La carta de Pablo a los Efesios, que vamos conociendo bien a estas horas, es rica de verdad, ¿no es así?
Nos habla de Jesucristo y de su “misterio” de modo que embelesa y entusiasma.
Sin embargo, Pablo no se contenta con enseñar doctrinas elevadas, sino que propone también en esta carta, de manera abundante y rica, las directrices de vida cristiana que se desprenden de su altísima enseñanza.
En realidad, nada más empezar y en la primera línea, Pablo expone con tres palabras el ideal de Dios sobre los bautizados, al decir que fueron escogidos desde antes de la creación del mundo para ser ante Dios “santos, inmaculados, amantes” (Ef 1,4)
Como vemos, un programa sugerente por su altura y su grandeza, aunque también estremecedor por sus enormes exigencias.
Todas las normas que Pablo dicta en esta segunda parte de la carta se van a reducir a esto nada más y nada menos:
-¡Cristianos! ¡A ser santos, a ser intachables, a ser
incendios de amor!
Es todo lo que Pablo nos quiere decir hoy (Ef 4,17-31)
¡Sean santos ante todo!, grita a todas aquellas Iglesias del Asia Menor a las cuales dirige esta carta circular.
“Revístanse del Hombre Nuevo, Jesucristo, creado según Dios en la justicia y santidad”.
Los creyentes del Asia Menor conocían muy bien las costumbres paganas de sus tierras. Habían vivido metidos en ellas, y no se habían distinguido por ser unos angelitos precisamente.
Recordándoles esto, empieza por decirles Pablo:
“No vivan ya como viven los paganos, según la vaciedad de su mente, porque obcecada su inteligencia en las tinieblas del pecado, se ven excluidos de la vida de Dios por la ignorancia que hay en ellos y por la dureza de su corazón”
(4,17-18)
Los creyentes eran todo lo contrario.
Llevaban dentro por el Bautismo la Vida de Dios, y no querían regresar a una condición moral que ahora les apenaba.
Pablo se lo reconoce y les anima:
“Ustedes han aprendido bien a Cristo, pues han oído hablar de él rectamente, y han sido formados conforme a la verdad de Jesús” (4,21)
“Revestidos de Cristo”, y viviendo conforme a la verdad de Cristo, ¡adelante, que ustedes son santos de verdad!
Por la Virgen María ─a la que llamamos sin más “La Inmaculada” al haberse visto limpia de toda mancha desde su concepción─ sabemos lo que significa esa palabra de Pablo: “Inmaculados”.
Son cristianos intachables, de los que nadie puede burlarse señalándoles con el dedo.
Pablo contrapone también ahora a estos cristianos con los paganos, usando palabras fuertes:
“Habiendo perdido los gentiles el sentido moral, se entregaron al libertinaje, hasta practicar con desenfreno toda suerte de impurezas” (4,19)
Eso lo conocían muy bien los creyentes, por lo cual no podían extrañarse de las palabras de Pablo:
“En cuanto a su vida anterior, despójense del hombre viejo, que se corrompe al seguir las concupiscencias y las pasiones que le seducen” (4,22)
Si se dejan arrastrar por ellas, ¿saben lo que hacen?...
-¡Sépanlo! “¡Poner triste al Espíritu Santo, con el cual han sido sellados para el día de la redención final” (4,30)
Pablo no acaba nunca de manera negativa, aunque reprenda los vicios más degradantes.
Mucho menos lo va a hacer ahora con sus queridos efesios, y les da coraje:
¡Venga, amigos, a ser intachables! Todos los de fuera los miran como lo que actualmente son: “Aunque antes fueron tinieblas, ahora son luz en el Señor. Vivan como hijos de la luz” (5,8-9)
Todo lo que les pueda decir Pablo, se resolverá finalmente en el amor.
Y ahora empieza por proponer la generosidad de Dios y la figura de Jesucristo:
“Recuerden que Dios los perdonó en Cristo, y sean por lo tanto imitadores de Dios, como hijos queridos” (4,37-5,1)
Además, “vivan en el amor, como Cristo los amó y se entregó a la muerte por nosotros como sacrificio agradabilísimo a Dios” (5,2)
Dios que ama y entrega a su propio Hijo…
Jesucristo que ama y se entrega a Sí mismo a la muerte…
¿Qué le queda al cristiano?... Amar, amar con todas sus fuerzas, amar con todo su ser, amar a Dios, a Jesucristo, a todos… Amar como Jesucristo, amar como el mismo Dios.
Pablo va a tomar ahora una comparación muy gráfica: ¿Qué hace el que se emborracha con vino, ingiriendo alcohol?...
Lo sabemos todos. Pablo pasa de esa imagen dolorosa a otra bellísima: “¡Embriáguense de Espíritu Santo!”.
¿Y qué hará el Espíritu divino?
No pudiendo el cristiano aguantar tanto amor como llevará dentro, estallará en “salmos, himnos, cánticos ardientes e inspirados, cantando constantemente al Señor, dando gracias siempre y por todo a Dios Padre, en nombre del Señor Jesucristo” (5,18-20)
Parejo al amor a Dios irá el amor al hermano, ya que el amor a Dios obligará a “conservar la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz” (4,3)
Con cristianos así, “santos, inmaculados, amantes”, será una realidad en la Iglesia de nuestros días aquello que esperaba el Papa Pablo VI al pensar en el Concilio que se había celebrado:
“Vendrá el descubrimiento de ser cristianos y la alegría de serlo.
“Y con la alegría, un vigor nuevo que pone en muchos corazones deseos, esperanzas, propósitos, audacias de nuevas actividades apostólicas.
“Vendrán cristianos que se apartan del gregarismo, de la pasividad, de la aquiescencia que hace espiritualmente esclava a tanta gente de nuestro mundo de hoy”.
Si Dios es Santo, el Santísimo, ¿qué mayor ideal cristiano que ser santos como Dios?
Si Dios es Belleza infinita, ¿qué mayor hermosura cristiana que una limpieza sin tacha?
Si Dios es Amor, ¿qué sentimiento cristiano puede superar al amor, qué ocupación más grande que amar, qué actividad más divina que gastar la vida amando siempre más y más?...