6.1» El sagrario
Los primeros cristianos
Autor: P. Angel Peña O.A.R
Entre los primeros cristianos, el sagrario fue ocupando el lugar del arca de la alianza (del antiguo Testamento).
Efectivamente, el sagrario cumple plenamente la función asignada antaño al arca de la alianza.
Es la sede del “Santísimo”. Es la tienda de Dios, el trono que lo coloca en medio de nosotros... Esto ocurre en las iglesias rurales más humildes, lo mismo que en las catedrales más suntuosas...
Que nadie diga que la Eucaristía existe sólo para ser comida. No se trata de un “pan ordinario”...
Comerlo significa adorarlo, dejarlo entrar dentro de mí. La adoración no está reñida con la comunión.
La comunión sólo alcanza un auténtico grado de profundidad en el momento en que halla justificación y contexto en la adoración.
La presencia eucarística en el sagrario no tiene por qué dar lugar a una interpretación contraria o yuxtapuesta a la Eucaristía celebrada.
Significa, por el contrario, su plena realización. Y es que esa celebración es el origen de que la Eucaristía siempre pueda conservarse en la iglesia.
Así una iglesia jamás aparecerá como un recinto muerto, sino que se verá siempre vivificada por la presencia del Señor.
Él viene a nosotros en la celebración eucarística, la cual coloca en medio de nosotros su presencia y nos da la oportunidad de tomar parte en la Eucaristía cósmica.
¿Qué fiel no ha experimentado esto alguna vez?
Una iglesia sin la presencia de Cristo se halla de algún modo muerta, aunque pretenda invitar a los hombres a la oración.
Pero una iglesia, en la cual hay un sagrario ante el cual luce la lamparita, está siempre viva y es algo más que una edificación de piedra.
Yo sé que, en ese recinto, siempre me espera el Señor; me llama desde allí, y allí quiere hacerme “eucarístico”.
Por eso, el sagrario debe tener un lugar digno dentro de la planificación arquitectónica del templo, a fin de que la presencia del Señor nos toque el alma22.
Veamos un caso concreto.
En una misión de África del Sur, una tarde conversaban juntos una madre con su hijo pequeño, que ya era catecúmeno y se preparaba para recibir el bautismo en la misión católica.
La madre le preguntó a su hijo:
- ¿Por qué en la iglesia siempre hay una luz roja que brilla?
- Porque es la lámpara de Jesús, que está allí.
- Pero por la noche no hay nadie en la iglesia.
- Sí, mamá, allí siempre está Jesús, que nos espera y la lámpara nos indica su presencia.
La madre se quedó pensativa y, pasado un tiempo, le comunicó al misionero que ella también quería ser cristiana, y le dijo:
¿Ves aquella luz roja? Todos los días la veía desde mi cabaña y parecía que me llamaba. No quería hacer caso de esa llamada, pero no me dejaba tranquila.
Ayer quise visitar el pesebre de Navidad con mi hijo y allí estaba la luz que me iluminaba.
No he podido resistir más a la llamada de Jesús. Quiero ser cristiana para amar a Jesús que me espera todos los días en la iglesia23.
El amor de Jesús se proyecta desde el sagrario sobre todos los que vienen con fe a visitarlo.
Su amor es como un soplo de brisa fresca en las horas de intenso calor, como un rayo de luz en los días fríos de invierno del alma.
Del sagrario sale una luz poderosa que ilumina nuestra vida para ver el camino que debemos seguir, eliminando así las tinieblas y las dudas.
El amor de Jesús Eucaristía no tiene comparación con nada de este mundo.
Podemos juntar en una caricia todos los cariños de los padres a sus hijos, todos los besos que han brotado de los labios de las madres para sus hijos a lo largo de los siglos, o todo el fuego de amor de todos los corazones amantes que han existido en la tierra.
Y todo ello no será ni una sombra de todo lo que nos ama Jesús. Jesús, en el sagrario, tiene un corazón que palpita de amor por nosotros, tiene ojos que nos miran con amor y tiene oídos para oír nuestras súplicas.
¡No lo dejemos abandonado! ¡No nos perdamos tantas bendiciones que tiene reservadas para nosotros!
Como diría el Papa Juan Pablo II: Jesús Eucaristía es el corazón palpitante de la Iglesia.
Por eso, ir todos los días al sagrario es como ir a un mundo de infinitas maravillas, pues nos encontramos con Jesús, el Dios Amor, el Dios de las maravillas y de las divinas sorpresas.
Cada día tendrá un regalo especial para nosotros, aunque no nos demos cuenta de cuál es. Pero, sin duda alguna, cada día recibiremos inmensas bendiciones, que no hubiéramos recibido de haber faltado a la cita con Jesús.
Él espera que tú seas como una lámpara ardiente, que está siempre vigilando ante el sagrario, para decir a todos los que pasen:
Aquí está Jesús.
Debes ser un ángel del sagrario, asociándote a todos los ángeles que lo adoran y asemejarte a ellos en la pureza, alegría y amor.
22 Ratzinger Joseph, Introducción al espíritu de la liturgia, Ed. san Pablo, Bogotá, 2005, pp. 75-76
23 Tomado del libro del padre Victorino Capánaga, El milagro de las lámparas, Ed. Augustinus,
Madrid, 1958, p. 112.