¿Nuestra mística?
¡Jesucristo! Invariable en Pablo
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El Papa Pío XII cayó gravemente enfermo el año 1954. Todo el mundo estaba pendiente de la última noticia. Contra todo pronóstico, curó y se supo la causa. ¿Un milagro?...
Probablemente. A un Cardenal, y algún otro de los que le asistían, les dijo confidencialmente el enfermo casi moribundo: “¡He visto al Señor!”.
Se coló la noticia por algún imprudente, pero todo el mundo quedó edificadísimo, aunque nada extrañado, porque Pío XII era un gigante de la santidad.
El caso es que, visto el Señor en aparición personal, el Papa pudo seguir cuatro años más asombrando al mundo con su saber y su virtud excepcional.
¿A qué viene el comenzar hoy con este recuerdo?
¿Puede darnos envidia, aunque sea envidia santa, un hecho semejante?
¿Nos gustaría ver al Señor?...
No nos hace ninguna falta. Además, aunque se vea al Señor que se aparece, no es capaz de verlo y distinguirlo sino quien ya lo lleva dentro por la fe y el amor.
Para lo que hoy queremos decir, arrancamos de las palabras de Pablo cuando nos dice:
“Mi vivir es Cristo”.
O de estas otras:
“Ya no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí”.
Y si nos parece poco, acudimos a otras igual de bellas y profundas:
“Cristo habita por la fe en sus corazones”.
“Cristo está en ustedes”. “Porque están muertos y su vida está escondida con Cristo en Dios, pues Cristo es su vida” (Flp 1,21. Gal 2,20. Ef 3,17. Ro 8,10. Col 3,3-4)
¡Vaya lujo de expresiones, a cual más sublime, con que Pablo nos habla de la mística cristiana!...
Todas ellas se reducen a una misma y única verdad:
-¡Cristo es mi vida! ¡Yo vivo sólo y exclusivamente por Cristo! ¡Cristo y yo no somos más que UNO! ¡Y no me busquen a mí, porque no me encontrarán, pues en mi lugar darán con Cristo y con nadie más!...
Nadie diga que esto son exageraciones.
Al revés: son maneras pobres de hablar ante la realidad de lo que nos quiere decir Pablo, pues él mismo es incapaz de expresarse como querría hacerlo.
Empecemos por lo de los Filipenses: “Mi vivir es Cristo”.
Si lo analizamos, habremos de traducirlo así:
-Mi pensar, mi sentir, mi querer, mi trabajar, mi respirar, mi comer, mi dormir, mi descansar, mi actuar desde la mañana hasta la noche, es Cristo y sólo Cristo, porque no tengo más que una vida, que es la de Cristo Jesús.
Y sigue diciendo Pablo:
-El morir va a ser para mí la enorme ganancia, pues al no tener otra vida que la de Cristo, con Cristo y metido en Él voy a estar siempre en su misma dicha y gloria…
No menos atrevida es la expresión a los Gálatas:
“Vivo yo; pero ya no soy yo quien vive, pues es Cristo quien vive en mí”.
Pablo se refería al Pablo judío y fariseo, esclavo de la Ley de Moisés y ufano de la trasnochada circuncisión. Todo aquello quedó atrás después de su bautismo.
Ahora, ya no vivía en Pablo más que Cristo.
El Pablo anterior al bautismo había desaparecido para siempre.
Sólo que Pablo no se queda en esta realidad. Avanza mucho más, y, con el “yo” que emplea ahora, mira al “yo” de todo cristiano, al “yo” universal de todo bautizado.
Por eso añade:
“Esta vida de ahora la vivo en la fe del Hijo de Dios, que me amó y se entregó a sí mismo a la muerte por mí”.
Al decir Pablo “esta vida de ahora”, se refiere a la vida natural, la física sobre la tierra, la de este tiempo, la de cada día. Y con ello nos traza un programa de grandeza sin igual:
-Fe, fe inmensa en Jesucristo. Fe que lleva a hacer todo por Jesucristo y con Jesucristo.
Con el bautismo, el cristiano se ha entregado del todo a Cristo, a quien cree y confiesa como Hijo verdadero de Dios.
Y su fe no es una fe muerta.
Es una fe tan generosa que quiere corresponder a la donación que Cristo hizo por él.
El cristiano se dice, con la pregunta comprometedora de Ignacio de Loyola:
-¿Así me amó Cristo, hasta entregarse a la muerte de cruz por mí?... Entonces, ¿qué he hecho yo por Cristo? ¿qué hago yo por Cristo? ¿qué he de hacer yo por Cristo?...
La generosidad para con Cristo va a ser una característica del cristiano, que se dice asombrado delante de Cristo clavado en la cruz:
-¡Todo esto por mí, todo esto por mí!...
Un paso más, y analizamos lo de Efesios:
“Cristo habita por la fe en sus corazones, para que arraigados en el amor, puedan comprender con todos los santos la anchura y la longitud, la altura y la profundidad, y conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento”.
Aquí nos perdemos. A ese Cristo no lo vemos allá arriba en las alturas, sino que lo llevamos dentro, invadiendo lo más profundo de nuestro ser, hecho una cosa con el bautizado.
Para alcanzar este conocimiento de Cristo no bastan ni valen estudios académicos.
Es el Espíritu Santo solo quien da a conocer el misterio insondable que se encierra en el alma del bautizado.
Aquella niñita de Primera Comunión, con la mano en su pechito, lo expresaba mejor que un doctor de universidad:
-A Jesús lo tengo aquí, ¡y lo quiero tanto, tanto, tanto!…
En Cristo Jesús se da un amor inimaginable a Dios su Padre en el Espíritu Santo, y un amor inimaginable también a todos los hombres sus hermanos.
El amor inmenso de Cristo abarca límites imposibles de medir, dice Pablo a los efesios.
¿Más alto que el amor del Cristo? Nada.
¿Más profundo que el amor de Cristo? Nada.
¿Más ancho que el amor de Cristo? Nada.
¿Más largo que el amor de Cristo? Nada…
Quien llega a conocer este amor de Cristo y a corresponder a tanto amor ha llegado a la perfección más grande a que puede aspirar un cristiano.
Teresa de Lisieux ─Teresa del Niño Jesús─ lo expresaba con el rostro encendido:
-Quiero amar a Jesús con locura, como no lo ha amado nunca nadie...
Hoy se habla mucho de la “mística”. Todas las ideologías del mundo se basan en una mística más o menos valedera.
Entendemos por mística una ideología, una ilusión, algo que arrastra impetuosamente a arrostrarlo todo, hasta lo más arriesgado, hasta la vida, a fin de alcanzar un ideal.
Pero, por clases de mística que se den en el mundo, no ha habido mística comparable con la que suscita Jesucristo, por el que tantos hombres y tantas mujeres se han abrazado con toda clase de heroísmos.
¿Qué tiene de especial Jesucristo?... Todos los sabemos muy bien.