5.1» Eucaristía, presencia plena de Dios
La presencia de Dios no es la misma en todas partes
Autor: P. Angel Peña O.A.R
Hay quienes dicen que no necesitan ir a la iglesia para orar y hablar con Dios.
Ciertamente, Dios está en todas partes y nos escucha, pero su presencia no es la misma en todas partes.
Hay diferentes clases de presencias de Dios como las hay entre las personas.
Por ejemplo, una persona puede hacerse presente a otra, pensando en ella. Si la llama por teléfono, su presencia será mucho más fuerte.
Si, además de hablar por teléfono, la puede ver en una pantalla, será aún más intensa esta presencia; pero, sobre todo, si va a visitarla a su misma casa, su presencia será total, porque entonces podrá abrazarla y hablar privadamente con ella, confiándole todos sus secretos sin temor a ser escuchada.
Pues bien, pensemos en Dios hace dos mil años. Si alguien quería rezar y se iba al campo para hablar con Él ante la naturaleza, Dios escuchaba su oración.
Si iba al templo de Jerusalén, la presencia de Dios era más cercana y profunda.
Pero, si iba a visitar a Jesús personalmente para escuchar directamente sus enseñanzas y poder abrazarlo, sería la mayor cercanía posible que podía tener con Dios, a través de la persona de Jesús. Ahora pasa lo mismo. Uno puede rezar en su casa o en el campo.
Puede ir con fervor a una procesión o asistir a una ceremonia religiosa o asistir a un grupo de oración y allí sentirá la presencia de Dios más fuerte y profunda, pues donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos (Mt 18, 20).
Pero la máxima presencia posible, la presencia total, sólo podrá vivirla ante la presencia real de Jesús, como hombre y como Dios, que se da en la Eucaristía.
Y esta presencia llega a su punto culminante en el momento sublime de la comunión eucarística, de la común unión con Cristo, que es como si recibiéramos un abrazo personal de Jesús con todo su cuerpo, alma y divinidad, con todo su cariño, como lo recibían los niños y quienes se acercaban a Jesús hace dos mil años.
Una religiosa me cuenta el siguiente testimonio, ocurrido a una niña de cuatro años. Esta niña había sido bautizada, pero sus padres eran no creyentes y no practicantes.
Apenas si la niña podía conocer el nombre de Jesús por haberlo oído ocasionalmente alguna vez a otras personas.
Un día, la familia va en gira turística a otra ciudad. Entre los lugares turísticos desean visitar una iglesia. Pero, en el momento en que llegan, el párroco está cerrando la puerta y piensan retirarse para no ser inoportunos.
Sin embargo, la niña se pone a llorar, diciendo: Jesús, Jesús, Jesús...
El párroco, al escucharla llorar, se acerca a la familia y accede a abrir la puerta y a explicarles las obras de arte de la iglesia. Pero a la niña no le interesa lo que dice, sino que apunta con el dedo al sagrario y sigue diciendo:
Jesús, Jesús, Jesús..., dejando asombrados a sus padres, que nunca le habían hablado de que allí en la Eucaristía estuviera Jesús.
La niña sentía una misteriosa fuerza de atracción hacia el sagrario y no se detuvo hasta que estuvo delante de él y pudo sonreír a Jesús, y mandarle besos con amor. El párroco se quedó asombrado y su familia mucho más.
La Eucaristía es la máxima cercanía de Dios a los hombres, es la presencia más cercana, más intensa y más profunda.
Ninguna otra presencia de Dios en el mundo, ni siquiera a través de su Palabra, puede ser mayor y más eficaz para nosotros.
De ahí que los católicos y ortodoxos, que son los únicos que tienen esta presencia, deben dar inmensas gracias a Dios y aprovechar esta presencia del mejor modo posible.
Además, al estar en oración delante de Jesús sacramentado, no estamos solos, como podemos estar en nuestra casa, acompañados sólo de nuestro ángel.
En la Eucaristía hay millones de ángeles y santos que, junto con María, nos acompañan en nuestra oración.