer.
Aquí es donde le recuerdo al Señor los nombres de mis amigos.
Junto al sagrario tengo siempre algunas cartas, que merecen especial
atención. Le digo al Señor que las mire bien y que no se duerma, que no las eche en saco roto y que tome cartas en el asunto.
Intereso a la Santísima Virgen a mi favor y los dos se lo suplicamos a Jesús. Al ver a su Santísima Madre de mi lado, el Señor parece como que se rinde y no le queda más remedio que acceder96.
Hay tanta gente piadosa que cree que pierde el tiempo en la iglesia si no dice algo el Señor y si no lee un libro o reza el rosario o cosa por el estilo.
Bien está todo eso, pero, cuando ya se ha hecho eso y queda aún tiempo, ¿qué se va a decir?
¿Por qué salir a la calle solamente, porque ya no quedan más novenas que hacer?
Yo me quedo sin decir nada, aunque no por mucho tiempo; pues siempre me viene a los labios la frase famosa: Tú siempre estás conmigo97.
¡Qué alegría poder sentir la voz de Jesús en lo más hondo del alma que te dice:
Tú siempre estás conmigo, que es como decirte: ¡Yo te amo, no tengas miedo, solamente confía en mí! Así le dijo Jesús a Jairo (Mc 5, 36) y nos lo sigue diciendo cada día a nosotros también.
¡Qué alegría estar adorando y acompañando a Jesús en unión con todos los ángeles adoradores de los sagrarios!
Cuenta el Padre Llorente que, en una oportunidad, se fue a una isla apartada, en Alaska, para hacer una semana de ejercicios espirituales él solo, entre el cielo y el hielo.
Y dice:
Celebraba la misa muy despacio, rodeado de varias legiones de ángeles, que me envidiaban a mí y yo les envidiaba a ellos.
Me envidiaban, porque ellos no podían consagrar ni sufrir por Cristo y yo los envidiaba, porque ellos eran ángeles y yo una miseria.
Pero aquella choza era un pedazo de cielo real y verdadero… Yo estaba allí muy solo.
Tenía un rifle para defenderme de los osos, no de los demonios. Para éstos me proveí de agua bendita y procuré colocar el crucifijo en el lugar más prominente de la choza.
Allí estaba yo entre el cielo y la tierra, expuesto a encontronazos con Satanás y a zarpazos de osos negros, que gustan de merodear por la noche y pasearse por las orillas de los ríos a caza de pescados incautos que devoran crudos.
Como lo que yo pretendía era meditar, pedí a la Reina de los ángeles que encargase a uno de espantarme los osos y luego rogué a san Miguel arcángel que se las hubiese él con Lucifer.
Y dicho y hecho. En los ocho días y tres horas que viví solo en la isla, no sólo no vi ningún oso, pero ni siquiera los oí aplastar palos en la espesura, que se extendía detrás de la choza.
En cuanto a los demonios, permanecieron tan quietecitos y tan invisibles como lo habían estado hasta entonces conmigo98.
También nos cuenta en su libro cómo, en sus ratos de soledad, entretenía a Jesús, tocando el acordeón o tocando el armonio o leyéndole las cartas que recibía.
Y, cuando al final del día, hacía su última visita a Jesús, sentía que le daba la bendición y él bendecía también al pueblo en que se encontraba para que Dios lo protegiera con sus ángeles.
Por eso, pudo decir con convicción: Sin el sagrario, la vida no merecería vivirse.
Con el sagrario todo se torna luz, paz, esperanza y gozo interno99.
Ciertamente, los que hemos experimentado el amor de Jesús, que nos transmite a través de su presencia real en la Eucaristía, no podemos vivir sin Él.
Personalmente, he pasado horas deliciosas ante Jesús Eucaristía y no puedo imaginar una vida en otra religión sin su presencia eucarística cercana.
¡Viva Jesús Eucaristía!
Gracias Señor, por el regalo inmerecido de ser católico y ser mi amigo, el amigo que siempre me espera en la Eucaristía. Gracias.
96 Llorente Segundo, Cuarenta años en el círculo polar, Ed. Sígueme, Salamanca, 2004, p. 369.
97 ib. p. 371.
98 ib. pp. 180-182.
99 ib. p. 300.