1» El hombre-Dios
Autor: P. Angel Peña O.A.R
Debemos aclarar que en la Eucaristía está Jesús, el hombre-Dios, y no sólo el Verbo de Dios.
Hay una gran diferencia entre el Verbo de Dios, la segunda persona de la Santísima Trinidad, y Jesús, el Verbo encarnado.
El Verbo de Dios estaba en el mundo con el Padre y el Espíritu Santo desde que el mundo existe.
Como segunda persona divina no necesitaba venir, porque ya estaba. Pero quiso venir como hombre y Dios, como Verbo encarnado, como Jesús, el hijo de María, para poder ser un hombre entre los hombres e insertarse así plenamente en la humanidad, teniendo una familia humana por medio de María.
Desde entonces, Jesús, el Dios-hombre, el hombre-Dios, Jesucristo, es el intermediario necesario entre el Padre y la humanidad.
Si queremos ir a Dios, debemos hacerlo por medio de Jesús.
Lo dice claramente san Pablo: Jesús es el mediador de la nueva alianza (Heb 12, 24). En Cristo habita toda la plenitud de la divinidad corporalmente (Col 2, 9).
Uno es Dios y uno también es el mediador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús (1 Tim 2, 5).
San Pablo lo recalca muy bien, el hombre Cristo Jesús, no el Verbo de Dios.
Esto quiere decir que debemos dar la máxima importancia en nuestra vida a Cristo, el Dios-hombre, el puente para llegar al Padre.
Lo cual significa que debemos dar la máxima importancia en nuestra vida a la Eucaristía, porque Cristo como hombre y Dios, sólo está en el cielo, en forma gloriosa (con su cuerpo glorificado, el mismo que nació en Belén y murió en la cruz), y en la Eucaristía en forma sacramental, pero verdaderamente real, pues es el mismo Jesús.
Esto lo entendió muy bien santa Teresa de Jesús (1515 - 1582), la gran doctora de la Iglesia.
Ella nos dice: Cuán grande es el poder que tiene esta sacratísima humanidad junto con la divinidad1.
Yo veo claro que para contentar a Dios y que nos haga grandes mercedes quiere que sea por manos de esta humanidad sacratísima de Jesús2.
Por eso, se alegraba tanto, cuando fundaba un convento, donde habría un sagrario más con Jesús sacramentado.
Dice: Para mí es grandísimo consuelo ver una iglesia más adonde haya Santísimo Sacramento3.
Y hablaba mucho a sus monjas de Jesús como compañero nuestro en el Santísimo Sacramento4.
Que Jesús Eucaristía es el mismo Jesús de Nazaret lo tenía muy claro, porque lo veía con sus propios ojos: Muchas veces, quiere el Señor que le vea en la hostia5.
Una vez, acabando de comulgar, se me dio a entender cómo este Sacratísimo cuerpo de Cristo lo recibe su Padre dentro de nuestra alma… y cuán agradable le es esta ofrenda de su Hijo, porque se deleita y goza con Él, digamos acá en la tierra, porque su humanidad no está con nosotros en el alma, sino la divinidad y así le es tan acepto y agradable y nos hace tan grandes mercedes6.
Y yo comencé a tomar amor a la sacratísima humanidad de Jesús7.
Y Jesús la sanaba con frecuencia de sus dolencias en el momento de la comunión.
Dice: Algunas veces (casi de ordinario, al menos lo más continuo) en acabando de comulgar descansaba y, a veces, en llegando al sacramento. Luego, a la hora, quedaba tan buena, alma y cuerpo, que yo me espanto.
No parece sino que en un punto se deshacen todas las tinieblas del alma y salido el sol, conocía las tonterías en que había estado.
Otras veces, con una sola palabra que me decía el Señor, con solo decir: “No estés fatigada, no tengas miedo”, quedaba del todo sana como si no hubiera tenido nada8.
¿Pensáis que no es mantenimiento, aun para estos cuerpos, este Santísimo Sacramento y muy grande medicina aun para los males corporales?
Yo lo sé y conozco persona de grandes enfermedades y estando muchas veces con graves dolores, como con la mano se le quitaban y quedaba buena del todo…
Y, cuando en algunas fiestas oía a personas que quisieran vivir en tiempo en que andaba Cristo en el mundo, se reía entre sí, pareciéndole que teniéndole tan verdaderamente en el Santísimo Sacramento como entonces, ¿qué más se les daba?9.
Jesús Eucaristía es el mismo Jesús de Nazaret de hace dos mil años, que nos espera como un amigo. No nos olvidemos de Él.
Y digamos con santa Teresita, la otra gran doctora de la Iglesia:
Es mi cielo, el que se esconde en la hostia pequeñita. Es Jesús, mi dulce esposo, que se esconde por mi amor...
¡Oh dulcísimo instante, cuando en tu inmensa ternura vienes a mí, Amado mío!... Es mi cielo para mí10.
1 Vida 28, 9.
2 Vida 22, 6.
3 Fundaciones 3, 10.
4 Vida 22, 6.
5 Vida 38, 19
6 Cuentas de conciencia 43.
7 Vida 24, 3.
8 Vida 30, 14.
9 Camino de perfección 61, 3.
10 Teresa de Lisieux, Obras completas, Ed. Monte Carmelo, Burgos, 1969, tercera edición, pp. 1003-
1004..