Lo sabemos de memoria. Cuando Pablo se pone a hablar o escribir de Jesucristo es inagotable. Nadie es capaz de acallar su lengua o detener su pluma.
Hoy ─iba a decir yo que casi como un entretenimiento─, vamos a contemplar a Jesucristo a través de algunas expresiones de Pablo recogidas aquí y allá, sólo para excitar nuestra admiración y nuestro amor a Jesucristo, nuestro querido Salvador.
Nada más empezar su saludo en la carta a los de Roma nos dice que Jesucristo es el Evangelio de Dios.
Para Pablo, el Evangelio o la Buena Noticia no es algo inmaterial o teórico, una doctrina o una proclamación de verdades. Pablo nos dice mucho más.
El Evangelio es el prometido Hijo de David, como lo adivinó el pueblo sencillo al aclamar a Jesús levantando palmas y gritando:
-¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!
Pablo reconoce ante todo que Jesucristo es Dios. Porque ese Hijo de David es precisamente el Hijo de Dios, que se humilla al hacerse hombre como nosotros.
Pero llegará con la Resurrección el momento en que por el Espíritu Santo se manifieste todo el poder que encerraba aquel Jesús que llegó hasta morir en una cruz.
A partir de la Resurrección, Jesús es constituido “Señor”, el Altísimo que está a la derecha del Padre, con la misma y única gloria que corresponde sólo a Dios.
Y como Jesucristo es el único que puede salvarnos, Dios escoge apóstoles, a los que envía para proclamar el Nombre de Jesús a todas las gentes, que serán santas y amadas de Dios por aceptar ese Evangelio que es su Hijo.
Todo esto acerca de Jesucristo lo dice Pablo en unas cuantas palabras magníficas y densas, cuando escribe:
“Pablo, siervo de Cristo Jesús, escogido para el Evangelio de Dios, acerca de su Hijo, nacido como hombre del linaje de David, y constituido Hijo de Dios con poder por el Espíritu Santo a partir de su resurrección de entre los muertos, Jesucristo Señor nuestro.
A todos los amados de Dios que están en Roma, santos por vocación” (Ro 1,1-7)
¿Qué pensamos de semejante saludo? Todo se centra en Jesucristo, de cuya Persona viene a dar la más grandiosa definición: Hijo de Dios, Cristo Jesús, Señor!...
Vayamos recordando hoy cosas y más cosas que Pablo va diciendo de Jesús y que nosotros hemos mamado como la leche más nutritiva en las Sagradas Escrituras y en la enseñanza de nuestra Madre la Iglesia.
Jesucristo es ante todo un don, gracia, un regalo que Dios hizo al mundo. Al contemplarlo Pablo, dice ponderativamente:
-¡Con Jesucristo se ha manifestado la gracia salvadora de Dios a todos los hombres!”.
Ese Jesucristo, un día apareció lleno de humildad, pero al final volverá, en su gran Manifestación, lleno de gloria como “de gran Dios” y como “El Salvador” (Tt 2,11-14)
Los que dicen que Jesucristo es, sí, un gran hombre, el mayor de los hombres, pero nada más, pueden meditar en este nombre que le da Pablo: “¡El gran Dios!”, título reservado en toda la Biblia del Antiguo Testamento a sólo Yahvé.
Para nosotros, Jesucristo es Dios, Dios verdadero, y nadie puede venirnos robándole a Jesucristo su Divinidad.
Cuando hablamos así, parece que nos pusiéramos en un plan triunfalista para hacer estremecer a todos ante la Persona de Jesucristo.
Pero, no. Es precisamente todo lo contrario. Porque sigue diciendo Pablo:
-Jesucristo es la manifestación de la bondad de Dios nuestro Salvador y su amor a los hombres, pues nos ha salvado a nosotros, pecadores, no por obras buenas que hubiéramos hecho, sino sólo por su misericordia, mediante el baño de la regeneración en que se nos dio el Espíritu Santo (Tt 3,4-5)
En este plan amoroso de Dios, según San Pablo, el Amor y la Bondad de Dios son la fuente de nuestra salvación.
Jesucristo, su Hijo hecho hombre, el Crucificado y Resucitado, es el instrumento de nuestra salvación, que se nos comunicó por el Bautismo.
Como vemos, toda nuestra salvación y nuestra gloria, que ya poseemos en esperanza, la tenemos en Jesucristo, sólo en Jesucristo, el cual, además de ser Hombre, es Dios, y por eso nos puede salvar.
Ante este Jesucristo caemos siempre de rodillas, aunque por el amor y la confianza lo tratemos tan de tú a tú, tan familiarmente como a hermano y como al mejor amigo.
Ese discípulo de Pablo que redactó la Carta a los Hebreos nos lo expone con lenguaje sorprendente.
Para un judío lector de la Biblia, los Ángeles eran las criaturas supremas después de Dios. Al venir Jesús, ¿qué iban a decir de Él? ¿Que era un ángel más?...
El redactor de la carta a los Hebreos sentencia con aplomo y energía:
-¡No! Jesucristo es muy superior a todos los ángeles.
Ellos son simples servidores de Dios. Mientras que Jesús es el Hijo.
¡No! Porque los ángeles fueron creados por Dios, mientras que Jesucristo, el Hijo de Dios, es eterno, vive desde siempre.
¡No! Porque los ángeles, ante el Hijo de Dios que se hacía hombre, recibieron de Dios la orden tajante: -¡Que le adoren todos los ángeles de Dios!
¡No! Porque Jesucristo es el Creador y el rector del Universo. Todas las cosas pasarán, pero Jesucristo no pasará.
¡No! Porque Dios ha constituido a Jesucristo “Señor”, cuando le dijo: “Siéntate a mi derecha hasta que ponga a todos tus enemigos como estrado de tus pies”… (Hb 1,5-14)
Pablo resumió todo esto de Jesucristo en unas palabras grandiosas:
“Dios ha hecho que todo tenga a Cristo por cabeza, lo que está en los cielos y lo que está en la tierra”, “porque todo fue creado por él y para él; él existe con anterioridad a todo y todo se mantiene en él” (Ef 1,10. Col 1,16-17)
Todo esto que hoy hemos dicho ─brotado del corazón más que de los labios─ es la quintaesencia de toda la enseñanza de Pablo.
Quitemos de las Cartas de Pablo la palabra “Jesucristo”, y esas cartas no se entienden.
Por el contrario, las leemos a la luz de esta palabra llena de magnetismo, “Jesucristo”, y lo más enrevesado del lenguaje de Pablo se convierte en luz meridiana.
“Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y siempre” (Hb 13,7)
El que acuñó estas palabras, encerró en ellas magistralmente todo lo que Pablo nos quiere decir y nos dice en sus Cartas inmortales.