11.2» La comunión
Encontrando la fuerza para vivir en medio del dolor
Autor: P. Angel Peña O.A.R
Un periodista preguntó una vez a la Madre Teresa de Calcuta:
¿Dónde encuentra la fuerza para vivir aquí en medio de tanto dolor y tanta miseria?
Y ella respondió: En la misa y comunión de cada día.
Alejandro Manzoni, famoso autor de la novela Los novios, cuando ya estaba viejo, sus hijos no le dejaban salir de casa, porque estaba la calle con nieve. Al anochecer sus hijos le dijeron:
- Papá, ¿qué te pasa que estás triste?
- Tenía un billete ganador de la lotería y hoy era el último día para cobrarlo.
- Pero papá ¿por qué no lo has dicho?
Te hubiéramos acompañado.
- Bueno, en realidad no tenía ningún billete, pero me habéis dejado sin comulgar, que vale más que diez millones de liras y ninguno me ha dicho: Papá, te acompaño.
Otro caso real.
Había en un pueblo de España dos hermanas, Natalia y Antonia, que eran muy unidas. Natalia tenía catorce años y Antonia doce. Natalia cayó enferma y sentía la pena de no poder ir a la iglesia a comulgar.
La víspera de un día de fiesta, le pide a su madre que le deje ir a la iglesia, pero su madre se opone rotundamente, pues el médico no lo permite.
Entonces, su hermana Antonia le suplica a la Virgen María, con esa fe inocente e infantil de los niños:
- Madre mía, haz que mañana Natalia pueda comulgar.
Llega el día de fiesta y Antonia va a la iglesia para asistir a la misa y comulgar, pero sigue insistiendo en su petición de que la Virgen le conceda a su hermana la gracia de poder comulgar en este día de su fiesta.
En la iglesia, se coloca en el mismo sitio de costumbre, junto al púlpito. A la hora de la comunión, se acerca a comulgar y, al regresar a su sitio, ve que en el suelo, allí junto al púlpito donde ella está, hay una hostia blanca, como si le dijera:
- Yo soy Jesús, llévame a tu hermana.
Inmediatamente, sin pensarlo dos veces, la recoge con dos estampas, la coloca en su devocionario y, después de la misa, se la lleva corriendo a su hermana, que todavía no había desayunado, diciéndole:
- Toma, aquí te traigo a Jesús, no la toques con los dedos. Natalia recibe la comunión y se queda feliz, dando gracias a Dios.
Cuando se lo cuentan a su madre, ella se siente preocupada y va a contárselo al sacerdote, que le dice:
- Mire, ayer en el altar de san Antonio, celebró la misa don Patricio, un sacerdote muy anciano, a quien se le cayó el copón al suelo con todas las hostias consagradas.
Las recogimos lo mejor que pudimos, pero quizás se le quedó una entre los encajes del alba y como, después de la misa, se dirigió al púlpito para rezar las oraciones de los trece martes de san Antonio, se le pudo caer al llegar al púlpito, que es donde estaba Antonia esta mañana durante la misa.
Así que, casi con total seguridad, era una hostia consagrada que Jesús permitió que cayera exactamente ahí para que la viera Antonia después de comulgar.
El padre José Julio Martínez, en su libro Éstos dan con alegría, afirma que esta historia real se la contó la misma Natalia, cuando ya era religiosa, Hija de Jesús. Su hermana Antonia murió, ofreciéndose víctima por la salvación de una persona querida.
Está iniciado su proceso de beatificación y se ha escrito un libro sobre su vida, titulado Ofrenda y mensaje. Es la venerable Antonia Bandrés Elósegui.
Para comulgar bien, decía san Cirilo de Jerusalén (315-387):
Al acercarte a comulgar no lo hagas con las palmas de las manos extendidas o con los dedos separados; sino de la mano izquierda haz el trono para la derecha como si ésta hubiera de recibir a un rey, y en el seno de la mano recibe el cuerpo de Cristo, diciendo: “Amén”.
Toma el santo cuerpo, teniendo cuidado de no perder nada de él, pues si algo perdieres, es como si perdieras algo de tus propios miembros.
Porque dime, si alguien te diera raspaduras de oro, ¿no las cuidarías con la mayor diligencia, poniendo atención a no perder nada de ellas?
¿No tratarás pues con mayor empeño lo que es mas valioso que el oro o que las piedras preciosas para que no se pierda ni siquiera una migaja?
Después de haber comulgado con el cuerpo de Cristo, acércate también al cáliz de su sangre, no extendiendo las palmas, sino inclinado para indicar la adoración y veneración y diciendo: Amén, y comulgando de la sangre de Cristo34.
34 Catequesis mistagógica V; PG: 1109-1128.