¿No es cierto que conocemos bien la historia de Adán en el paraíso tal como la cuenta la Biblia?... Adán, el Adán pecador, éramos nosotros, éramos la Humanidad entera.
Y Dios le manda a un ángel:
-Ponte ante la puerta, espada llameante en mano, y cuida de que ese Adán no entre más aquí.
No se le ocurra ahora venir de nuevo, coma del fruto del árbol de la vida, y se escape de la sentencia de muerte que pesa sobre él y su mujer…
Desde entonces, no hay remedio. Nadie se ha escapado ni se libra de la muerte que nos persigue implacable.
¿Y si volviéramos a comer del árbol de la vida?...
-¡Sí, coman, coman! ─nos grita Pablo─. Que después de aquel Adán vino otro Adán muy diferente y con mucho más poder.
Este nuevo Adán se llama Jesús.
Nos metió a todos en un nuevo paraíso, y en él, como les dice Juan en su Revelación, “les quiere dar a comer del árbol de la vida, que está en el Paraíso de Dios” (Ap 2,7).
Si llevan las vestiduras blancas del Nuevo Adán ─les sigue diciendo Juan en su Apocalipsis─, “podrán disponer del árbol de la vida y entrarán por las puertas de la ciudad”, el nuevo Paraíso en el que ya no se muere más (Ap 22,14)
¿Es cierto que Pablo nos puede hablar de esta manera?
Sin duda alguna. Pablo nos habla así.
Es ésta una idea que se me ocurre al abrir la carta a los Colosenses, donde les dice a sus destinatarios:
“Despójense del hombre viejo con sus obras, y revístanse del hombre nuevo, que se va renovando hasta alcanzar la imagen perfecta ideada por su Creador” (Col 3,10)
Esta doctrina sobre el viejo Adán del paraíso y el Nuevo que es Jesucristo, la desarrolla Pablo especialmente en la carta a los Romanos, donde enfrenta al Adán pecador con el nuevo Adán Jesucristo.
Vino del primero toda la ruina de la Humanidad: el pecado, la muerte, todos los males habidos y por haber.
Pero Dios restituyó todas las cosas en su debido orden merced al Nuevo Adán Jesucristo,
-que nos devolvió la vida de Dios al eliminar la culpa con la sangre de su Cruz;
-venció la muerte con su Resurrección,
-y nos hace entrar en el Paraíso de los cielos donde ya no se podrá morir.
Esta doctrina expuesta por Pablo tiene mucha aplicación en el mundo moderno.
Mientras en la sociedad viva robusto el hombre viejo, el Adán condenado por Dios, no habrá nunca ni honestidad, ni alegría, ni paz.
Mientras que si entra Jesucristo en las almas, en los hogares, en las naciones, surgirán por doquier los bienes que se perdieron por la culpa aquella del principio.
Pero, vaya; no saquemos consecuencias antes de escuchar a Pablo, al que vamos a dejar la palabra.
Y Pablo expone así su idea tan genial:
“Como por un hombre, Adán, entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte, así la muerte alcanzó a todos los hombres, ya que todos pecaron”.
Pasa Pablo ahora a enfrentar a Jesucristo con Adán:
“Si por el delito de uno murieron todos, por otro hombre, Jesucristo, la gracia y el don de Dios se desbordan sobre todos” (Ro 5,12-15)
Ante estas palabras de San Pablo, nos preguntamos nosotros, por más que las respuestas nos las va a dar el mismo Pablo: ¿Qué fue más grande, la desgracia que nos trajo Adán o la gracia que nos trajo Jesucristo?
Y Pablo va comparando a uno con otro.
Adán nos trajo el pecado; Jesucristo nos dio la Vida.
Adán nos causó la muerte; Jesucristo nos mereció la Resurrección.
Adán nos hizo perder el árbol de la vida; con Jesucristo recobramos la Vida Eterna.
Adán nos hizo romper con Dios por el pecado y abrió la puerta a la muerte; Jesucristo nos dio acceso a Dios y nos abrió la puerta del Paraíso donde reina vida inmortal.
Adán, con el pecado, nos hizo esclavos de Satanás y candidatos para su misma condenación; Jesucristo nos mereció y dio la Gracia de Dios y con ella la Gloria eterna.
La influencia de un Adán y otro en la historia del mundo es muy diversa, y gana Jesucristo con mucho.
San Pablo lo dice con una de sus sentencias más célebres: “Donde abundó el pecado superabundó la gracia” (Ro 5,20)
¿El mundo inficionado por Adán? ¿Grande el influjo de Adán el rebelde? ¿Muerte segura de todos causada por un criminal loco?...
Dios sabe tomarse la revancha.
Jesucristo inunda el mundo con la gracia de Dios.
Jesucristo el Hombre que todo lo atrae hacia Sí, para entregarlo a Dios su Padre.
Jesucristo es la resurrección segura de todos los que han de morir.
Ante el reino de Satanás que desaparecerá con todos sus secuaces, Jesucristo instaura un Reino que será eterno en paz, felicidad y amor para todos los salvados.
Mirando el plan de Dios a la luz de San Pablo, el cuadro es optimista, esperanzador, lleno de luz.
Pero, de momento, vemos que continúan sobre el mundo las sombras, y muy densas todavía.
Hoy siguen enfrentados los dos reinos, el de Satanás iniciado con el Adán del paraíso, y el instituido por Jesucristo con su Cruz y su Resurrección.
No digamos que el reino de Satanás no tiene fuerza, aunque sabemos con certeza absoluta que será plenamente vencido.
Son muchos los que engrosan sus filas, y nos causan preocupación seria a los creyentes, pues queremos la salvación de todos.
Los individuos, las personas concretas, han de optar por Jesucristo. Esto, desde luego.
Pero les incumbe lo mismo a las familias, a las instituciones sociales, a las naciones con su legislación, que, manteniendo su secularidad, no pueden enfrentarse con la norma suprema que les dicta Dios.
La sociedad también ha de optar por el Adán del paraíso o el Jesucristo Restaurador de todo.
Dios expulsó del paraíso a Adán a fin de que no comiera del árbol de la vida, que le hubiera hecho vivir para siempre.
El fruto de aquel árbol imaginario lo sustituyó Jesucristo en su Iglesia por el Pan de Vida, la Eucaristía, el Cuerpo mismo de Jesucristo, el cual asegura con aplomo divino:
“El que coma de este pan vivirá eternamente, porque yo lo resucitaré en el último día” (Jn 6,54)
El odio de Satanás no iba a triunfar sobre el amor del Dios Creador y Padre de los hombres.
El orgulloso vencedor del paraíso se convirtió en el miserable vencido por una Cruz que aparece desnuda y un Sepulcro que sigue vacío…